Cine

Superhéroes de arte y ensayo

Matthew Vaughn prueba la vitalidad del género con la precuela de X-Men

3 junio, 2011 02:00

X-Men. Primera generación, de Matthew Vaughn.

El director de Kick-Ass se une al cine de calidad basado en el cómic con X-Men. Primera generación. El filme se suma a un fenómeno en el que han recalado grandes autores del cine comtemporáneo, desde Shyamalan a Gondry pasando por Ang Lee.

Érase una vez un tiempo en el que los superhéroes, esos tipos vestidos con pijamas ajustados, eran gente sencilla, esencialmente divertidos y campechanos. Sus aventuras, originarias del cómic, llegaban al cine en forma de productos matinales y de consumo sin otra pretensión que entretener. Así fueron los filmes de superhéroes hasta que en los sesenta el Pop Art se apropió de ellos para utilizarlos de forma abiertamente moderna y subversiva, pero conservando la frivolidad y un humor generalmente camp (de la serie televisiva de Batman a la Barbarella de Vadim, el Diabolik de Bava o la Modesty Blaise de Losey).

En los últimos setenta, y a lo largo de los años ochenta, el triunfo de los efectos especiales y el retorno de la gran aventura -La guerra de las galaxias, Indiana Jones…-, en un Hollywood que intentaba volver atrás en el tiempo rescatando el cine clásico a su manera, convirtió las películas de superhéroes en superproducciones. Pero sus realizadores eran, sobre todo, hombres del cine comercial y la Serie B venida a más: Richard Donner, Jeannot Szwarc, Richard Lester e incluso el primer Tim Burton. Aunque eran filmes espectaculares, caros y bien realizados, seguía primando el humor, el sentido de la maravilla y la ingenuidad. Entonces llegó el año 2000, y todo se volvió oscuro y extraño.

Puede que empezara con un filme que no estaba basado en ningún cómic, pero recogía el oscuro devenir de los superhéroes en las historietas de autores como Alan Moore, Frank Miller o Grant Morrison. El protegido, de M. Night Shyamalan, tenía mucho de estos, además de utilizar el propio mundo del cómic como elemento fundamental para su oscura fábula moralista de tintes nietzscheanos. Además, Shyamalan era ya un nombre con cierto peso, gracias al éxito de El sexto sentido. Quizá no tuviera nada que ver, pero ese mismo año fue también el de X-Men, adaptación del cómic Marvel que firmaba ni más ni menos que Bryan Singer, uno de los talentos del último Hollywood, que nos había asombrado con su sofisticado neonoir Sospechosos habituales. Singer, de alguna forma, mantenía el espíritu original... pero también se las apañaba para introducir sendas reflexiones metafóricas sobre el racismo, la condición gay, el holocausto nazi y la política conservadora norteamericana. Había nacido el cine de superhéroes de autor o, si se prefiere, de arte y ensayo.

Desde entonces hasta hoy, es un no parar. Los filmes de superhéroes Marvel o D. C., de personajes de manga o viejos seriales, disfrazados de arañas o de murciélagos, ya no los dirigen honestos profesionales de la exploitation, no, ahora se los disputan encarnizadamente los directores más prestigiosos, con ínfulas autorales, y algunos -el colmo- de origen europeo u oriental. Ang Lee, el de Brokeback Mountain, puso todo su sentido y sensibilidad en Hulk, convirtiendo a La Masa en versión atormentadamente edípica del Dr. Jeckyll y Mr. Hyde. Más convincente fue el Batman Begins de Christopher Nolan, quien tras mostrar también su habilidad con otra ingeniosa pieza neonoir invertida -Memento-, decidió invertir a Batman, partiendo del concepto de los cómics de Frank Miller, de freak timburtoniano o loca furiosa en los filmes de Joel Schumacher, en tortuoso, torturado y sufriente justiciero vengador, de resabios shakespearianos, que seguiría triunfando con El caballero oscuro, y amenaza retornar el año próximo en The Dark Knight Rises. Más humilde, Sam Raimi, mítico creador de piezas gore como Posesión infernal, plasmó al idolatrado Spiderman en clave de soap opera juvenil que, tras inicios prometedores, acabó por caer en excesos moralistas y ñoños.

El daño estaba hecho. Singer abandonó la dirección de sus X-Men, quedándose solo en la producción, para crear con Superman Returns uno de los castañazos más sonados del género, a base de introducir en su historia indigestos elementos de culebrón televisivo, pretendidamente psicológicos y emotivos (hijos secretos, romances rotos y un cruce final entre Hospital General y Superman). Ahora será Zack Snyder quien, después de salir relativamente indemne de Watchmen -la saga de cómic de Alan Moore que prometía acabar con los superhéroes... pero no lo hizo-, dirigirá Man of Steel, el retorno de Clark Kent.

Mientras, Singer ha elegido para la precuela de X-Men a un cineasta inglés ligado al renacer del noir británico, Matthew Vaughn -no solo dirigió Layer Cake, sino que ha producido a Michael Ritchie-, quien ya demostró su buen hacer con Kick-Ass. Listo para machacar. También gangsterilmente británico es el autor de Push, variación sobre jóvenes mutantes a la X-Men, quien dirigiera la interesante Gangster n° 1. Hasta Michel Gondry, el enfant terrible del videoclip y el cine pop, se lo pasó bomba con su revisión del clásico justiciero de serial televisivo The Green Hornet. Al menos, se lo tomó con más humor que Kenneth Branagh en su poco excitante Thor, donde hay que agradecer, eso sí, que el propio Branagh no se empeñara en interpretar al protagonista (ya tuvimos bastante con un Hamlet bajito). Lo cierto es que algo se ha perdido en esta era del superhéroe de autor: la diversión y el sentido de la maravilla. Entre tanta metáfora, tanta reflexión sobre el bien y el mal -no tan profundas como creen sus directores-, tanto pasado tormentoso, tanta oscuridad moral, algunos se olvidan de que están haciendo un filme de superhéroes. De acción y aventura. Para entretener y fascinar. Se supone que hay otros géneros, otras formas, de proyectar la profundidad autoral. Algo huele a podrido en Gotham y en Metropolis cuando ver una peli de Batman o Superman ya no es divertido. Y no estoy muy seguro de que el hecho de que directores que habían hecho filmes como Sospechosos habituales, Memento, Layer Cake, Gangster n° 1, El amanecer de los muertos o Posesión infernal, estén ahora al servicio de los tipos del pijama ajustado, sea exactamente positivo... Ni para unos, ni para otros.

Franquicias mutantes

El material es inagotable. A diferencia de otras producciones de superhéroes, el protagonismo colectivo de X-Men ofrece una amplia "alineación" de mutantes que dotan de cierta naturalidad a la política de franquicias. Después de las más que dignas dos primeras películas -dirigidas por Bryan Singer-, le tocó el turno al muy decepcionante spin-off de uno de sus personajes -X-Men orígenes: Lobezno (Gavin Hood, 2009)-, mientras que ahora el regreso a los orígenes, de carácter colectivo, devuelve frescura y ambición a la saga. ¿Cómo se produjo la división entre los mutantes en la Tierra? ¿Cómo eran el Profesor X y el villano Magneto antes de convertirse en enemigos irreconciliables? A estas preguntas da respuesta la trama X-Men. Primera generación, que se remonta a la Polonia tomada por los nazis y a la crisis de los misiles de Cuba para localizar el origen de las enemistades, así como la creación de la academia de mutantes. Matthew Vaughn se esfuerza con cierto éxito por introducir el humor de Kick-Ass en el filme, que en gran medida recupera el sentido de la épica y la aventura de las dos primeras entregas.