Image: Vuelve la década feliz

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Cine

Vuelve la década feliz

Otro guiño a los 60 en los Oscar con An education

26 febrero, 2010 01:00

Carey Mulligan y Peter Sarsgaard en An education

La directora Lone Scherfig y el escritor Nick Hornby han puesto An education en la carrera hacia los Oscar en tres categorías, incluida la de Mejor Película. Hoy llega a España.

Los años sesenta están de moda y eso, claro, acaba por venderse solo. Ya no se trata únicamente de que a partir de Revolutionary Road (2008, Sam Mendes) se haya reeditado buena parte de la obra de Richard Yates, o de que la serie televisiva de mayor éxito -tanto de crítica como de público- a día de hoy sea la magnífica Mad Men (2007-2009, Matthew Weiner), es que si echamos un ojo a las películas candidatas a triunfar en la inminente gala de los Oscar nos encontramos con tres títulos cuya acción discurre en dicha década: Un tipo serio (2009, Joel y Ethan Coen), Un hombre soltero (2009, Tom Ford) y esta An education (2009) que opta a los premios de Mejor Película, Mejor Actriz y Mejor Guión Original.

En la trastienda de dicho fenómeno encontramos un gusto exquisito por el primitivismo estético y la transgresión moral de los, hasta cierto punto, paradigmáticos modelos de conducta de la sociedad que sobrevivió a la Gran Guerra. Un gusto desaforado por el consumismo, por la evasión, por el disfrute autónomo y tímidamente egoísta, toda una concesión a los instintos primarios en pos de un hedonismo social y cultural que acabaría desembocando en un fin de década tremendamente convulso y agitado. Eran años de transición, de ahí que la máscara pública siguiera siendo la más absoluta corrección, una actitud paradójica que acabaría convirtiéndose en pícara hipocresía.

An education se esfuerza con actitud y cierta solvencia a la hora de retratar las dobleces morales de la sociedad británica de 1961 sin que por ello se necesite extraer lecturas sobre la sociedad contemporánea. Al fin y al cabo ésta es una película-relato que gira alrededor de un cuento moral tan del gusto de su guionista, el escritor Nick Hornby, que, como prueba libro a libro y película a película, es mucho mejor autor que adaptador. El meollo del asunto se encuentra en la educación trascendental que sufre una joven de dieciséis años atrapada entre los férreos códigos de conducta de una familia sin recursos y una escuela clasicista frente al libertinaje que le ofrece un (no tan) joven hombre entregado a la buena vida del arte, los clubs y las vacaciones de lunes a domingo.

De ahí el corte fáustico o de anti-Lolita de la obra: la joven decide entregarse a los placeres primarios y fugaces de su novio y, en consecuencia, será duramente castigada por ello. Nadie se ha de llevar a engaño cuando se asegure que An education es tan conservadora como, por ejemplo, Up in the air (2009): pero ese no es el problema de la película, es el problema que acusa la sociedad de consumo en general. Lo que chirría con mayor fuerza es la escasa sutileza con la que se desarrolla la acción porque aunque Lone Scherfig trate de matizar los arquetipos, la realidad es que ni Hornby es Scott Fitzgerald, ni Scherfig es Eric Rohmer.

La directora danesa de Italiano para principiantes (2000), ergo ex títere del efímero movimiento DOGMA 95, y Wilbur se quiere suicidar (2002), constata en su incursión en el cine mayoritario su funcionalidad a la hora de la puesta en escena de un libreto cerrado junto con un excelente gusto a la hora de elegir y trabajar con los intérpretes de la función. Si An education fluye con ritmo (que no estilo) es gracias a la excelente labor de unos actores de ilusión contagiosa, desde la sorprendente protagonista, Carey Mulligan, al siempre soberbio Alfred Molina. La suma de todos estos elementos vendría a corroborar el interés inusitado que ha despertado una cinta cuya manufactura es más afín a la estética de las tv movies de sobremesa que al melodrama clásico que pretende ser. Es lo que tienen las modas: todas caducan.