Jeff Bridges en Valor de ley, de los hermanos Coen.

La cita es el jueves 10. El estreno europeo del último filme de los Coen, abriendo el 61 Festival de Cine de Berlín. Al día siguiente, Valor de ley, novela de Charles Portis que ya dirigiera Henry Hathaway hace cuarenta años, se estrena en salas españolas. Avanzamos en estas páginas las claves del nuevo filme de Joel y Ethan Coen, así como un repaso a lo que podrá dar de sí la Sección Oficial de la Berlinale que, a falta de grandes figuras, confía en el poder de las películas a concurso.

Los Coen no son extraños en Berlín. Su película de culto El gran Lebowski tuvo allí su presentación europea en 1998. Incluso un remake chino de Sangre fácil -perpetrado por el maestro Zhang Yimou- tuvo su paso fulgurante el año pasado por el certamen berlinés. Pero el próximo jueves será la primera vez que los hermanos de Minnesota inauguren la Berlinale a lo grande, exhibiendo la épica de un extraordinario western. Lo harán fuera de concurso y tras recibir diez nominaciones a los Oscar con la que probablemente será una de sus películas más recordadas con el tiempo.



Habrá quienes se empeñen en referirse a Valor de ley (True Gift) como un 'remake' del mismo título que dirigió Henry Hathaway en 1969 (y donde John Wayne hacía, en uno de sus últimos papeles, de sheriff tuerto y cascarrabias), pero en verdad es una nueva adaptación, mucho más dramática, de la novela de Charles Portis. "Vimos la película de niños -explica Joel Coen-, pero no la recordábamos bien. La gente nos pregunta si la película con John Wayne ha sido un factor intimidatorio y cosas así, pero honestamente, no hemos pensado mucho en ella, sólo pensábamos en el libro".



Para Joel y Ethan Coen, este viaje iniciático de una joven niña a la caza del asesino de su padre -acompañada por dos curtidos hombres de la ley- lleva en su interior todos los ingredientes de un western clásico -en el sentido estricto del género, el primero en su filmografía- y muchos otros de los grandes temas que constituyen su obra desde que debutaran con Muerte entre las flores hace veinte años. Como No es país para viejos, se trata de la crónica oscura y violenta de una persecución, si bien Valor de ley intercambia realismo por fábula, y añade algo esencial para el filme y completamente nuevo en el cine de los Coen: el punto de vista infantil. "Es muy interesante que la protagonista sea una niña de catorce años en busca de justicia. Nos gusta el poder que tiene así la historia. La hacía muy atractiva a la hora de filmar", explica Ethan. La debutante Hailee Steinfeld interpreta con asombrosa confianza a la joven de catorce años Mattie Ross, determinada a vengar la muerte de su padre a manos del cobarde Tom Chaney (Josh Brolin). La determinación y la madurez que transmite la debutante Steinfeld a su implacable personaje merece sin duda ese puesto que se ha ganado entre las cinco candidatas al Oscar.



Del Texas de 1980 (No es país para viejos) al Viejo Oeste de 1870, los Coen dibujan de nuevo una América brutal y salvaje, oscura y primitiva, donde la pequeña Ross se adentra en un mundo regido por códigos de violencia y de traición. Un mundo podrido y terrorífico. El tono lúgubre y pesimista de Valor de ley es tan sólo el primer gesto del filme de los Coen en su alejamiento de la versión de 1969, en la transformación radical de tono a la hora de adaptar a Portis. Si la película de Hathaway se vistió como un western cómico, extrayendo sonrisas a costa del 'abuelete' gruñón John Wayne, el cada vez más imponente Jeff Bridges dota al desvalido y alcohólico sheriff Rooster Cogburn de una mayor profundidad dramática, de un heroísmo cansado y fatalista.



Junto a la valiente Ross y el Texas Ranger LaBoeuf (un casi irreconocible Matt Damon), que por su lado también va a la caza del asesino Chaney para cobrar la recompensa, los tres buscadores forman uno más de esos pintorescos grupos humanos que pueblan las películas de los Coen, seres desplazados para quienes los planes nunca pueden salir bien.



El influjo de Laughton

Los Coen han invocado repetidamente una pieza mayor del arte cinematogáfico, La noche del cazador, como fuente de inspiración de su western, con el que parecen dar un salto hacia un cine adulto y hermanarse con los grandes del cine americano. Su reconocible sello no está tan a la vista en Valor de ley como en el resto de su filmografía. Lo han sumergido bajo la apariencia de un filme para todos los públicos, pero donde el romanticismo no redime ningún crimen. Ya no reconstruyen paródicamente su herencia fílmica, sino que hacen esfuerzos por parecerse a ella. Y en verdad, este relato sobre la pérdida de la inocencia en un entorno cruel y hostil, tiene muchos puntos en conexión con la obra maestra de Charles Laughton. De hecho, los Coen hacen sonar en los créditos finales el himno evangélico Leaning on the Everlasting Arms que se repite como un mantra en el filme protagonizado por Robert Mitchum, encarnando al siervo de Dios más aterrador que ha dado la pantalla. La desvalida mirada infantil de Mark Twain o la conciencia culpable que gravitan en filmes como Matar a un ruiseñor están impecablemente trasladados en clave Coen a este relato contado en primera persona, que se abre con un proverbio bíblico: "La maldad huye cuando nadie la persigue".



Los Coen siguen siendo ellos mismos a pesar de todo. En la escena del ahorcamiento de la que es testigo Ross al inicio del filme, y a la que añaden un chiste racial inconcebible en la versión de Hathaway, por ejemplo. En todo el humor macabro que por momentos se adueña de la historia. Y también en el aura de patetismo que rodea a unos personajes demasiado cínicos como para sentirse héroes. A su modo, este western con más palabras que disparos, con más escenas nocturnas que diurnas, con mayor renuncia al efectismo que de costumbre en los Coen, se expresa mejor en su estética que en su ética. El espectáculo de un cuerpo colgando de un árbol o de un oso cabalgando un caballo configuran una poética de lo onírico (el Viejo Oeste como un territorio de fábula) que congracia la película con el Dead Man de Jim Jarmusch, y también con toda la herencia fantasmal del neowestern. Incluso el abrupto epílogo de Valor de ley guiña el ojo a El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford, última de las grandes piezas de un género que lleva demasiado tiempo resurgiendo de sus cenizas.

Fuego en las retinas

Un año mayor, ya van 61, la Berlinale vuelve a entender en esta edición que el cine será político o no será, porque el poder de influencia conlleva ciertas responsabilidades. El cineasta iraní Jafar Panahi, encarcelado y enmudecido por el régimen de Ahmadineyad, ya protagonizó algunos minutos de reclamo mediático en Cannes (con Juliette Binoche y Abbas Kiarostami al frente), pero dado que el cerco de intransigencia en torno al autor de El globo azul se cierra más y más (condenado a seis años de cárcel y a veinte años sin poder hacer películas), Berlín le ha reservado un simbólico lugar en el Jurado presidido por Isabela Rossellini y proyectará sus películas en diversas secciones a lo largo del certamen. A competición, lo nuevo de Asghar Farhadi (Nader and Simin, A Separation) representará la cinematografía iraní del momento.

El cine siempre anda necesitado de sacudidas. Ese parece ser uno de los grandes propósitos de los festivales (sobre todo los de clase A): encontrar esa película que sacuda algunos cimientos y encienda el fuego en las retinas. Y si la película no existe, se crea el acontecimiento. Uno de ellos será la premiere mundial de The Turin Horse, última película de Béla Tarr si el director húngaro es fiel a su palabra. Con la habitual gravedad y alta estilización de sus trabajos, su despedida será el relato inventado del suceso que aparentemente llevó a Friedrich Nietzshe a la locura y el mutismo durante los once años previos a su muerte. Otros nombres de la Sección Oficial (22 películas, de 18 países) también despiertan el moderado interés de la comunidad cinematográfica. Y es que la selección de las 16 películas a concurso deberá ofrecer mucho más de lo que aparenta sobre el papel: nombres en su mayoría de probada solvencia, pero desconocidos más allá de los circuitos festivaleros: el francés Michel Ocelot (con la animación Les contes de la nuit), el coreano Lee Yoon-ki (Come Rain Come Shine), el argentino Rodrigo Moreno (Un mundo misterioso), el ruso Alexander Mindadze (Innocent Saturday), el austriaco Wolfgang Murnberger (My Best Enemy), etc.

Para seguir con la costumbre berlinesa, España quedó un año más fuera de concurso -las películas de Fernando León, Icíar Bollaín o Isabel Coixet en secciones paralelas ni siquiera son un consuelo, como tampoco la presencia de Jaume Collet-Serra a competición con el thriller norteamericano Unknown-, y el cine alemán ocupa un lugar destacado: lo nuevo del miembro de la Escuela de Berlín Ulrich Köhler (Sleeping Sickness), la primera ficción del documentalista Andre Veiel (If Not Us, Who), y las cintas fuera de concurso de un debutante, Yasemin Samdereli (Almanya), y un veterano, Wim Wenders (Pina), con un filme en 3D sobre Pina Bausch. La representación norteamericana se reparte entre lo visible y lo invisible, es decir, entre los Coen (inaugurando fuera de concurso) y el gesto indie de la videoartista Miranda July, que con The Future podrá revalidar el talento mostrado hace unos años en Tú, yo y todos los demás. Los debuts en la dirección de intérpretes como Ralph Fiennes (Coriolanus) o Victoria Mahoney (Yelling to the Sky) seguramente despertarán más atención mediática que otras óperas prima en disputa por el preciado Oso de Oro, como sin ir más lejos El premio, de la mexicana Paula Markovitch, o Margin Call, del norteamericano JC Candor.