Colson Whitehead: "Pensar en un sistema que no sea corrupto es imposible, pero sin villanos no habría relato"
- El escritor estadounidense, doble ganador del Pulitzer, publica la segunda entrega de su trilogía en torno a Harlem, 'Manifiesto criminal'.
- Más información: 'El ritmo de Harlem': corrupción y racismo en la Nueva York de los años 60
"En Nueva York siempre se escuchan sirenas y ruido de fondo", se excusa Colson Whitehead cuando vuelve a su escritorio tras cerrar la ventana de su despacho. El doble ganador del Premio Pulitzer por El ferrocarril subterráneo (2017) y Los chicos de la Nickel (2020) comparece por videoconferencia para presentar a los medios de comunicación españoles la segunda entrega de su trilogía sobre Harlem, distrito sobre el que explota su imaginario racial y delictivo. Nacido en 1969 en "la Gomorra Moderna", tal y como fue sobrenombrada por el reverendo Thomas De Witt Talmage, el escritor está ligado indefectiblemente a la ciudad.
Manifiesto criminal, publicada en Random House, es la continuación de El ritmo de Harlem, novela en la que descubrimos al carismático Ray Carney en su juventud. Su nueva obra avanza hasta 1971, cuando el protagonista ya es adulto, y la peripecia dramática se prolonga durante un intenso lustro —hasta 1976— que recoge la esencia del Harlem de la década. La delincuencia y la corrupción campan a sus anchas en medio de una guerra entre el Ejército Negro de Liberación y el Departamento de Policía del distrito.
En esta ocasión asistimos al asentamiento psicológico y emocional de Carney, que ahora vive tranquilo junto a su familia y regenta una tienda de muebles. Sin embargo, un episodio aparentemente anodino le devuelve a la escena criminal. Su hija suspira por una entrada para ver a los Jackson 5, así que Carney se ve obligado a recurrir a viejos contactos.
A propósito de este pasaje, que sirve como detonante de la trama principal, Whitehead le brinda un cameo a Michael Jackson. Preguntado en la rueda de prensa virtual por la influencia del rey del pop, el escritor no duda en calificarlo como a "un genio". Sin embargo, no podría obviar que "abusó de mucha gente y se convirtió en un monstruo corrupto", lo que le sirve como referencia para uno de los temas subyacentes en la novela. "Puedo escuchar su música, pero no lo contrataría como canguro de mis hijos", resuelve.
En todo caso, la música de los 70 en Nueva York ha sido uno de los grandes estímulos para encarar la segunda entrega de la trilogía. Recuerda Whitehead que en aquellos años nacieron el hip hop, el punk, la música disco… "Del sufrimiento brotó mucho arte", afirma quien poco después escucharía con entusiasmo a Ramones, Patti Smith y otros iconos de la época. "Me hubiera encantado vivir todo aquello en directo", reconoce.
El cine y la literatura son las otras vigas que sostienen el trabajo de investigación previo a la escritura de esta novela. Películas como El silencio de un hombre (El Samurái), de Jean-Pierre Melville, y French Connection, de William Friedkin, así como algunos libros de Chester Himes, Richard Stark —seudónimo de Donald E. Westlake— y Patricia Highsmith, entre otros, apuntalaron el marco que necesitaba. Con todo, "una investigación es a veces ir andando" por la ciudad y encontrarse con lo que podría ser "un buen lugar para dejar un cuerpo", ha deslizado.
"Nueva York sigue siendo una ciudad tremendamente corrupta", asegura Whitehead, y recuerda que "el alcalde actual está siendo investigado". En este sentido, "es imposible pensar en un sistema que no sea corrupto. La gente nace con el pecado. Es un poco triste, pero sin corruptos y sin villanos, no habría relato", ha dicho. Además, "la gente sigue intentando poner comida sobre su mesa. La ciudad no cambia nunca".
"Rechazaron mis obras cuando era chaval, era muy deprimente, pero fue un buen entrenamiento"
Respecto a Harlem, "siempre ha sido refugio para latinos", apunta el escritor, y "aunque no deja de transformarse, buena parte de aquella energía sigue ahí, no se ha movido". Lo que sí ocurre ahora es que "la población que llega a Harlem es blanca", concede. De alguna manera, "todo vuelve a empezar".
El escritor ha disertado acerca de su obra a través de dos coordenadas ineludibles: el humor y la cuestión racial. Convencido de que ni El ferrocarril subterráneo ni Los chicos de la Nickel albergan temáticas que inviten a recurrir a la broma, considera que "el mundo es muy trágico, pero también muy absurdo". Ray Carney, protagonista de la trilogía de Harlem, sí le proporcionaba esa licencia, de la que se sirve a menudo con éxito. "No hay que tomarse a uno mismo demasiado en serio", concluye. Asimismo, nunca ha pensado en marcharse de Nueva York. No cree que exista más racismo que en cualquier otro lugar.
Whitehead asume el éxito con filosofía. Al filo del estreno de la adaptación al cine de Los chicos de la Nickel, escrita y dirigida por RaMell Ross, asegura que no está esperando que le den el tercer Pulitzer. "Me ha permitido pagar una hipoteca, estar en casa con mi familia y rebanarme los sesos para el próximo libro", confiesa, pues "después del reconocimiento, vuelvo a ser yo frente a la pantalla diciéndome a mí mismo: no la jodas, da la talla, hazlo lo mejor que puedas".
Esta consigna sobrevuela su mente desde que era muy joven, acaso poco después de leer a Stephen King con 11 años. "Rechazaron mis obras cuando era chaval, era muy deprimente, pero fue un buen entrenamiento. Cuando interiorizas que puedes ser odiado por escribir algo, te preparas para enfrentarte al mundo", dice Whitehead, que ya tiene algunas ideas para el futuro: "Terminaré este libro, haré muchas barbacoas, beberé muchas cervezas y leeré muchos libros".