En efecto, a la intimidad del individuo genérico apunta lúcidamente la apariencia particular del discurso, desde "Un lugar habitado", que instala al lector en las preguntas sobre el origen y el sentido, hasta "Siempre", poema conclusivo cuyo título remite más a la tensión dialéctica entre desengaño y voluntad que sostiene el conjunto que a ese final abierto que el deseo establece, a lo Salinas: "Tienen las manos siempre/ la humedad de la espera,/ la misma que los labios al juntarse/ decididos, abiertos, entregados", aunque veamos más a Juan Ramón Jiménez en la difícil aspiración a un orden, a lo uno bello con el tú.
Es esa tensión entre realidad y deseo, entre luz y oscuridad, lo que dota a Siempre de su valía especulativa. Y es el claro decir del autor el que consigue trasmitirla como poesía, tanto en la delicada sensorialidad de las imágenes como en la expresión del discurso amoroso protagonista. Destacan poemas memorables como "La tormenta", hermosa elegía a la madre, "Asientos contiguos" o "Leer el mundo": amor como lenguaje "mostrándome sin nombre como un todo".