Image: La decisión de los Dardenne

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Cine

La decisión de los Dardenne

Llega este viernes a nuestras pantallas El silencio de Lorna

30 julio, 2010 02:00

Arta Dobroshi y Jérémi Renier en 'El silencio de Lorna'

Nuevos escenarios pero con las mismas preocupaciones. Luc y Jean-Pierre Dardenne siguen hurgando en la sociedad belga en El silencio de Lorna, con Arta Dobroshi y Jérémie Renier.

Cuando se ha consolidado una forma de concebir y hacer cine, que además ha aportado dos Palmas de Oro de Cannes y un prestigio crítico insuperable, ¿significa que ha llegado el momento de cambiar de rumbo? Los discursos cinematográficos se agotan, pero en ocasiones la sombra del autor (o autores, como en este caso) es tan alargada que cualquier intento de mudar la piel de su arte se transforma en una suerte de auto-sabotaje. La historia del cine está llena de ellos. ¿Qué hacer? ¿Probar otras cosas (a riesgo de equivocarse) o permanecer fiel a un estilo? La decisión no es sencilla. Como uno más de sus personajes de ficción, siempre enfrentados a dilemas morales irresolubles, los hermanos Luc y Jean-Pierre Dardenne parecen haberse planteado esta complicada disyuntiva en El silencio de Lorna, su último y extraordinario largometraje, que llega a nuestras salas más de dos años después de su presentación en Cannes.

¿Qué ha cambiado en El silencio de Lorna respecto a Rosseta (1999), respecto a El niño (2002) o El hijo (2005)? En primer lugar, el escenario. Los belgas siguen rodando en su país, pero esta vez han cambiado los espacios y rincones urbanos de su cine. De la pequeña comunidad industrial de Seraing (que era para los Dardenne como Manhattan para Woody Allen) han trasladado la historia a la ciudad de Lieja. En los dos motivos que esgrimen los cineastas para esta mutación se explican algunas de las conquistas que recorren El silencio de Lorna: "La primera razón es que cuando eres un inmigrante ilegal, como nuestra protagonista, te ves arrastrado a una ciudad grande. La segunda razón, y la principal, era la idea de que Lorna fuera una mujer que viviera de noche, moviéndose entre las luces de la ciudad". En el sustrato de esta atmósfera yace la verdadera convulsión en el cine de los Dardenne, legítimos herederos de una tradición que encuentra sus huellas más nobles en el Neorrealismo y el Free Cinema. El contexto austero y naturalista tan propio de su método, donde la cámara permanece pegada a la piel de los actores, los diálogos son estrictamente funcionales y los tonos se mueven en rangos grisáceos, da paso a partir de un suceso criminal a los tonos y hábitos del ‘film noir', dilatando el suspense y poniendo a prueba la verosimilitud del relato. La mirada del espectador debe transformarse en la transición de la primera a la segunda mitad del filme, claramente delimitada por una poderosa y escalofriante elipsis narrativa, con la que los cineastas proclaman su compromiso moral con lo que cuentan. El espectador abandona la sensación de estar espiando un fragmento de vida (tan propia del cine de los autores de Rossetta) para acabar envuelto en los códigos de un género cinematográfico, con sus villanos, antihéroes y pulsiones de fatalidad.

El universo de los Dardenne siempre ha sido propicio al envoltorio del cine negro. Un envoltorio muy particular en manos de estos cineastas, impregnado de modo muy sutil, que en ningún momento anula el humanismo de su cine. No es casual que El silencio de Lorna fuera galardonado al Mejor Guión en Cannes 2008. En un mundo donde todo tiene un precio, el medido relato en torno al sentido de la culpa deja traslucir una historia de amor abocada a un destino trágico.

Más relato
En el motor dramático del filme entran en juego la inmigrante albanesa Lorna (Arta Dobroshi), un yonqui en rehabilitación (el actor fetiche de los Dardenne, Jérémie Renier) y los entresijos de la mafia rusa en la consecución de papeles de residencia a través de matrimonios de conveniencia. "Hemos hecho una película más compleja y con más relato que las precedentes". En esta leve transformación, los Dardenne han sido lo suficientemente hábiles como para reforzar sus denuncias sociales sin echar a perder su riguroso sentido narrativo. Han cambiado para seguir siendo los mismos.