Image: Gijón todavía está aquí

Image: Gijón todavía está aquí

Cine

Gijón todavía está aquí

El festival asturiano privilegia el cine europeo y latino

19 noviembre, 2010 01:00

Fotograma de Tilva Ros, de Nikola Lezaic.

Alta presencia española y europea, moderada presencia americana y nula presencia asiática. En estos parámetros se conjuga la Sección Oficial del 48 Festival Internacional de Cine de Gijón, que se inaugura este viernes y que mostrará sus cartas hasta el próximo sábado. Ciclos dedicados a la Escuela de Berlín y al francés Eugène Green, entre otros, completan una atractiva ruta por el cine contemporáneo.

Todavía estoy aquí. I'm Still Here. Es el título de la película de Cassey Affleck que inaugura este viernes el Festival Internacional de Cine de Gijón (FICXixón), y también podría ser la orgullosa declaración de intenciones de un certamen que ya alcanza su 48 edición. Por suerte, Gijón todavía está aquí. Y lo está a pesar de las sucesivas crisis que amenazan sus saltos al vacío en tiempos propicios para el conservadurismo: a pesar de la crisis económica que, cómo no, ha recortado su presupuesto en las últimas ediciones (se sitúa este año en los 850.000 euros, apenas un 13% del que dispone San Sebastián); a pesar de la crisis del modelo de festivales internacionales, entregados la mayor parte de ellos a fórmulas de generación de expectativas que Gijón se empeña año tras año en detonar, y a pesar de la crisis del cine en general, al que un año sí y otro también dan por muerto... Gijón todavía está aquí un poco quizá como lo está Joaquin Phoenix en el discutible mockumentary de Affleck, entre el cine y el hip-hop, entre la sorna y el rigor, entre conmover o hacernos reír... haciéndole ascos a la alfombra roja y pavoneando su independencia.

La programación de un festival como el de Gijón, cita indie por excelencia del territorio español, va más allá de hacer inventario y selección de importantes citas como Rotterdam, Toronto, Venecia, Berlín, Sundance, Cannes o el Bafici de Buenos Aires. El programa se nutre de subtextos, de conjeturas, de hilos invisibles que de algún modo conectan las películas en liza. No privilegia los grandes nombres, sino las películas capaces de provocar grandes alteraciones (para bien o para mal) en las expectativas del espectador. Para no andarse con rodeos, después de Cassey Affleck, quizá el nombre más sonado (y es un decir) de la Sección Oficial sea el del rumano Cristi Puiu, autor de La muerte del señor Lazarescu, quien cinco años después regresa a la dirección con una cinta no menos monumental, Aurora, crónica sombría, serena y precisa de uno de los asesinos paranoides más aterradores que ha ofrecido el cine moderno... interpretado por el propio Puiu. La contundencia generacional del Nuevo Cine Rumano quedará expuesta también con Mardi, dupa Craciun (Radu Munteaun), un (melo)drama familiar en torno al adulterio rodado con una estricta y reveladora visión cinematográfica, de secuencias voyeurísticas filmadas en tiempo real y con sublimes actores.

Antropología latina
Dieciséis películas y diez cinematografías a concurso. De ellas, casi un tercio (cinco) en lengua española. Si los números hablan por sí mismos, el protagonismo de la competición recae en nuestro idioma: dos filmes mexicanos, uno argentino y tres españoles. Así como no es nada frecuente que un festival internacional de tenencias cinematográficas ignore por completo el cine asiático en su sección a concurso (lo que denota una postura muy clara sobre las derivas del cine de autor), tampoco lo es encontrar tanta representación latina.

En la selección asturiana se percibe una querencia al enfoque antropológico, común en las tres propuestas latinoamericanas. Año bisiesto, del debutante mexicano Michael Rowe -que obtuvo la Cámara de Oro en Cannes-, es sobre el papel un cóctel de Intimidad (Hanif Kureishi / Patrice Chéreau) y La pianista (Elfriede Jelinek / Michael Haneke). En la pantalla, el filme va mucho más allá en su grado de experimentación: un pequeño espacio donde encerrar a dos caníbales del sexo y filmarlos en plano sostenido; una película sin apenas palabras, con actores que no parecen actuar.

También dada a mostrar antes que a narrar, a desentrañar relaciones entre extraños a partir de los gestos y no de las palabras, la otra película mexicana en disputa, Alamar (Pedro González-Rubio), propone un viaje sensorial al Caribe en compañía de un hombre de origen maya y su hijo. Se trata de un híbrido documental tan en boga para los nuevos cines, algo que comparte con la argentina Los labios (Ivan Fund y Santiago Loza), filme que se desdobla en una parte de ficción y otra de no ficción, donde congrega las memorables interpretaciones de tres mujeres en un ruinoso hospital al norte de Santa Fe.

Habrá espacio en Gijón para la reformulación de los géneros clásicos, como el western, que en manos de la norteamericana Kelly Reichardt adquiere la forma poética de Meek's Cutoff, esa película de tiempos dilatadas en torno a los primeros colonos del Oeste, que en Venecia fascinó a los críticos más despiertos y aburrió a los más trasnochados. En un certamen que lleva como insignia su capacidad para descubrir para el público español grandes autores independientes -de Larry Clark a Claire Denis-, también hay espacio para los grandes debuts, como Blue Valentine (Derek Cianfrance), la otra película norteamericana a concurso, una suerte de Minnie & Moscowitz (1971, John Cassavetes) contemporáneo que sigue a lo largo de los años las desgarradoras turbulencias emocionales de un matrimonio.

Otro debut impactante procede de Serbia. La película Tilva Ros, de Nikola Lezaic, trasciende el tópico construido en torno FICXixón -películas de adolescentes airados, música y look modernos- para ofrecer un retrato genuino (es decir, con verdad) de esos niños de la guerra balcánica que hoy son unos jóvenes desorientados, deseosos de emancipación. Como si fuera un Paranoid Park en crudo, sin estilismos, los jóvenes no actores del filme se desenvuelven en el universo jackass de los skaters, entre la parálisis afectiva y el humor agresivo. La comedia pura tendrá apellido francés: Mammuth especula en torno al humor negro con rostros de relumbrón como Gerard Depardie o Isabelle Adjani. Completan la privilegiada presencia europea del festival, la claustrofóbica película rusa How I Ended This Summer (Alexei Popogrebsky) y el thriller alemán The Robber (Benjamin Heisenberg), dos nuevas vueltas de tuerca al cine de género.

Joyas paralelas
El filme de Heisenberg se ofrece como extensión del ciclo dedicado a la "Escuela de Berlín", que a lo largo del certamen irá deshilvanando los extrañamientos, silencios y melancolías de los nietos del Manifiesto de Oberhausen: Thomas Arslan (Im Schatten), Christian Petzold (Jerichow), Maren Ade (Entre nosotros), Ulrich Köhler (Bungalow), Henner Winckler (Klassenfahrt)... cineastas transitivos que filman almas solitarias girando en círculos hacia un futuro incierto. Gijón también exhibirá las siete películas del francés Eugène Green (que podrán verse por primera vez en España), autor que debutó con cincuenta años con una obra de absoluta madurez, Tout les nuits (2001), y que desde entonces ha construido una de las filmografías más contundentes del cine contemporáneo... pulcra, rigurosa y elegante, preocupada por los misterios de la pasión. Festival de y para outsiders, FICXixón pondrá también su foco sobre las desconocidas obras de Jim Longinotto, Reynold Reynolds y Johannes Nyholm mediante sendas retrospectivas. Casi con medio siglo a sus espaldas, Gijón todavía está aquí. Esperemos que por mucho tiempo.

Talentos españoles a concurso

Se dice rápido, pero será la primera vez en quince años que en la competición del festival participen tres títulos españoles: Todos vós sodes capitáns (Oliver Laxe), Todas las canciones hablan de mí (Jonás Trueba) y La mitad de Óscar (Manuel Martín Cuenca). Significativamente, las tres obras proceden de jóvenes directores (dos de ellos debutantes) que, en un movimiento análogo al que viene realizando el Festival de San Sebastián con sus "apuestas españolas", no representan las opciones más acomodaticias de la industria. Con estas opciones, a las que habría que sumar a Borja Cobeaga -su segundo filme, No controles, clausurará el certamen-, Gijón parece aventurarse a determinar por dónde pasan algunos de los talentos más prometedores del cine español. Y probablemente no se equivoque.

El filme del gallego Oliver Laxe, premio FIPRESCI en la Quincena de Realizadores de Cannes, tiene su punto de partida en un taller de cine que impartió el director en Tánger para niños excluidos socialmente, y con quienes terminaría haciendo una película que se apropia de lo real para edificar una ficción. A pesar de los ingredientes -niños con problemas de conducta en un país exótico-, Todos vós sodes capitáns se aleja por completo de las taras humanistas con las que suele pertrecharse el cine occidental cuando se acerca a realidades desfavorecidas.

El debut absoluto será el de Jonás Trueba (hijo de Fernando y sobrino de David) con la deliciosa Todas las canciones hablan de mí, una carta de amor al cine de Truffuat en torno a un joven melancólico, Ramiro (Oriol Vila), que trata de sobrevivir a la resaca de una relación amorosa de seis años con Andrea (Bárbara Lennie). Cómica y nostálgica, quizá autobiográfica, Trueba se adentra en las incongruencias del amor y el deseo a través de sus pasiones cinéfilas, literarias y musicales. Una película de asfalto, de cafés, parques y poemas, de jazz y cigarros, que transcurre en el Madrid actual como podría hacerlo en el París de los sesenta.

En contraste con el fervor verborreico y los rincones urbanos del filme de Trueba, Manuel Martín Cuenca entrega su cine a una poética del silencio y los espacios desérticos, a las incertidumbres emocionales y narrativas, en La mitad de Óscar, su quinto largometraje. Tres propuestas que no podrán pasar inadvertidas.