Cine

Rohmer se busca en París

El director Eric Rohmer desnudaba las mezquindades del comportamiento humano

24 diciembre, 2009 01:00

La edición de Eric Rohmer. París rescata piezas de un periodo fundamental (entre 1959 y 1964) en la obra de uno de los principales exponentes de la nouvelle vague. En piezas como Louis Lumière se encuentra ya el embrión de su mejor cine.

El año 1959 el movimiento cinematográfico conocido como la ‘nouvelle vague’ francesa alcanzó su definitiva eclosión. Los críticos de la revista Cahiers du Cinéma, todos ellos educados bajo la tutela de André Bazin, dan el salto al largometraje con películas de características tan novedosas como similares entre ellas, todas con la ciudad de París como un definido espacio natural en el que desarrollar sus narraciones. Hablamos de Al final de la escapada (Jean-Luc Godard), Los 400 golpes (François Truffaut), Los primos (Claude Chabrol), Paris nous appartient (Jacques Rivette) y Le signe du Lion de Eric Rohmer. Todas ellas poseían unos mismos rasgos estéticos. De todos ellos, Eric Rohmer, el más veterano ,y también el más teórico y riguroso del grupo, fue el que peor suerte tuvo: su película tardó tres años en estrenarse y contó con bastantes menos espectadores que las películas de sus colegas. El cofre recién editado Eric Rohmer. París recupera buena parte del trabajo que realizó el cineasta entre 1959 y 1964: el largometraje Le signe du Lion, los cortometrajes Présentation ou Charlotte et son steak (1960) y Nadja a Paris (1964) y los dos primeros "cuentos morales", los únicos con estructura de mediometraje: La panadera de Monceau (1963) y La carrera de Suzanne (1963). La lujosa edición se completa con una pieza básica, Louis Lumière (1968) y con la rara avis que resulta la comedia ligera Les rendez-vous de Paris (1995), película, al mismo tiempo, bisagra y epílogo que se sitúa entre los ciclos de ‘Comedias y proverbios’ y los ‘Cuentos de las cuatro estaciones’.

La más interesante (e inédita en nuestro país) de todas ellas es Louis Lumière. En 1968 Eric Rohmer sitúa frente a su cámara al director Jean Renoir y al alma máter de la Cinemateca francesa, Henri Langlois, tras haber visto 44 piezas de los hermanos Lumière. El objetivo era realizar un mediometraje para televisión que estuviera incluido dentro del ciclo ‘Aller au cinéma’ para el que el realizador ya había realizado un retrato de L'Atalante (1934; Jean Vigo) en una entrevista filmada con François Truffaut. En él, Rohmer interpela con ambas figuras del cine francés a propósito de la obra de los inventores del cinematógrafo. Como excelente crítico que era, Rohmer conduce la entrevista en aras a analizar el verdadero valor de las piezas. Si Truffaut fue el corazón de la nouvelle vague y Godard era el intelecto (y el activista político), entonces Rohmer era el teórico. Se podría asegurar que ningún cineasta, sea del país que fuera, nacido con "los nuevos cines" ha sido tan riguroso y tenaz como lel director de El romance de Astrea y Celadón (2007).

A través de lo extenso de su obra se ha ido imponiendo todo el desarrollo crítico elaborado durante las décadas de los 50 y 60. Las diferencias, tanto a nivel dramático como estético, entre su primer y su último filme son escasas; la obra de Rohmer es una continua estilización de sus principios teóricos convertidos en praxis fílmica, lo que convierte cada una de sus mínimas variaciones en exploraciones de un abismo que no ha hecho más que enriquecer su obra hasta su despedida en el 2007 del campo de la dirección.

Las piezas presentes en ‘Eric Rohmer. París’, más allá de estar ligadas a la ciudad que enuncia el título -de hecho, Présentation ou Charlotte et son steak, ni siquiera se desarrolla en la capital francesa-, sirven para conocer a un cineasta en ciernes, aún sin pulir, aunque con unos principios bastante asentados. Topógrafo de ciudades y de comportamientos, Rohmer trabajaba su mirada semi-documental mientras desnudaba las mezquindades del comportamiento humano. Sin dichas películas sería prácticamente incomprensible la evolución existente entre Le signe du lion y Mi noche con Maud (1969), con la importancia que ello supone tanto para la obra de Rohmer y la evolución de la nouvelle vague como para la historia del cine.