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Política y estética
Liman destapa el atolladero iraquí en Caza a la espía
5 noviembre, 2010 01:00Sean Penn encarna al diplomático-consultor Joseph Wilson.
Entre la tensión estilística y el panfleto neo-liberal, la cinta del americano Doug Liman, que se estrena este viernes, es tan ambivalente como sugestiva.
De ahí que los resultados de la cinta sean tan ambivalentes como sugestivos. La parte negativa -vamos a quitárnosla pronto de encima- surge de la obviedad que nos ofrece el corolario de la misma: el Gobierno americano mintió al mundo al asegurar que había armas de destrucción masiva en Irak. Un objetivo fílmico de nulo suspense que ni conseguirá hacer cambiar de opinión a los aislacionistas republicanos ni dirá nada nuevo al resto de los mortales, quedando la obra como una película-denuncia que servirá a las generaciones venideras para enterarse de lo acontecido las semanas previas a la invasión del país que gobernaba Hussein. Eso no es algo que nos interese especialmente.
Ejercicio impecable
Entonces, ¿por qué destacar Caza a la espía de entre todo el cúmulo de estrenos que nos llegan semanalmente? La respuesta es sencilla: la película de Liman es un ejercicio cinematográfico impecable, de una tensión que electrifica cada una de las devastadoras secuencias del filme. Película de interiores -despachos, casas, platós de televisión- y de magnéticas interpretaciones -tanto Watts como Penn rozan la perfección-, Caza a la espía es tanto un thriller político heredero de la convulsión estilística creada por la afamada "generación de la televisión" -de El mensajero del miedo de John Frankenheimer a Todos los hombres del presidente de Alan J. Pakula- como un drama romántico donde asistimos a la ruptura paulatina de una pareja condenada al escarnio público.
Liman compagina ambas corrientes argumentales mediante una narrativa acelerada, sin conceder ningún tipo de respiro al espectador. La crítica socio-política acaba, por suerte, quedando en un segundo plano frente a la avalancha de imágenes que salpican la pantalla: un laberíntico juego de engaños trillados a partir de diálogos sin fisuras y una puesta en escena que mira tanto a Henri-Georges Clouzot (la tradición avant-modernista europea es la principal responsable de la convulsión estética de la cinta) como a Sidney Lumet (del que Liman recupera el gusto por la preservación de la voluntad individual en un mundo tan implacable como oligofrénico).
Con las cartas puestas encima de la mesa el espectador deberá juzgar qué película le interesa más: si el panfleto político neo-liberal que subraya las mentiras de un Gobierno que no se detiene ante nada ni nadie para lograr sus fines o la voluntad de estilo de un realizador que no ha dejado de demostrar que sabe moverse a la perfección en un terreno netamente mainstream, sin por ello caer en ningún tipo de concesiones al gran público que puebla los centros comerciales. Que nadie se lleve a engaños: ésta es una película difícil, casi minimalista, quién sabe, quizás por eso nos gusta tanto.