Opciones múltiples, variadas y de calidad. Que invitan a disfrutar y a reflexionar con y sobre el cine. No todas las semanas puede decirse lo mismo. Al calor de los Oscar, las pantallas españolas estrenan numerosos títulos norteamericanos que optarán a diversos premios en el reparto de las estatuillas. Se suman esta semana a la cartelera Valor de ley, Winter's Bone y I'm Still Here.



La feliz coincidencia de las películas de los hermanos Coen y de la debutante Debra Granik propone un interesante juego de similitudes y resonancias que vienen a comentar ciertas tensiones en el cine americano. Dentro de sus diferencias -un western de industria y un relato suburbial indie-, ambos filmes comparten prácticamente argumento y atmósfera, al describir el viaje iniciático a los confines del horror a través de la perpleja mirada de una joven enfrentada a un mundo lúgubre y despiadado. En Valor de ley es la pequeña Mattie Ross y en Winter's Bone la joven Ree quienes, trazando itinerarios similares, emprenden la búsqueda del espíritu de sus padres. Las dos actrices debutantes que las interpretan -Hailee Steinfeld y Jennifer Lawrence- han recibido sendas nominaciones por sus trabajos.



Del Viejo Oeste de 1870 a la trastienda de la América del bienestar en el siglo XXI -los suburbios de ignorancia y miseria donde perviven las huellas de la historia y la crueldad de una tierra salvaje-, ambos filmes parecen diseñados para exhibirse en programa doble. Veríamos un desarrollo, entonces, de las poéticas del western (el clásico y el fantasmagórico), del aislamiento y la podredumbre cívica de sus personajes, y no sólo porque Valor de ley es en cierto modo un 'remake' de aquella película del mismo título que dirigió Henry Hathaway en 1969 -sólo que más siniestra y menos cómica-, sino porque las montañas Orzaks de Winter's Bone confluyen directamente con los territorios polvorientos del género norteamericano por excelencia. En ese programa doble veríamos también cómo contextos y edades tan distintos pueden unirse a través de la literatura de Carson McCullers o Charles Dickens, de cómo la huella de Los contrabandistas de Moonflet, El cazador o Dead Man resurgen con fuerza en dos películas norteamericanas que son lo mismo y otra cosa al mismo tiempo.



Con I'm Still Here, el documento que realizó Cassey Aflleck del patetismo exhibicionista de su cuñado Joaquin Phoenix -que anunció el abandono del cine para empezar una carrera como cantante hip-hop… o para interpretar el mejor papel de su vida-, el "falso documental" podría haberle dado otra vuelta de tuerca a la credibilidad del espectador, que en esta cultura del espectáculo ya no sabe si creer en el simulacro o en la realidad porque tampoco encuentra el modo de discernir entre ellas. Sin embargo, la operación de enmascaramiento de Affleck / Phoenix se queda a medio camino o, más bien, en la superficie de las cosas. Una vez expuestas las secretas intenciones del filme, la redundancia de las situaciones (Phoenix haciendo el ganso) conduce al tedio y la propia película delata su falta de convicción en lo que propone cediendo terreno a los lugares comunes de una ficción. La película plantea interesantes cuestiones en torno a la propia naturaleza de un documental (o de las fronteras del fake documentary), pero su interés termina asfixiado por la mayor de las patrañas del filme: que está hecho a mayor gloria del ego de Phoenix, cuando el actor -adoptando la pose del juguete roto, la estrella decadente y el artista ermitaño- quiere dar a entender todo lo contrario.

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Una película que sin embargo no recurre a máscaras de ningún tipo, sino que se ofrece completamente limpia y transparente en sus intenciones -por excéntricas o diletantes que parezcan- es Dispongo de barcos, de Juan Cavestany. El genuino humor surrealista que convoca el dramaturgo y cineasta en esta historia de cuatro hombres de destinos entrecruzados deambulando por una ciudad extraña lleva en sus tripas la suficiente consistencia como para llamar nuestra atención. Hay en este filme pequeño -rodado sin presupuesto, entre amigos de la profesión y con una handycam a lo largo de un año-, huidizo y enigmático, que se complace en el absurdo, una meritoria búsqueda de atmósfera, un sentimiento particular y percutiente (con especial apoyo en la música y el sonido), que navega entre el exceso y el vacío, pero que conduce a una feliz aventura cinematográfica, como si la película fuera un espécimen curioso que no podemos dejar de observar.



Los espectadores que prefieran sin embargo vibrar con el artificio tecnológico están también de suerte pues la cartelera trae de vuelta a James Cameron, el abanderado del 3D, a cargo de la producción de El santuario, una aventura submarina (la otra pasión del director de Titanic y Avatar) filmada con lo último en tecnología estereoscópica. El santuario relata la lucha por su supervivencia de un equipo de submarinistas atrapados en una cuevas subacuáticas del Pacífico Sur.