Marion Cotillard, Matthias Schoenaerts y Jacques Audiard. Foto: AFP



Trabajando en las coordenadas del género, Jacques Audiard ha demostrado ser poseedor de un talento fuera de lo común. En películas como Lee mis labios (2001), De latir mi corazón se ha parado (2005) y El profeta (2009) ha deslizado una fuerte personalidad y un arrojo poco común en relatos rebosantes de lugares comunes del noir y el drama criminal, que él ha sabido dotar de un inconfundible acento francés. A su manera, a todas sus películas las engarza un protagonista obcecado y una historia de redención, una tendencia a los personajes torturados que deben tomar conciencia de sus responsabilidades y de su lugar en el mundo. Personajes, en definitiva, que terminan por conciliarse con los silencios y secretos de sus corazones. Es también el caso de Rust and Bone, que el cineasta francés ha presentado hoy en la segunda jornada del 65 Festival de Cannes, y que a pesar de tener todos los ingredientes a su favor -un drama interesante y, sobre todo, dos grandes intérpretes: Marion Cotillard y Matthias Schoenaerts-, carece de la energía cinemática y la emoción casi elemental de las citadas.



Muy dura por fuera, pero muy blanda por dentro, Rust and Bone cuenta la historia sentimental de dos personajes lisiados, golpeados por el mundo, y finalmente salvados por el amor. Es una historia convencional, un melodrama muy disciplinado y condescendiente, casi una prototípica historia de superación personal con dramas magnificados y personajes que se abren paso en un mundo cruel y accidentado a fuerza de golpes, de apretar los dientes y levantarse de la lona. El extremo más interesante de la película puede recordarnos a The Fighter (la de Aronofsky / Rourke), pero otro extremo remite al exhibicionismo dramático de González Iñárritu, a esa irrefrenable pulsión del director de Beatiful por la tragedia gratuita y el destino caprichoso. Ali (Schoenaerts) de hecho es un boxeador que al principio de la película vive en la indigencia con su hijo de cinco años, al que apenas conoce. Va a parar a casa de su hermana y endereza su vida: consigue un trabajo de gorila de discoteca y gana dinero extra con dos trabajos ilegales, uno de ellos participando en combates clandestinos, a puño descubierto. Conoce a Stephanie, domadora de orcas asesinas que en un accidente de trabajo queda mutilada, sin piernas y sin ganas de segur viviendo.



La extraordinaria actriz que dio vida a Edith Piaf en su conquista de Hollywood, que se enamoró de John Dillinger para Michael Mann y el año pasado iluminó la pantalla en la fantasía parisina de Woody Allen, abandona en este papel toda su aura glamourosa, como si habitara otra esfera. Audiard filma a Cotillard sin maquillaje, con sequedad y brutalidad, remarcando el borrado digital de sus piernas, que la obligan a arrastrarse por el suelo para ir al baño en mitad de la noche. Lleva al personaje al punto más bajo para luego propulsarla al más alto, para explorar su inesperada sensualidad y exprimir su secreta vitalidad. Es una película de fuertes contrastes, que sin embargo no se traducen ni en el ritmo ni en el impacto emocional. Probablemente el mayor pecado de Rust and Bone no es que haya desaprovechado los prometedores elementos que pone en juego, sino que acabe resultando tan neutral, tan banal, tan corriente y moliente.



La película tarda la suyo en definirse como lo que es, la historia de amor de dos personajes de espíritu libre que acaban cargando sobre sus espaldas las flaquezas del otro, que acaso sin pretenderlo terminan aceptándose dependientes entre sí. En una película que lo pedía a gritos, las imágenes carecen por completo de la energía física y la carga emocional que discurría por los fotogramas de El profeta. Cuando Audiard introduce bloques de carácter "expresionista" -montajes musicales que recurren bien a Bon Iver o bien a Bruce Springsteen-, da la impresión de qué no sabe qué hacer para distinguir su relato de muchos otros, para que el melodrama respire algo de épica o de heroicidad. Entonces se impone un lirismo indulgente y efectista, fuera de tono. El contexto de hundimiento emocional y de violencia que rodea a Ali y Stephanie quiere probablemente hacerse eco de la destrucción económica y el estado que asola al mundo, y de hecho una sub-trama puramente testimonial, sin ninguna fuerza dramática, implica al protagonista en una red de espionaje empresarial y luchas sindicales. Es uno más de diversos brochazos que manchan el resultado, que rasgan el sentido central del filme.