John Waters

Se hace llamar asimismo el Papa del trash y tiene sobrados motivos para hacerlo. Su filmografía es tan convincente al respecto que apenas tenemos que recordar (con la tripa revuelta) alguna secuencia de Female Trouble (1974) o de Mondo Trasho (1969) o de Desperate Living (1977). Bastaría en realidad con proyectar en nuestra memoria la toma única de Pink Flamingos (1972), sin trampa ni cartón, en la que un perro hacía sus necesidades en la calle y acto seguido la actriz / personaje Divine, la más sucia de las musas posibles, se zampaba la mierda perruna con deleite. "Esa película fue claramente un ataque contra la tiranía del buen gusto", comenta John Waters. Ni Pasolini logró inyectar tanta abyección en la materia de la imagen cinematográfica.



Invitado por el Festival Rizoma, el Papa del trash, a sus 65 años y una carrera cinematográfica a sus espaldas que se cuenta entre lo más subversivo del terrorismo cultural, compartió anoche su visión del mundo (léase sexo, cine, infancia, homosexuales, iglesia, moda, drogas...) con los 465 espectadores que llenaban el Teatro Lara de Madrid. "Soy un speak-freak", advirtió al comienzo del monólogo de alrededor de una hora de duración -seguido de una ronda de preguntas y respuestas con el público- que prorrumpió sin pausa alguna, a un ritmo electrizante, entre la carcajada o la estupefacción de un patio de butacas rendido a sus pies.



El espectáculo This Filthy World es bien conocido por los feligreses de la religión John Waters. Jeff Garlin (el Jeff Greene de El show de Larry David) lo documentó en la película de mismo título, que realizó en 2006. Pero por más que la música sea la misma, la letra cambia a lo largo de los años, y la presencia escénica de este niño anciano, de mente perversa y pervertida, inflamada por un verbo en llamas, es un espectáculo que ningún cómico medianamente serio debería perderse. La figura espigada de Waters sale al escenario ocupado por basura vestido completamente de negro -en Madrid ha sido más higiénico: nada de basuras, apenas una mesa alta con una jarra de agua y un vaso- y cuenta historias. Algunas sobre su infancia de educación católica y sus primeras "influencias artísticas negativas". Entre ellas las producciones de William Castle y Kroger Babb. Y también el cine de Luis Buñuel, "aunque por sus películas sé que era homófobo".



Como unas memorias orales de su ajetreada vida y excéntrica obra, Waters amontona experiencias y comentarios cuya irreverencia es todavía más saludable en estos tiempos de corrección política. "Tomar drogas ya es retro -dice-. Y las drogas de ahora no me entusiasman. Si te tomas un éxtasis empiezas a querer a todo el mundo, y difícilmente puedo imaginar un infierno peor que ese". Dedicó la función de anoche a Justin Bieber, a quien considera un cebo perfecto para detectar pedófilos: "¿Os imagináis que Michael Jackson y Justin Bieber se hubieran conocido?". Y entre muchas otras excentricidades planteó la posibilidad de crear un Festival de Cine del Aborto en el que la película rumana 4 meses, 3 semanas y 2 días sería la cabeza de cartel, o la necesidad del cine de recuperar a los villanos gays -"¿por qué no hay madres lesbianas malas?"-, aparte de proclamar su sincero entusiasmo con la película Jack Ass 3D: "Contiene los momentos más puros en el cine desde Godard".



Aunque no sea una figura legendaria del stand-up comedy -no es ni Lenny Bruce ni Richard Pryor-, es difícil pensar en alguien más carismático que John Waters sobre el escenario. Sus teorías sobre los límites de la repugnancia, especialmente en los juegos de índole homosexual, tienen poco que envidiar a las hipótesis de lo "putrefacto" de Salvador Dalí, en cuya imagen siempre ha encontrado inspiración este 'dandy' de Baltimore a quien una azafata confundió con Steve Buscemi. Entre los muchos consejos y advertencias que regaló, previno al público de "llevar pantalones de cuero a no ser que seas Jim Morrison o un nazi". Antes de hacer un repaso a casi toda su filmografía -contando anécdotas a veces tan hilarantes como reveladoras sobre su trabajo- celebró la posibilidad de que hoy sea tan fácil hacer "cine instantáneo", tal y como hizo hace cuarenta años con el corto The Diane Linklater Story (1969): "Leí la noticia en el periódico y eses mismo día rodé la historia. Es un buen ejercicio que hoy debería hacer todo estudiante de cine". Asegura que, si fuera uno de los personajes de Cecil B. Demented que llevan tatuado su director favorito, su tatuaje rezaría Armando Bo, un director porno argentino, si bien durante el coloquio con el público afirmó que "Pedro Almodóvar es el más grande de los directores vivos".



Quien no tenga un cameo en Los Simpson es que todavía no es un icono de la cultura popular americana. En el capítulo Homer's Phobia, John Waters define el concepto camp (con el que tantas veces se ha asociado su trabajo) como aquello trágicamente ridículo o ridículamente trágico, "como los muebles hinchables". En su monólogo This Filthy World, Waters despliega una suerte de inventario del buen gusto, algo ciertamente estimulante si procede de un director para quien las heces, el vómito, el pus, la mucosidad, la saliva y otros fluidos corporales han sido el más rico material de inspiración de su lenguaje cinematográfico. No hubo nada de eso ayer sobre el escenario, pero proyectó en las mentes del público imágenes tan grotescas y situaciones tan caricaturescas que difícilmente podrá borrar de su cabeza. Con su sabiduría disfrazada de humor macabro destila conclusiones tan finas como: "El arte nació sucio y así debería quedarse".