Image: Viaje al fondo de dos almas

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Cine

Viaje al fondo de dos almas

Llega a las pantallas Submarino, de Thomas Vinterberg

3 septiembre, 2010 02:00

Jakob Cedergren y Finn Bergh en Submarino.

El director danés Thomas Vinterberg reniega de los postulados Dogma en Submarino, una nueva entrega muy alejada de Celebración que indaga en la atormentada vida de dos hermanos.

Dinamarca es el país más feliz del mundo. Eso asegura la Encuesta Valores Mundiales, que realizó en 2008 un grupo internacional de científicos sociales. Pero como su compatriota Lars von Trier, Thomas Vinterberg (Copenhague, 1969) sigue empeñado en demostrarnos que no es así. Submarino, su sexto y último largometraje, el tercero que llega a salas españolas (Celebración y Querida Wendy le preceden), es casi un elogio a la tragedia, un viaje de ida y vuelta por las heridas de la infancia. Como la novela del joven autor danés Jonas T. Bengtsoon en que se basa el filme, el título hace referencia a una técnica de tortura consistente en el ahogo bajo el agua por simulación (con la que estarán familiarizados los seguidores de Jack Bauer, de la serie de TV 24), y que aquí emerge como metáfora de lo cotidiano.

Impulso humanista
Submarino es la crónica de supervivencia psicológica de Nick y su hermano pequeño (un personaje sin nombre), salvajemente traumatizados por una madre alcohólica y la muerte por negligencia de un tercer hermano cuando apenas era un bebé. El etéreo prólogo del filme así nos lo anuncia. Tras la presentación, que ya nos coloca frente a una película grave poco dada a las sutilezas, Vinterberg corta entonces a la vida de ambos hermanos veinte años después. Ninguno de ellos ha podido superar una infancia tan bruscamente amputada.

No se puede negar el impulso humanista que proyecta Thomas Vinterberg en Submarino, pero sí conviene ponerlo en duda. En ocasiones, la inmersión en la infelicidad que propone el relato es tan directa y unidimensional que coloca en suspenso la credibilidad del espectador, obligado a contemplar el cúmulo de desgracias desde una razonable distancia emocional. En su oscura monotonía, rendida a la "poética de la fatalidad" de la que ha hecho santo y seña otro creador como el mexicano González Iñárritu, el filme pierde poco a poco la oportunidad de empatar con los claroscuros de la vida.

Frente a películas tan tozudas como Biutiful o Submarino cabe preguntarse por los límites morales de un creador para quien sus personajes nunca son personas, sino peleles de la adversidad al servicio de un pesimismo exhibicionista.

Estos saltos al vacío de la tragedia, a la fatalidad en cascada, no deberían ofrecer grandes problemas si se articulan dentro de un manifiesto relato de género (como Antes que el diablo sepas que has muerto, de Sidney Lumet), en un artefacto cómico de resonancias mitológicas (como El sueño de Casandra, de Woody Allen) o cuando se filman con punzante realismo (como las películas no menos pesimistas de los hermanos Dardenne). Algo similar es lo que consiguió Vinterberg con la crudeza formal de Celebración -en verdad la única película que, junto a Los idiotas, cumplió a rajatabla los imposibles mandamientos del Dogma 95-, pero la piel de Submarino es mucho menos expresiva que la de aquel extraordinario filme. El cineasta danés ha optado ahora por el academicismo de la puesta en escena, por la imagen neutra, el plano sostenido y por el psicologismo en las interpretaciones de sus actores. Lo único que realmente conecta este nuevo filme de Vinterberg con Celebración es su empeño por mostrar los efectos psicológicos de las infancias maltratadas. Como si del país más feliz del mundo sólo pudiera surgir el cine más trágico y sombrío.