Un fotograma de Pollo con ciruelas.
En 1997, Abbas Kiarostami ganó la Palma de Oro con El sabor de las cerezas, una de las mejores películas de la historia del cine. Allí nos contaba la historia de un suicida, un hombre que no ve mayor solución que la muerte y que filosofa con unos y otros hundido en un pozo de desesperanza. Aquí, el símil culinario vuelve a tener un papel central como contrapunto a las desdichas del protagonista que son las de la vida misma. El pollo con ciruelas es el plato preferido de un violinista deprimido (Mathie Almaric) en un Irán prerrevolucionario que ha decidido poner fin a sus días y no busca quien entierre su cuerpo con vida, como en la película de Kiarostami, sino la manera de abandonar este mundo con la menor violencia. Si aquel filme planteaba un tono grave y denso, aquí un humor surrealista es la tónica.Marjiane Satrapi se hizo mundialmente famosa con Persépolis, primero el cómic y después una película que la convirtieron en el rostro de las víctimas de la tiranía de los religiosos en la antigua Persia. Aquí, los ayatolás brillan por su ausencia y la autora adapta su propio cómic no mediante la animación sino con personajes de carne y hueso, de nuevo con la complicidad del director Vincent Paronnaud. Muy distinta en muchas cosas, empezando por un marco político inexistente, vemos un Irán de la época no muy distinta a Europa, ese mítico y legendario Irán culto y refinado, pero se mantiene esa manera de contar de la artista en la que los asuntos graves son abordados desde la comedia y una suerte de estupor jocoso. Claro que en el nombre de la frustrada musa del protagonista, Irán, y en su decepción puede verse una evidente metáfora sobre la decepción y el dolor por la patria misma
Satrapi inserta en su historia algunas viñetas de animación, bellísimas, y se ha comparado a esta película con Amélie por esa atmósfera vaporosa en la que se confunden lo mágico con lo real dentro de un tono amable que tontea con lo deliberadamente cursi o naïf. Valga decir que Pollo con ciruelas es una bella película, un viaje a las partes más oscuras del alma realizado con gracia y luminosidad, donde incluso la propia muerte, encarnada por el ángel Azrael, pudiera ser un personaje simpático y entrañable. Con continuos flash backs y algunos momentos muy divertidos (el viaje en autobús con el niño) es éste un ejercicio de refrescante creatividad.