Las cadenas de cines lanzan en verano agresivas políticas de descuentos y promociones | Los exhibidores rebajan el tono a la espera de negociar la subida del IVA

La familia García va al cine el sábado por la tarde. Los niños, de 9 y 12 años, llevan días dando la lata con que quieren ver la nueva película de Spider-Man. Por supuesto, en 3D. Los cuatro se van al Kinépolis y la tarjeta de crédito comienza a echar humo. Las entradas, a sumar el euro de suplemento por el 3D y un euro más por las gafas, salen por 10,7 cada una. Total: 42.8. Sigamos. A unos seis euros cada combo de palomitas con bebida, y tirando por lo bajo, son 24 euros más. Ver una película en familia en el cine cuesta en torno a los 70 euros, y todo eso sin contar los gastos de desplazamiento y etcétera. Está claro que la piratería es una opción infinitamente más barata, pero incluso el alquiler de un DVD por tres euros está a años luz, una opción que sin embargo a muchos españoles les sigue pareciendo demasiado cara. De todos modos, la diferencia entre si los García son de Madrid o de Zamora no es desdeñable, allí pagarían 6,5 euros, cuatro menos por entrada.



Según un análisis reciente realizado por FACUA- Consumidores en acción, el IPC entre noviembre de 2004 y diciembre de 2011 fue de un 19,4% mientras el cine aumentó sus entradas un 36%, que pasaron de costar una media de 4,8 a 6,53 euros. La cosa vendría de lejos, según un estudio de Media Salles, entre 1990 y 2005 los precios del cine en España subieron un 84%. El Gobierno plantea ahora una subida, brutal, del IVA, o mejor dicho, un cambio impositivo, que grava los tickets con un 13%. Aun en el supuesto de que la industria se "comiera" la subida, las entradas habrían aumentado su precio un 3% más que el resto de los productos y servicios. Si no lo hacen, un español pagará en otoño un 50% más por ver una película que hace ocho años. De esta manera, el cine sería un 30% más caro que el resto de los productos, o al menos de aquellos que se han salvado del "ivazo" del Gobierno. Mientras, los espectadores descienden, un 10% menos en 2011, 40 millones de espectadores menos desde ese 2004 hasta hoy, y subiendo. Según los exhibidores, los precios también suben porque hay menos público. Y el público dice que va menos porque es caro...



El caso de las palomitas, bebidas y demás chucherías que se venden en los cines es más rotundo. Según la FACUA, comprar en cines sale hasta cinco veces más caro que en otros establecimientos, como sabe perfectamente cualquiera que haya ido alguna vez al cine. En un informe especialmente duro, y quizá no del todo justo, la organización también critica que algunas primeras filas rocen lo inasumible, la falta de operarios que se den cuenta de cuando la película se estropea, la limpieza de los lavabos o el tamaño reducido de las pantallas de algunos minicines. En este sentido, la FECE siempre ha defendido que los cines españoles son buenos y que a principios de la década pasada se hicieron grandes inversiones para modernizarlos. Según Enrique González Kuhn, de los cines Renoir, "en cualquier país de Europa encuentras salas peores que en España". Y es cierto que en España los cines suelen tener buenos sistemas de sonido y visualizado. La digitalización, a eso iremos luego, por su parte aumentó un 73% el año pasado y ya más del 40% de las salas cuentan con esa tecnología.



El IVA, un golpe bajo

En plena guerra por la subida del IVA, en el sector nadie, o casi, quiere hablar. De momento, las salas han aguantado el tirón. Según los últimos datos de AIMC, desde abril de 2011 a abril de 2012 solo se cerraron siete locales en España, quedando el número total en 756. Desde 2004, ha descendido más el número de espectadores que de cines. Según el Ministerio, ese año mágico para el sector cerró con 1.126 cines y 4.390 pantallas. El 31 de diciembre pasado, había 876 cines pero 4.044 pantallas mientras se pasó de 140 millones de espectadores a 100. Desde luego, en la prehistoria quedan esos 380 millones de espectadores en cines de 1968 o los 200 de los años 70. La consigna del sector, como certifican en Cinesa o Yelmo, es remitirse, como explica Gonzáles Kuhn, a la FECE y que nadie se salga de la raya. Con las cifras de espectadores en picado aunque este verano esté siendo menos malo de lo esperado, el sector está muerto de miedo y ha decidido actuar como una piña ante la debacle que se presenta. La FECE, por su parte, remite a un comunicado de prensa en el que rebaja considerablemente el tono guerrero (su portavoz llegó a decir en un periódico que algunos hablan de "sacar los cañones a la calle") para pintar un panorama melodramático, probablemente cierto, en el que se auguran despidos masivos, pérdida de espectadores y el fomento de la piratería. Si algo está claro, es que distribuidores y exhibidores confían en que pueda haber una negociación con el gobierno que una actitud demasiado belicosa podría arruinar.



Cuando la FACUA soltó la liebre del brutal aumento de los precios, la FECE se defendió objetando que el proceso de modernización y digitalización de los cines sumado al descenso de espectadores en España había obligado a aumentar precios para sufragarlo. A principios de año, Susana de la Sierra, directora del ICAA, y Fabra, de la FECE, tuvieron un rifirrafe a cuenta del asunto. Sierra denunció que menos de la mitad de las salas españolas están digitalizadas, unas 1.300 de 3.500, muy lejos de la cifra europea, a lo que el portavoz le reprochó que el coste total de la inversión había recaído en manos privadas y que, al contrario que en Europa, el ministerio de cultura no les había dado ninguna ayuda. Sin duda, el atractivo de las películas en 3D ha sido clave para impulsar esa digitalización forzada en tiempos de crisis. Porque digitalizar no es barato, los proyectores cuestan unos 75.000 euros y en algunos casos también hay que cambiar la pantalla, lo que encarece sustancialmente la mudanza. Respecto a Europa, hace cinco años España tenía uno de los porcentajes más altos de número de salas de Europa. En 2007, había una sala por cada diez mil ciudadanos, actualmente hay una cada doce mil, la mitad que en Francia, los campeones en cinefilia del continente, pero lo mismo que Alemania o Italia.



A favor de los exhibidores no juega la comparación con otros países. Es cierto que, en bruto, una entrada de cine en Madrid es más barata que en Londres, París, Helsinki o Roma, donde la media es de unos 10 euros, sin embargo, cuando se calcula las horas de trabajo que le cuesta a un madrileño ganar lo que le cuesta ir al cine, resulta que entre 44 ciudades mundiales analizadas, está en el medio de la tabla, en el puesto 21. De esta manera, los daneses son a quienes ir al cine les sale más económico seguidos de holandeses, portugueses, suecos o belgas. Ante la realidad, más o menos clara, de que el cine, cuando menos, no es barato en España, y la progresiva descapitalización de los españoles, las grandes cadenas de cine hace unos meses que han iniciado una política de promociones y descuentos más allá del clásico día del espectador que, en la práctica, ya están haciendo que baje el precio del cine.



Tarifa plana para crear hábito

Al parecer, hubo una tentativa de la industria por unificar el mensaje de la bajada de precios pero se impuso la competitividad entre unas empresas y otras y cada uno ha ido por su lado, pero la caída de precios ha sido, en los últimos meses, un hecho indiscutible. Los cines Renoir, los favoritos de los cinéfilos, hace años que mantienen un carnet Renoir que permite a sus socios entrar al cine por 5 euros. El carnet cuesta 20 pero se regalan entradas con el mismo. Desde este verano, los cines proyectan sesiones especiales de grandes éxitos recientes como The Artist o Shame a 3 euros con las salas llenas. Cinesa, con más de 500 salas en España, también tiene un carnet para socios con descuentos. Este verano ha lanzado una promoción por Facebook, dirigida a los jóvenes, en la que si forman grupos de más de cinco personas (el "invitador" y cuatro más) pueden ver la película por el razonable precio de 4,50 euros. Y con la CinesaCard, la entrada más barata los jueves y, de regalo, las palomitas. La cadena Yelmo, por su parte, también ha lanzado una agresiva política de promociones. La tarjeta MovieYelmo da precios de día del espectador de lunes a jueves, las entradas para los mayores de 60 años, el público más entusiasta junto a los adolescentes del cine, pagan 4 euros y los jueves los menores de 25 años pagan la mitad. En Kinépolis han optado por las trajetas-bono de 5 y 10 películas al precio de 38 y 67 euros respectivamente en su sede madrileña.



Nada que ver, en cualquier caso, con las tarifas planas extendidas por las principales capitales de Europa. De ellas hacen buen uso, entre otros, los estudiantes españoles de Erasmus, que una vez de vuelta a nuestro país se ven obligados a rebajar por razones económicas su asistencia al cine. En Londres, París y Dublín, por ejemplo, las tarifas planas ilimitadas (todas las películas, de estreno o no, cualquier día de la semana e incluyendo todas las sesiones) están a la orden del día. Por apenas 20 euros al mes importantes cadenas como UGC, Gaumont Pathé y Cinema World dejan vía libre a las salas a los portadores de su tarjeta corporativa. Así consiguen no sólo que vaya más gente al cine y crear el hábito, un objetivo primordial frustrado aquí hasta la fecha, sino que acudan a ver películas en las que, sin entrar en razones, de otra manera no entrarían en sus planes. Pero sobre todo, y ahí está la clave de la estrategia comercial, estas cadenas consiguen así aumentar el ratio de personas dispuestas a gastarse el dinero en el bar para obtener un rendimiento óptimo de la sala.



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Así llegamos a las palomitas, claro. Ese snack que odian los puristas y adoran los fans de los blockbusters de Hollywood y que para los cines constituyen una fuente de ingresos necesaria e inigualable. Según el portavoz de la FECE, el alto precio compensa, efectivamente, el "bajo" de las entradas y de no ser por ese amplio margen de beneficio, éstas deberían ponerse a 16 euros. En cualquier caso, González Kuhn sobrevive apenas sin vender palomitas: "En algunos cines ni siquiera tengo. Yo vendo muy pocas palomitas. Mi público es adulto y compra pocas cuando las hay". En marzo, Joshua Thompson, un veinteañero de Michigan, demandó a los cines locales por cobrarle cuatro veces por los refrescos y gominolas que en una tienda. Aunque los juristas afirmaron que la demanda tenía poco futuro, la cruzada de Thompson pronto encontró un importante eco en los medios de comunicación. Según The Hollywood Reporter, un 85% de lo que los cines obtienen por estas chucherías es ganancia pura. Como en España, los cines se defendieron diciendo que de no ser por ese margen, las entradas tendrían que subir y así por lo menos se permite que se mantengan "bajas" y quien quiera ir a ver una película, pueda hacerlo a un precio razonable.



Mientras, en España, el sector calla y vela armas. Con la subida del IVA prevista para septiembre, ya ha comenzado el tumulto de reuniones con ministros y políticos para impedir una medida que, según el presidente de la federación de productores, Pedro Pérez, podría ser, "la muerte del cine". El otoño, desde luego, será calentito.