El año del apocalipsis en el que los creadores se opusieron a tirar la toalla.
Frente a las adversidades a las que en este año se han enfrentado todas las estructuras de la creación cinematográfica en España, desde su producción a su exhibición, resulta del todo estimulante comprobar cómo los creadores no están dispuestos a tirar la toalla. Más bien al contrario, parecen haber sentido la desprotección y los estigmas como un acicate para seguir creando imágenes desde la más absoluta independencia, desafiando las estructuras tradicionales y proponiendo filmes de vocación rupturista. Es el caso de varias películas que definen el cine español de 2012.Los ecos mediáticos más sonoros recayeron sobre Paco León y su Carmina o revienta, quizá no tanto por sus conquistas creativas como por apelar a un sistema de distribución (el estreno simultáneo en salas, DVD y on-line) hasta entonces inédito en nuestro país. Otros cineastas también decidieron que no hay necesidad de pactar con la industria, ni sumirse a sus prácticas y sus inercias, a veces absurdas y destructivas. Carlos Vermut, un joven procedente del mundo del cómic del que oiremos hablar mucho en el futuro, realizó su primer (y fascinante) largometraje, Diamond Flash, con apenas 20.000 euros y lo distribuyó on-line. Rápidamente fue celebrado por los críticos, festivales y espectadores más atentos.
Una suerte similar corrió Juan Cavestany con su cine low-cost. Si el año pasado estrenó Dispongo de barcos solo en la red, este año repitió su aventura en solitario con El señor, otra propuesta capaz de trascender convenciones y alterar sistemas adquiridos. En verdad, salvando las aportaciones de Alberto Rodríguez (Grupo 7) y J. A Bayona (Lo imposible) al cine de género de calidad, y en un año en que algunos nombres consolidados -Barroso, Bollaín, Martínez Lázaro, Uribe, etc.- no han dado desde luego lo mejor de sí mismos (sí lo han hecho otros como Cesc Gay o Fernando Trueba), este 2012 ha sido un año de rarezas y marcianadas, de objetos fílmicos no identificados. Ahí están para demostrarlo los esperados regresos de Nacho Vigalondo, con su desafiante Extraterrestre, y sobre todo de Pablo Berger, con su impecable y extraordinaria Blancanieves, un verdadero hito, este sí, de nuestra cinematografía.
El cine que se ha hecho más allá de nuestras fronteras, por su parte, podríamos samplearlo con todas las imágenes posibles del Apocalipsis que nunca llegó, pero que no dejó de sentirse. Así lo reflejaron las creaciones más sintonizadas con su tiempo, que según los críticos de El Cultural han surgido este año de Francia y Norteamérica. Dos autores en los márgenes del cine galo, Leos Carax y Bertrand Bonello, han entregado sus obras más ambiciosas y radicales, más perdurables y hermosas. Mientras Holy Motors abría las puertas a una nueva experiencia espectatorial, Bonello filmaba el réquiem del siglo XIX (y el paso al siglo de los horrores) encerrado en un prostíbulo parisino. El estadounidense Jeff Nichols congregó las inquietudes y agonías de nuestro tiempo en la aterradora Take Shelter, mientras el canadiense David Cronenberg llevaba a la pantalla la profética visión de Don DeLillo en su novela Cosmópolis, glosando las abstracciones y patologías de ese espectro llamado capitalismo.