Hay algo hipnótico, difícil de explicar, en El señor. Una tendencia al absurdo, un montaje inteligente, una poética inquietante que nos impide abandonar la suerte de un personaje huidizo, el señor taciturno y siempre extraviado. Como si Jacques Tati habitara el universo de David Lynch, seguimos de cerca al señor, atravesando a trompicones un paisaje de extrarradio. Y lo seguimos por todo aquello, tan simple y tan brechtiano, que pueda llegar a hacer o pueda llegar a ocurrirle -celebrar su cumpleaños en compañía de sus muñequitos de Playmobil, resbalarse en la calle con una cáscara de plátano, hacerse completamente invisible para los clientes de su tienda-, nunca por lo que dice (o no dice).



"El hecho de que no haya diálogos en la película es consecuencia directa de que no tenía un sonidista para el rodaje...", señala Juan Cavestany, su inspirado artífice. Y es que El señor, objeto marciano donde los haya (¿si no está en imdb.com es que no existe?), surge de la impaciencia, del coraje de un señor director retirado de la industria en unos tiempos paralizados y paralizantes para todo creador cinematográfico. Surge de una necesidad irrefrenable por rodar con lo que tenga y con quien tenga a mano. Surge de una voluntad por capturar el estado inaprensible de una sociedad adormecida, temerosa, pidiendo auxilio. Por hacer esa película que nadie se ha atrevido a hacer en España, porque prefieren viajar al Tíbet o instalarse en las comodidades de la industria USA.



Cavestany, harto de esperar a que se alineen las constelaciones para levantar un proyecto mil veces frustrado, sale a la calle y hace cine hablando de nosotros desde el inconsciente o el subconsciente, desde la más supina perplejidad. Ya lo hizo el año pasado con Dispongo de barcos: "Una superproducción en comparación con esto", bromea. Sin dinero, sin medios, sin un plan establecido. Una película, como reza el logotipo que propulsa su metraje, "Hecha a Mano". Eso que los románticos de la cámara-stylo tanto han reivindicado, y que en demasiadas ocasiones se ha dejado intoxicar por maniobras comerciales camufladas bajo huecos discursos de low-budget films. La artesanía fílmica no siempre ha sido un valor en boga.



Por tanto, Juan Cavestany y su actor Luis Bermejo (de la compañía Animalario), pergeñan una película inclasificable con apenas el esbozo de una historia garabateada en una servilleta. Junto a ellos, o en complicidad, un peluquero epiléptico, una vecina tuerta. Las vacilaciones de una historia de amor. Su hipnotismo acaso pueda explicarse porque el humor, el amor y el horror se difuminan en una misma zona de conflicto. El conflicto de unas imágenes chirriantes, en tensión suspendida, que reivindican suciedades y desenfoques, disonancias y ultrajes, vacíos y penurias, tantas como el mundo que habitamos.



Luego, desasistido de una distribuidora comercial, sin medios para su promoción, la cuelga en su página web. Tres euros la descarga. Y espera a ver qué ocurre. Viva el cine invisible. http:/wp-content/uploads//www.comprar-elseñor.es/