Samuel Maoz durante el rodaje de Lebanon.
Con veinte años, el israelí Samuel Maoz participó en la Guerra del Líbano. Tuvieron que pasar 25 años para que pudiera narrar su dolorosa experiencia en la batalla, que vivió desde dentro de un tanque. El resultado fue 'Lebanon' (2009), con la que ganó el Festival de Venecia y purgó sus demonios.
Lebanon es por lo tanto una película en primera persona. "Cuando hallé el dispositivo visual de la película, supe que podía hacerla, que ya no necesitaba un gran presupuesto para hacer un filme bélico -explica Maoz-. Ese hallazgo fue la clave de oro de la película, la que creo que me llevó directamente a ganar el Festival de Venecia, que desbordó todas mis expectativas". Y es que su opción cinemática -que Maoz resumió en una frase del guión: "siempre estamos dentro del tanque, y solo vemos el exterior a través de la mirilla"-, propone un mecanismo de inmersión tan efectivo como rigurosamente fiel al concepto. Durante noventa angustiosos minutos, Maoz obliga al espectador a ocupar la piel del imberbe soldado que él mismo fue hace treinta años, para que experimente la guerra desde los ojos de quien sobrevivió "al Vietnam de Israel", según sus palabras. "En la guerra de Yom Kippur había dos bandos identificables, con un territorio en medio que conquistar. Pero en el Líbano todo fue caos. El enemigo vestía pantalones vaqueros, no podías distinguir entre militares y civiles. Todo lo que recuerdo de Beirut es pura locura. Muchas veces simplemente nos disparábamos a nosotros mismos".
-¿Por qué le llevó 25 años poder contar su historia?
-Principalmente por dos motivos, primero por el contexto generacional y luego por razones más personales. En Israel somos la "generación del Líbano". Nuestros padres y profesores vivieron la infernal experiencia de los campos de exterminio nazi. Recuerdo a mi profesora gritando histérica que debíamos luchar y morir por nuestro país. Ella tenía sus razones, muy comprensibles, para hacerlo, pero nosotros no éramos más que chicos normales creciendo en Israel. En cierta medida, nos sometieron a un lavado de cerebro, pero no podíamos quejarnos. Los soldados que volvían mutilados de la guerra debían callar. Nos decían: "Tenéis que ser hombres. Lo vuestro no es comparable con lo nuestro". Ese tipo de cosas. Así que durante muchos años, hacer una película como Lebanon era casi como ser traidor. -¿Y los motivos personales?
-Traté de escribir el guión varias veces. La primera en 1988, justo cuando terminé mis estudios de cine. La memoria era muy vívida, sobre todo el olor de carne quemada. Era una experiencia muy física, tenía miedo de que el síndrome post-traumático sólo se agudizara, así que decidí no escribir nada de aquello hasta que dejara de sentir ese olor. Era terrible. Quería tener una visión más fría y calculada, y sobre todo encontrar una solución cinemática.
El estallido de la Segunda Guerra del Líbano, en 2006, proporcionó la catarsis. Una noche, viendo las noticias, Maoz se dio cuenta de que ya no solo se trataba de él y de sus dolorosos recuerdos. "Ahora eran nuestros hijos los que estaban muriendo en el caos que nosotros habíamos creado. Digamos que la Primera Guerra del Líbano me dejó adormecido, pero la Segunda me despertó", asegura Maoz. Cuando se cumplieron treinta años de la invasión israelí del sur del Líbano, el pasado 2 de junio, un periodista de Israel escribió que la guerra que tanto sufrimiento trajo a su país también le había dado su "gloria cinematográfica". Antes de Lebanon, que obtuvo el León de Oro en Venecia en 2009, Joseph Cedar realizó Beaufort (2007) -Oso de Oro en Berlín- y Ari Folman Waltz with Bashir (2008) -Globo de Oro-, donde ambos cineastas también exorcizaban sus propios demonios en la primera incursión del ejército israelí en el Líbano. "Son películas con enfoques cinemáticos muy distintos, pero creo que los tres nos dimos cuenta de lo absurdo que era volver allí. Después de tantos años de silencio, había llegado nuestra hora de hablar".
-¿Dejó alguna vez de sentir el olor a carne quemada?
-Sí. Una noche desapareció. Me sentí liberado y escribí el guión como en un trance. Existe un elemento terapéutico en el proceso. Yo tenía una necesidad de perdonarme, y aunque no hice Lebanon para superar mis traumas, al final me ayudó a hacerlo. Me sucedió algo casi místico al respecto. Yo regresé de la guerra con piezas de metralla en mi pie. He vivido con ellas en mi cuerpo todos estos años. Pero en la quinta semana de rodaje, mi pie se hinchó y me recetaron unos antibióticos. Cuando desperté al día siguiente encontré en la cama las siete piezas de metralla, que mi cuerpo había expulsado después de 25 años.
El cine bélico y el cine autobiográfico siempre han estado muy unidos. Cineastas como Jean Renoir (La gran ilusión, 1937), Sam Fuller (Uno Rojo: división de choque, 1980) y Amos Gitai (Kippur, 2000) también llevaron con éxito a la pantalla sus memorias de la guerra como si fuera una forma de conjuro. Lebanon es, de hecho, una película muy fulleriana: directa, cruda, desencantada. Fuller terminaba su épico relato sobre su participación en la II Guerra Mundial con el alumbramiento de un bebé en el interior de un tanque. "En mi película, el tanque es como el estómago de una bestia -sostiene Maoz-. Como Fuller, yo también he sido muy fiel a los hechos. Pero debo decir que Lebanon es una versión ‘light' del verdadero infierno que viví. En la sala de montaje se quedaron fuera secuencias mucho más crueles, que traspasan la sensibilidad del espectador normal".
-Han acusado a Lebanon en su país de ser muy apolítica...
-Es un tema algo escurridizo. Mi película no es política en el sentido superficial, no es un filme de buenos y malos, su base es puramente humanista. Trata de describir el comportamiento del ser humano en un contexto de guerra. Yo creo que puedes hacer una película humanista y ser al mismo tiempo político. En ningún momento me planteé hacer una declaración política con Lebanon, pero sí hice todo lo posible por que la película fuera eficaz, impactante, que aspirara a cambiar la idea de algunas personas sobre lo que significa ir a la guerra. Y eso no lo puedes conseguir simplemente mostrando que unos son muy buenos y otros son muy malos, porque solo conseguirás radicalizar las ideas de la gente. Con todos mis respetos, yo prefiero cambiar la opinión de una madre que colmar las expectativas de cientos de periodistas.