Cine

Los fantasmas de Salazar

El filme luso 48 da voz y rostro a los presos políticos

3 junio, 2011 02:00

Imagen de 48, de Susana Souza Dias

En un filme espeluznante, 48, Susana Sousa Dias confronta a los reos políticos de la dictadura de Salazar a sus terribles pasados. El filme, realizado con fotografías y testimonios orales, se puede ver a partir de hoy en el espacio Matadero.

Es la pregunta a la que se ha enfrentado el cine desde que el holocausto judío sesgó su historia en dos mitades: ¿cómo se filma lo inefable, lo que no se pudo filmar? Después de la fundamental Noche y niebla (Alain Resnais, 1955), documentalistas como Marcel Ophüls (La pena y la piedad, 1969), Claude Lanzmann (Shoah, 1985) o Rithy Panh (S-21. La máquina roja de matar, 2003) han dado su particular respuesta a esta cuestión moral que recorre todo el cine: huir de la representación ficticia y aferrarse a las palabras antes que a las imágenes. Godard y Lanzmann mantuvieron en los años setenta un encendido debate al respecto. Steven Spielberg con La lista de Schlinder (1993) no hizo sino allanar el camino a la definitiva victoria de la poetización cinematográfica del horror.

La misma cuestión -mostrar o no mostrar- es a la que se enfrenta Susana Sousa Dias (Lisboa, 1962) en 48, donde ofrece una espeluznante y rigurosa revisión histórica de los años de plomo durante los 48 años de dictadura de Salazar (1926-1974) a través de testimonios gráficos y orales de docenas de presos políticos. La fuerza de este filme-artefacto procede de su método, basado en la repetición de imágenes inmóviles: las voces de los supervivientes sobreimpresionadas en las fotos que les fueron tomadas por la Policía Militar en sus ingresos y salidas de las cárceles del régimen a lo largo de los años. Sousa Dias ya empleó imágenes de archivo para elaborar su anterior filme, Naturaleza Morta, en el que también despertaba los infiernos de la dictadura.

En 48 los supervivientes se enfrentan a sus retratos, que nunca habían visto antes, muchos años después de haber sido tomados. Mediante la regresión, el espectador descubre el modo en que los métodos de tortura intervienen en los rostros y las miradas encarceladas a lo largo de los años, y cómo los supervivientes reaccionan ante esos cambios -mostrados en un efecto morphing, viéndoles envejecer, engordar o transformarse radicalmente-, describiendo la actitud de resistencia que adoptaron en el momento de ser encarcelados (sonriendo a cámara, con el ceño fruncido, con arrogancia juvenil…) y cómo sus estancias en las cárceles fueron alienándolos, disolviéndolos, arrancándoles todo rastro de identidad. Los retratos aparecen lenta o súbitamente y desaparecen en prolongados fundidos a negro, reforzando la condición fantasmagórica de sus existencias, apenas documentadas en ese puñado de fotos que conserva la burocracia policial. "La tortura es la muerte lenta", dice con voz rota uno de los presos, impresionado, conmovido y aterrorizado cuando súbitamente viaja a su terrible pasado al contemplar las fotos que la directora coloca delante de él, tal y como las coloca en la pantalla.

Montaje en bucle

La sobriedad conceptual de 48 propone una verdadera experiencia de inmersión en los sórdidos tiempos de la dictadura salazarista y sus métodos de vejación, de los que se desprende una selectiva y sistemática "tortura de género" (con preferencia por la "tortura del sueño") que los testimonios en off de los presos van desmenuzando en una polifonía de voces. Numerosas historias que acaban formando la Historia, pues a partir de las experiencias individuales toma forma una terrorífica semblanza colectiva. El montaje en bucle del filme que se proyecta a partir de hoy (y hasta finales de junio) en la nave 16 de Matadero, en el marco de PhotoEspaña, acentúa más si cabe ese carácter de inmersión claustrofóbica, al replicar ad infinitun en un cuarto oscuro (un calabozo) la extraordinaria, radical y depurada "puesta en escena" de este filme tan necesario como escalofriante.