Álex de la Iglesia durante la presentación de su película en Madrid. Foto: AFP
¿Cuál es la chispa de la vida? ¿Adónde se ha ido? ¿Dónde está la gracia de todo esto? No la hay, pareciera que todo es negro ya, ¿no? Álex de la Iglesia se ha empeñado en localizar un rescoldo de aquel eslogan en una película que, aun siendo un encargo, tiene impreso a fuego el nombre de quien la firma. Ah, sí, las brasas de la vida: las halla el director bilbaíno en la dignidad, tema de fondo de este nuevo drama suyo, quizá el más duro de su filmografía, que este miércoles ha presentado en Madrid arropado por su muy bien elegido reparto: el sorprendente José Mota y un coro de tragedia griega o de comedia italiana con nombres como Juan Luis Galiardo, Blanca Portillo, Juanjo Puigcorbé, Manuel Tallafé, Fernando Tejero, Carolina Bang...Tras el desfase personal que le supuso la "intestinal" y tal vez atropellada por lo extremo Balada triste de trompeta, De la Iglesia brinda aquí sobre el guión de Randy Feldman una historia bien atada y mejor rodada en la que un Mota metido a padre de familia, publicista en paro, en horas muy bajas y rechazado por sus antiguos colegas regresa al hotel en el que pasó la luna de miel con su mujer (la hoy ausente Salma Hayek), para comprobar si sigue en pie y darle una sorpresa a esta. En lugar del hotelito se encuentra el infeliz con un teatro romano recién descubierto y a punto de ser inaugurado en Cartagena. La suerte quiere que la cosa vaya a peor: el protagonista se despeña sobre el foso y acaba con un hierro clavado en el cerebro. La prensa, que allí estaba, se hace eco enseguida del suceso y todo se convierte un circo de políticos, médicos, publicistas, agentes, familiares... Entretanto, con la vida en juego, el accidentado ve la solución a todos sus males: venderá su desgracia por televisión al mejor postor. Y en todos esos números circenses de los postores, que se suceden a contrarreloj y que mucho recuerdan a La cabina, es donde aparece el mejor De La Iglesia, pues suya es la idea de cambiar la ubicación del guión original, en unas obras, por el acierto claro de ubicarlo en un teatro romano:
- ¿Quería convertir el guión en una tragedia clásica, con sus víctimas, su coro...? Y, a la vez, ¿pretendió que todo fuera una metahistoria, un rodaje en un rodaje, una función de la vida que sucede en un teatro?
- En principio las razones fueron técnicas. En el guión la historia se rueda con un plano y un contraplano del actor. Su punto de vista tenía por fuerza que ser contrapicadísimo, porque el personaje está clavado al suelo. Rodándolo así solo tendríamos una fila de cabezas y me di cuenta de que eso habría sido monótono. Buscamos un sitio que nos permitiera tener a gente en distintas alturas, con gradas, algo con el aspecto de un teatro romano, porque el punto de vista de Mota es el de un semicírculo. Si el teatro estaba recién inaugurado tenía más lógica que la prensa estuviera allí, porque aquí no sucede como en Estados Unidos, donde sí se produce habitualmente una tensión mediática brutal ante cualquier suceso. Y luego pensé que la prensa querría preguntar por el culpable, y ahí salió el alcalde, que lo único que quiere es sacar al tío para que deje destrozarle ese momento de gloria ministerial. A su vez este discute con la directora del museo... en fin, fueron saliendo unos personajes que son esenciales en la historia. La película tiene ese punto coral que también ayuda. Rodé una secuencia de un sueño en el que estaban todos disfrazados de tragedia griega, con máscaras, pero la quité. Quizá debiera incluirla en el DVD en una sección llamada escenas cortadas con razón.
- El final se ha comentado mucho. ¿Es esperanzador? ¿Es demoledor? ¿Le gustaba a usted?
- Incluso ya en el rodaje me costaba muchísimo acabarla como acaba en el guión por mi carácter. Pero me di cuenta de que la película me obligaba a ir en esa dirección. Lo que sí trabajé fue que Salma Hayek fuera la persona que toma las decisiones, porque al final es a ella a la que se le ofrecen las 30 monedas como en el Nuevo Testamento por las imágenes televisivas de su marido. Ella es la contrapartida a Mota, él representa la tierra, el suelo, piensa que la vida va de ganar dinero y que, por ello, lo que necesita es pasta, dar de comer a su familia. Todo lo demás le importa un bledo, incluida la dignidad. Salma es el lado femenino, la que le riñe porque no está actuando como la persona con la que ella se casó.
Efectivamente, el personaje interpretado por la estrella americana invitada, con la que todo el elenco acabó encantado, va adquiriendo fuerza a medida que avanza el metraje, sufre una transformación interior al percatarse de que ha estado toda la vida convenciendo a su marido de que todos sus males se van a solucionar y de que en ese momento de gravedad extrema está haciendo lo mismo, asegurarle que la situación no es tan desesperada. Según el director, nos agarramos con frecuencia a un positivismo que puede resultar nocivo:
- Ver siempre el lado bueno de las cosas es malo. Es como cuando te dicen que tienes un cáncer pero que lo puedes superar con ánimo y ganas. No, por favor, no me digas que encima es culpa mía porque no tengo suficiente ilusión de vivir. Es que no se puede ser más miserable. No me vendáis ese mundo positivo en el que triunfa el que más ganas tiene. No, triunfa el que mejor posibilidades tiene y por razones que no dependen de él por lo general.
En esa metamorfosis, el personaje de Hayek se convierte en la heroína que acaba dándole una patada a todos los que quieren hacer caja de la desdicha de su familia, mientras su marido permanece inocente y pensando que, vendida el alma al diablo, se han hecho millonarios. "Esa patada a la maleta supone algo que quizá en la vida no se puede hacer, pero en una película por lo menos das esperanza", resuelve el cineasta. En este sentido, ¿hasta qué punto una película de encargo, como esta, por la que él recibió una buena suma de dinero (dicen que un millón de euros), es también un maletín que uno acepta para desarrollar futuros proyectos? De La Iglesia lo niega:
- En este caso no ha sido así. De hecho, te diré que yo pensé que no iba a volver a trabajar con Andrés Vicente Gómez. Vuelvo con él porque tiene un guión extraordinario entre las manos y porque es un gran productor, con sus deudas, sus problemas, sus angustias, sus amigos, sus enemigos... Él es el cine español, una parte importantísima, como Querejeta, son grandes monstruos que han levantado una manera de ver el cine y de comportarse. Con sus carencias, pero también con sus grandes aciertos. Y, sobre todo, es un productor con el que puedes hablar de cine. Ahora hay gente respetuosa que me cae muy bien pero con la que no hablaré nunca. Y no hablo de que te den la razón, porque Andrés dice sus burradas, pero son interesantísimas. Es como Long John Silver en La isla del tesoro. Yo me siento como el chaval de las manzanas y he tenido la suerte de verme en una aventura con un tío del que no me puedo fiar y al que amo con toda mi alma.
Con todo, no significa que no esté dispuesto a agarrarse a uno de esos maletines que pasan por la vida, algunos con dirección a Hollywood, aunque tiene sus reticencias:
- Esta no es una película mainstream y yo he tenido la suerte de rodarla como quería. Pero el cine blockbuster nos gusta a todos, a mí el primero, aunque echo en falta una ruptura, que los tíos tengan delicadeza de, en algún momento, por favor, salirse de la raya. Esto lo digo a favor de la industria y de cómo funciona en nuestro país, porque este es uno de los pocos lugares en el mundo en el que uno puede contar lo que quiere si tiene valor, amigos y un productor que apueste por él. Recuerdo una reunión mítica con Spielberg en Los Angeles en la que, tras ver 800 balas, me preguntó que para qué quería yo trabajar en Estados Unidos si en España había podido rodar una película que en su país sería impensable. Recuerdo que le dije: por el dinero, por los medios y por poder jugar con tus juguetes. Déjame la habitación de los niños un día y ya verás de lo que soy capaz. Pero, claro, ahora me doy cuenta de que tiene razón. La chispa de la vida es una película que se puede hacer en este país y además me siento orgulloso de poder contar una cosa que tiene este nivel de libertad.
Volviendo al tema de la película, plena de redenciones, de villanos comprensibles, el autor de El día de la Bestia confirma que su deseo era evitar que todos los personajes fueran inmorales. Por ello la periodista interpretada por Carolina Bang elige dormir bien y no la gloria. Agradecido el capote que nos echa a los redactores de a pie, se le pregunta si todas estas decisiones no forman parte de una visión idílica o demasiado esperanzadora de cómo funcionan las cosas y que el director habría incluido para avivar esas leves brasas de la vida de las que hablábamos al principio:
- No es un rollo utópico, de hecho si estamos vivos no es por la gente que tiene poder y por las decisiones que toman sino porque hay una especie de intrahistoria de personas que son honradas gracias a las cuales las cosas no se derrumban. Si no fuera así, habríamos desaparecido como la Atlántida.
Todo muy paradójico, como lo es su cine -"Soy absolutamente riguroso contradiciéndome", advierte él-, pues, no en vano, si durante el rodaje de su película anterior admitió que solo le interesaba el pasado, hoy regresa con La chispa de la vida, que es una película enmarcable en ese subgénero en alza que es la crisis:
- ¡Y peores burradas he dicho! Cuando empecé siempre comentaba que no me interesaba la realidad, por ejemplo. Las cosas cambian, también te aburres de 35 versiones de Dos tontos muy tontos, aunque ame a Will Ferrell y a Jim Carrey. Pero también me gustan Dreyer y la Nouvelle Vague, el final de esta película parece el final de Los 400 golpes con ese plano final de Salma. De pronto me apeteció hacer La chispa de la vida presente, porque interesa contar esto ahora. Me da la sensación de que es lo que tengo que hacer.