Isabelle Huppert, en Una mujer en África.

Se estrena la directora francesa Claire Denis en la cartelera española con Una mujer en África, una película que concursó en el Festival de Venecia de 2009 y que incluye no pocas referencias de su propia biografía.

En 2005, durante la 43ª edición del Festival Internacional de Cine de Gijón, Claire Denis fue objeto de una retrospectiva casi integral de su obra, así como protagonista del volumen Claire Denis: fusión fría, primer libro publicado en español sobre esta cineasta, uno de los nombres propios más relevantes del cine contemporáneo. Seis años más tarde, durante el estío de 2011, Una mujer en África se convierte en el primero de sus 14 largometrajes que se estrena comercialmente en España. Al calor de tan deshonrosa realidad, que lo haga con dos años de retraso (concursó en Venecia 2009) parece un mal menor.



Siendo un enunciado veraz, Una mujer en África, azaroso título elegido en España para el White Material original, puede inducir, por desconocimiento, al error colectivo de evocar la figura de Karen von Blixen-Finecke, aquella baronesa que tuvo una granja en África. Pues bien, nada más alejado de la realidad que imaginar esta película, coescrita junto a Marie N'Diaye, como reminiscencia de la novela de Isak Dinesen o de las Memorias de África de Sydney Pollack, pues su propuesta cinematográfica, alzada sobre un dispositivo que huye del realismo psicológico, se sitúa en las antípodas de las obras citadas.



Además, en este caso, la biografía de Claire Denis no necesita de referencias externas: nacida en el París de 1948, vivió hasta los 14 años en distintos países de África Occidental, acompañando a su padre, administrador colonial al servicio de la República Francesa, un episodio vital que ha marcado toda su obra desde que, en 1988, regresara a Camerún para dirigir Chocolat, su primera película. Una mujer en África centra su mirada en Maria Vial (personaje pensado y escrito para Isabelle Huppert, tan regia como acostumbra), materia blanca que se mueve sin pausa por un país indefinido de esa África donde las cicatrices del colonialismo francés son hendidas desde el poscolonialismo.



Un contexto violento

La guerra civil ha estallado y las milicias rebeldes, niños soldados incluidos, avanzan bajo el liderazgo casi místico de ‘El Boxeador' (magnético Isaach De Bankolé), oficial que busca eliminar todo rescoldo de la opresión del pasado. En ese contexto, amenazador y visceral, violento y primitivo, Maria, orgullosa de sentir esa tierra como propia, rehúsa abandonar la plantación de café donde convive con su familia, núcleo de confusas relaciones abocado a la demolición.



Con dichas coordenadas argumentales, Claire Denis modela un artefacto sensorial y orgánico (sello distintivo de su cine, secundado una vez más por las poderosas atmósferas musicales de Tindersticks), pero también político.



Con un admirable uso del scope, la cámara, que parece respirar, estrecha su cerco sobre el rostro y la nuca de Maria, una mujer, carnal y obstinada, que no es sino una entidad, autónoma pero solitaria, forzada a luchar por cada conquista: lo quiera o no, su piel es su frontera... y la recolecta de lo sembrado, su misión en un mundo que la rechaza. Y la rechaza porque, en palabras de Claire Denis a Alicia Scherson, "no podemos pedir a la gente africana que haga con nosotros lo que en 3.000 años no hemos hecho por ellos. Yo sé lo que ocurre con los inmigrantes en Francia. Hay una constante, la gente habla sobre África con compasión. Compasión es decidir para siempre que somos superiores".