Brad Pitt junto a Jonah Hill en Moneyball
El director Bennett Miller estrena en nuestras pantallas Moneyball, un apasionante relato sobre liderazgo y rendimiento deportivo basado en la novela The Blind Side, sobre la historia real del exjugador de béisbol Billy Beane.
Los guionistas más revulsivos del actual cine americano, Aron Sorkin y Steven Zaillian (autores de La red social y Millenium, respectivamente), han formado equipo para adaptar la novela de Michael Lewis The Blind Side, un relato basado en la historia real de Billy Beane (Brad Pitt, candidato al Oscar por el papel), manager de béisbol que, contra todo pronóstico, logró colocar en la temporada de 2002 al modesto equipo Oakland Athletics entre los más grandes de la liga americana. Para ello contrató como mano derecha a un economista licenciado en Yale, Peter Brand (Jonah Hill), cuyo plan de fichajes inspirado en el 'método Bill James' convirtió el romanticismo del deporte patrio americano en una mera ecuación matemática. Los resultados fueron irrefutables.
Fórmulas aritméticas
En manos de la solvente dirección de Bennett Miller (Truman Capote), Moneyball evita cabalmente varios de los peligros que plantea una producción de este tipo. A saber: la necesidad de un profundo conocimiento del deporte en cuestión, la ingratitud de un relato construido sobre fórmulas aritméticas y el trayecto previsible de una historia mil veces contada. Vayamos por partes. Moneyball no es solo un filme entregado a la causa apologética de las pasiones que despierta el béisbol en Estados Unidos (basta con saber qué es un ‘strike' y un ‘home-run'), sino la historia de un hombre contra el sistema. O contra lo que fue el sistema, pues a partir de su éxito, otros clubes como Red Socks aplicaron el mismo método a su gestión deportiva. El papel de Brad Pitt guarda ciertas similitudes con el de Julia Roberts en Erin Brokovich, otra producción de apariencia (sólo apariencia) autoral independiente erigida sobre el hambre de Oscar de una estrella de Hollywood.Si Moneyball no se enfría en cada fotograma, si no sucumbe al tono de un nuevo manual para el éxito (de cualquier tipo), es entre otras cosas porque sus actores -Brad Pitt, Jonah Hill, Phillip Seymour Hoffman, Robin Wright, etc.- mantienen siempre encendido y vibrante un guión completamente hablado que, en el fondo de sus entrañas, discurre a partir de las oscilaciones del orgullo y la dignidad, de la gloria y el fracaso. Sorkin y Zaillain añaden al material original una trama de ecos no menos universales, la relación de Billy Beane con su hija Casey (Kerris Dorsey), de donde extraen la vertiente más emocional y afectiva de un personaje en tensión, consumido de arrogancia, en perpetua bronca con el mundo.
Débiles 'flashbacks'
Beane es un directivo que no se relaciona con los jugadores para no sentir nada cuando tenga que rescindir sus contratos. En su estudio psicológico interviene la parte sin duda más débil de la película, una serie de flashbacks de su temprana juventud, cuando fue una promesa del deporte que nunca respondió a las altas expectativas puestas en él.Cuando se trata de sumergir al espectador en los mecanismos de la industria del espectáculo, nadie se maneja con tanta soltura como el creador de Studio 60 o El ala oeste de la Casa Blanca (Sorkin). No en vano, su esencia apela a los tejidos del sueño americano. Cuando ese sueño se desvanece para siempre, cuando la clase trabajadora desempleada (no sólo de América) se ve abocada a callejones sin salida, Hollywood entrega una historia supuestamente progresista hecha a medida para perpetuar los valores del status quo. Un bocado de esperanza frente al desaliento de los vencidos. Pero no nos engañemos. El discurso inherente en Moneyball glosa los fundamentos del nuevo orden económico: maximizar resultados con precariedad de recursos. O algoritmos frente a humanismo.