Un Pinocho del siglo XXI
Kore-eda sueña despierto con Air Doll
18 junio, 2010 02:00Muñeca protagonista de Air Doll.
Ensoñación, metáfora, melodrama. El director japonés Kore-eda incluye todos estos ingredientes en Air Doll, una nueva entrega que llega hoy a las carteleras con una fábula que subraya la infelicidad.
De ahí que este retrato, etéreo y naïf en un principio, trágico y expeditivo a su cierre, del aprendizaje vital de una muñeca hinchable lanzada a descubrir el mundo tenga más que ver con la dramática historia del Pinocho de Carlo Collodi que con la socarronería berlanguiana de Tamaño natural (1973) o el humor acomodaticio propio del cine indie americano de Lars y una chica de verdad (2008) -ambas películas cuentan con esas extrañas formas de ocio sexual como protagonistas-. Lo interesante surge, entonces, de cómo Kore-eda se las apaña para reconducir el texto de base -el manga de apenas veinte páginas Gouda's Philosophical Discourse: The Pneumatic Figure of a Girl, de Yoshiie Gouda- hacia un territorio reconocible conformado por personas, lugares y acciones afines a su estética del melodrama controlado (sin estridencias, sin ríos de lágrimas, sin poesía barata). El resultado es ambivalente. Kore-eda logra dejar su huella tanto en el minimalismo de la presentación inicial del personaje y su conversión en carne orgánica -un bello momento en el que la mano inflable de la muñeca acaricia una gota de agua y cuyo contraplano es de la mano en carne y hueso de la actriz Bae Doona- como en la acertada mirada, de carácter ensoñador, que posee toda la cinta mimetizando el despertar que sufre esta nueva forma de vida. Un juego metafórico brillante en su planteamiento y en algunas de sus soluciones climáticas -el momento en que la protagonista se desinfla accidentalmente y ha de ser salvada por su primer amor (real) soplando dentro de ella- que trata de rehuir todo tipo de incómodos convencionalismos.
Impulsos líricos
El desequilibrio surge de la tendencia hacia la dispersión y la exageración que ocupa la segunda parte de la cinta, donde si bien se sigue apreciando el rigor compositivo del cineasta, este cede a unos impulsos líricos que rozan lo vergonzante -de repente la obra adopta una extraña esencia no muy alejada al cine de, por ejemplo, Isabel Coixet- como a un modelo de personajes-clichés con un pie en lo macabro y otro en la impostura. Una ruptura incómoda con el aire naturalista con que el director de Distance (2001) integraba el carácter fantástico de la obra dentro del realismo predominante: dejando tras de sí un cuento triste que viene a subrayar la infelicidad de los bondadosos en un mundo devorador, egoísta y malsano.