Image: La realidad en 3D

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Cine

La realidad en 3D

Guerin, Isaki Lacuesta y José María de Orbe abren nuevos caminos al documental

17 septiembre, 2010 02:00

La noche que no acaba, de Isaki Lacuesta.

La no ficción tendrá en San Sebastián una presencia muy especial. Numerosos títulos pondrán de manifiesto la vitalidad de un género imparable. José Luis Guerin (Guest), Isaki Lacuesta (La noche que no acaba) y José María de Orbe (Aita) presentarán sus últimos documentales en el certamen.

Tres miradas propias de tres cineastas singulares del cine español. Tres formas de reinventar el documental. Y los tres estarán presentes en San Sebastián. José Luis Guerin (Guest) redescubre el cine directo viajando por el mundo, Isaki Lacuesta (La noche que no acaba) redefine el documental biográfico alrededor del mito de Ava Gardner y José María de Orbe (Aita) propone un fascinante híbrido de ficción y no ficción en un filme tan radical como admirable.

Apuntes del natural
En los círculos de la cinefilia se venía hablando de Guest cuando apenas era un embrión. Se rumoreaba que Guerin viajaba siempre con una cámara y un técnico de sonido a los festivales del mundo donde era invitado a presentar En la ciudad de Sylvia. Comenzó en Venecia y de ahí a México, a La Habana, a Sao Paulo, a Hong Kong, a Nueva York, a Cartagena de Indias... En esas y otras ciudades del mundo, durante un año, este ‘guest' de excepción cruzaba las líneas fronterizas de las instalaciones festivaleras, huyendo de sus insoportables levedades, para capturar el perfume de las calles y el latido popular de sus gentes.

"Al principio pensé hacer un trabajo sobre algunas retóricas en torno al cine... pero decidí salir a la calle con sólo una actitud: la predisposición al encuentro". Guest se va tejiendo así azarosamente, como si fueran Los viajes de Sullivan -con alusión explícita al filme de Preston Sturges-, sólo que de los encuentros y revelaciones de estos ‘viajes de Guerin' va emergiendo algo más parecido a un retablo de El Bosco en blanco y negro, con sus figuras grotescas, desdentados y charlatanes, con sus iluminados y condenados, máscaras de la desesperación que tiñen el filme de un sentimiento apocalíptico. "Me gusta pensar en los primeros pintores impresionistas, que salían a la calle y captaban el movimiento, la fugacidad de la vida", explica el autor de Innisfree, que con Guest marca un giro en su carrera al alejarse de la cuidada estilización -especialmente en Tren de sombras- y acercarse sin temor a la espontaneidad de Jonas Mekas o a la intimidad de Chantal Akerman, maestros del filme-diario con quienes Guerin, de modo nada casual, mantiene sendos encuentros en la película. El jazz destila los paseos del director en un filme que siempre parece estar improvisándose a sí mismo, porque las secuencias de Guest son como apuntes del natural, bocetos veloces que poco a poco van tomando la forma de un testimonio conmovedor de la raza humana en estos tiempos diezmados.

Beberse el cine
Respecto a La noche que no acaba, todo empezó como un encargo de la TCM para que escribiera un guión basado en el libro de Marcos Ordóñez Beberse la vida: Ava Gardner en España. Pero cuando, pasado el tiempo, también le propusieron dirigir el filme, Isaki Lacuesta modificó sustancialmente lo que llevaba escrito para poner en marcha uno de los documentales más intrigantes de los últimos años, un acercamiento heterodoxo al ‘animal más bello del mundo' que se distancia por completo de las acostumbradas hagiografías televisivas sobre estrellas del cine. "La película está montada como un diálogo entre la Ana joven que llega a España en los cuarenta con Pandora y el holandés errante y la Ava mayor que rueda Harem y que muere al poco tiempo", explica el autor de Los condenados. Entre dos primeros planos de la actriz, extraídos de cada una de las películas, transcurre el idilio de Ava Gardner con España, una vida vaciada hasta la última gota. Lacuesta trata de reconstruir sus aspectos biográficos a partir de las mujeres que interpretó en la pantalla. Un diálogo que se refuerza con el que mantienen las narradoras de la película, Charo López y Ariadna Gil, poniendo voz a un texto poético que huye de todo rastro de escabrosidad o sensacionalismo frente al carácter alocado de la actriz, proponiendo en cambio una inteligente deconstrucción del mito. Los testimonios del cineasta Jaime Chávarri, del operador Jack Cardiff o de la actriz Lucía Bosé contrastan con los de algunos "personajes secundarios" en la vida de Ava Gardner: un fotógrafo catalán, el pianista del Hilton, una de sus dobles... Las huellas que la actriz dejó en España van revelando una vida jubilosa pero de reverso amargo. "Hay un fenómeno que hasta el siglo XX no había ocurrido jamás -dice Lacuesta-. Y es que hay gente que ha crecido, ha cambiado y ha madurado frente a las cámaras". Todas las dichas, y todas las inseguridades, esculpidas en el rostro cambiante de una actriz que la primera vez que habló con Cardiff fue para decirle que nunca la fotografiara cuando tuviera el periodo. Genio y figura.

De mansiones y fantasmas
Con su primer largo, La línea recta (2006), José María de Orbe hizo clara su afiliación a un cine extremo y rabiosamente contemporáneo. Y su trayectoria como productor -de Jaime Rosales, de Daniel Villamediana, con quien ha escrito ahora Aita- arrojaba claras señales de su defensa activa por un cine español que no tema los saltos al vacío. Aún y todo, nada nos había preparado para esperar algo tan valioso y sustancial como Aita. Cualquier resumen de la producción está abocado al fracaso, a ofrecer una visión demasiado simple de un filme extravagante y complejo, cuyo vacío argumental anida infinitas sugerencias y resonancias. Digamos que el protagonismo pertenece a un casón familiar vasco del siglo XI (propiedad del director), y que a su alrededor gravitan unos obreros, un guarda, un anciano, un cura (todos actores no profesionales)... pero sobre todo fantasmas, muchos fantasmas. "La película habla de la confluencia que hay en el País Vasco entre lo cotidiano y lo extraordinario -ha explicado el director-, que conviven con una solución de continuidad perfecta".

La fusión de Lumière y Méliès, por tanto, de lo real y lo sobrenatural, da lugar a una inmersión en el imaginario colectivo del País Vasco a partir de los ecos históricos de la familia del cineasta. Un filme ambicioso, sin duda, no inmune a ciertos desequilibrios -depende en exceso de su intelectualismo y de las metáforas que genera-, pero que a su vez tiene la virtud de dialogar cara a cara con la tradición vanguardista española (de Luis Buñuel a Zulueta) y con piezas tan fundamentales de nuestro cine como El espíritu de la colmena o Tren de sombras.