Marilyn Monroe baila con Truman Capote (foto: Archivo)

Marilyn Monroe no pasaba desapercibida para nadie y, 50 años después de su muerte, todavía tiene ese poder. Cuando se cruzó en la vida de Truman Capote o Arthur Miller dejó una huella tan profunda que éstos la recogieron en sus obras. Incluso Norman Mailer, que nunca la conoció, le dedicó una biografía. Elcultural.es recopila algunas de las referencias literarias que evocó la actriz.




Marilyn no tuvo una infancia fácil. Su niñez estuvo marcada por la ausencia de su padre, un hombre que se daba un aire a Clark Gable y a quien sólo había visto en una fotografía, y por una madre que sufría esquizofrenia paranoide, enfermedad que la actriz temía haber heredado. Al inicio de su obra Blonde, Joyce Carol Oates evoca a una Marilyn de apenas seis años, al cuidado de su abuela, que adora a esa madre intermitente y de olor dulce que aparece por sorpresa de vez en cuando:



"Érase una vez un día, el del sexto cumpleaños de Norma Jeane, el primero de junio de 1932, y una mañana mágica -cegadora, fascinante, deslumbrantemente blanca- en Venice Beach, California. El viento procedente del Pacífico era fragante, fresco, penetrante y apenas si se percibían las habituales notas salobres a podredumbre y a los desperdicios de la playa. Entonces, traída al parecer por el propio viento, llegó madre. Madre, con la cara demacrada, los voluptuosos labios rojos, las cejas depiladas y dibujadas con lápiz, fue a buscar a Norma Jeane a la casa donde ésta vivía con sus abuelos, una vieja ruina cubierta de estuco beis y situada en Venice Boulevard.



-¡Ven, Norma Jeane!



Y Norma Jeane corrió, corrió hacia su madre. Su manita regordeta cogió la mano estilizada de la mujer, sintiendo una extraña y maravillosa sensación al tocar el guante de malla. Porque las manos de la abuela eran las agrietadas manos de una anciana, igual que su olor era el olor de una anciana, pero madre despedía una fragancia tan dulce que resultaba embriagadora, como el sabor del limón caliente con azúcar.



-Norma Jeane, mi amor, ven.



Porque madre era "Gladys" y "Gladys" era la verdadera madre de la niña. Cuando decidía serlo. Cuando tenía fuerzas suficientes. Cuando sus obligaciones en La Productora se lo permitían. Porque la vida de Gladys tenía "tres dimensiones, rayando en las cuatro" y no era "plana como un tablero de parchís", como la mayoría de las vidas. Y ante la ansiosa desaprobación de la abuela Della, madre sacó con aire triunfal a Norma Jeane del piso de la tercera planta -que apestaba a cebolla, lejía, ungüento para los juanetes y al tabaco de pipa del abuelo- haciendo oídos sordos a la furia de la vieja, que graznaba con una voz radiofónica entre cómica y desesperada.



-¿De quién es el coche que conduces esta vez, Gladys? Mírame. ¿Estás drogada? ¿Estás bebida? ¿Cuándo me traerás de vuelta a mi nieta? ¡Maldita sea! ¡Espérame! ¡Espera a que me ponga los zapatos! ¡Yo también quiero bajar! ¡Gladys!"



Esta niña pronto se convirtió en una bomba sexual, en una mujer tan sugerente que rápidamente alcanzó el estrellato y, con él, el trono de Hollywood. Sin embargo, Marilyn estaba sola. Detrás de esa sensualidad se escondía una profunda inseguridad, una necesidad imperiosa de ganarse la aprobación de cuantos la rodeaban. En 1956 se casó con el escritor Arthur Miller, que en su autobiografía Vueltas al tiempo escribió:



"Marilyn era para mí por entonces un torbellino de luz, toda ella paradoja y misterio tentador, vulgarota a veces y otras elevada por una sensibilidad lírica y poética que pocos conservan después de la adolescencia. (...) Era capaz de contar que en una fiesta dos invitados se le habían echado encima con ánimo de violarla y que había tenido que salir corriendo, pero la verdad de la anécdota era menos importante que la extraña distancia que había entre el suceso y ella. Al final brotaría de esta despersonalización algo próximo a lo divino".



"(Si no fuera una gran actriz), como persona normal y corriente que apenas si sabía leer y escribir bien, ¿qué sería de ella? (…) Me di de bruces de súbito con el aplastante egoísmo de esta ocurrencia: porque su estrellato era su victoria, ni más ni menos; era el objetivo, la culminación de su existencia. ¿Cómo me sentiría yo si mi matrimonio estuviese condicionado a la domesticación y desembravecimiento de mi arte? La verdad desnuda, sencilla y mortal era que no había ninguna diferencia entre ella y la actriz. Ella era Marilyn Monroe y era esto lo que la destruía".



Su fuerte atractivo sexual era, según creía, un obstáculo para que el mundo se diera cuenta de su talento como actriz. Era consciente de la imagen que se había impuesto de ella, imagen que Truman Capote inmortalizó en su recopilación de cuentos cortos Música para camaleones:



"Miss Collier me presentó a muchas personas con las que entablé amistad: los Lunt, los Olivier y, especialmente, Aldous Huxley. Pero fui yo quien le presenté a Marilyn Monroe, y al principio no estuvo muy inclinada a trabar relaciones con ella: era corta de vista, no había visto ninguna película de Marilyn y no sabía absolutamente nada de ella, salvo que era una especie de estallido sexual de color platino que había adquirido fama universal; en resumen, parecía una arcilla difícilmente apropiada para la estricta formación clásica de miss Collier. Pero pensé que harían una combinación estimulante.



La hicieron. '¡Oh, sí!', me aseguró miss Collier, 'hay algo ahí. Es una hermosa criatura. No lo digo en el sentido evidente, en el aspecto quizá demasiado evidente. No creo que sea actriz en absoluto, al menos en la acepción tradicional. Lo que ella posee, esa presencia, esa luminosidad, esa inteligencia brillante, nunca emergería en el escenario. Es tan frágil y delicada que sólo puede captarlo una cámara. Es como el vuelo de un colibrí: sólo una cámara puede fijar su poesía. Pero el que crea que esta chica es simplemente otra Harlow o una ramera, o cualquier otra cosa, está loco.



Hablando de locos, en eso es en lo que estamos trabajando las dos: Ofelia. Creo que la gente se reirá ante esa idea, pero en serio, puede ser una Ofelia exquisita. La semana pasada estaba hablando con Greta y le comenté la Ofelia de Marilyn, y Greta dijo que sí, que podía creerlo porque había visto dos de sus películas, algo muy malo y vulgar, pero, sin embargo, había vislumbrado las posibilidades de Marilyn. En realidad, Greta tiene una idea divertida. ¿Sabe que quiere hacer una película de Dorian Gray? Con ella en el papel de Dorian, por supuesto. Pues dijo que le gustaría tener de antagonista a Marilyn en el papel de una de las chicas a las que Dorian seduce y destruye. ¡Greta!



¡Tan poco utilizada! ¡Semejante talento...! y algo parecido al de Marilyn, si uno lo piensa. Claro que Greta es una artista consumada, una artista con un dominio sumo. Esa hermosa criatura no tiene concepto alguno de la disciplina o del sacrificio. En cierto modo, no creo que vaya a madurar. Es absurdo que lo diga, pero de alguna manera creo que seguirá siendo joven. Realmente, espero y ruego que viva lo suficiente como para liberar ese extraño y adorable talento que vaga a través de ella como un espíritu enjaulado'".



La melancolía que destilaba el personaje de Marilyn ha trascendido de la mano de su halo de belleza. Terenci Moix, en su libro El día que murió Marilyn, escribió una frase en la que dejaba patente que detrás de esas medidas perfectas había algo más:



"Toda provocación de Marilyn no fue nunca hecha sin que en el fondo de ella no adivinásemos la existencia de una tremenda humanidad, que gritaba por los ojos, mientras la boca se estremecía en un típico gesto Monroe, una llamada de labios nunca igualada, ni antes ni después".



Tras su trágica muerte, en circunstancias que aún no se han esclarecido, Norman Mailer se despidió de ella en su biografía Marilyn con estas palabras:



"... No pensemos en el cielo con tanta rapidez. Permitámosle más bien estar en algún lugar seguro y no esparcida en pedazos por el firmamento; deseemos que su alma poderosa y el ratón de su otra alma pequeña estén ambos recobrando su proporciones en algún hogar hermoso y lleno de bondad, y pronto ella regresará a nosotros desde su retiro. Es el diablo de su humor y la maldición de nuestra tierra los que harán que regrese hablando en chino. Adiós, Norma Jean. Au revoir, Marilyn. Si te encuentras con Bobby y Jack, guíñales un ojo y si tienes ganas, ve a visitar al señor Dickens. Porque él, como muchos otros escritores, no podría menos que adorarte, pequeña huérfana".