Nagisa Oshima. Foto: archivo.



Seguramente fue algo parecido a la inocencia sexual lo que otorgó tanta popularidad y leyenda rosa a una película como El imperio de los sentidos (Ai no corrida, 1976) en España, que estrenó Nagisa Oshima (Kyoto, 1932) cuando el cadáver del dictador aún estaba caliente, aunque a las salas de nuestro país llegó cuatro años después, en mayo de 1980. En verdad, el filme viajó con el escándalo por todo el mundo, debido a la violencia y el sexo que ponía en escena, y cuya historia de autocomplacencias estaba basada en un acontecimiento real ocurrido en 1930 en Japón. De hecho, en Japón sigue vigente hoy en día la censura de determinadas escenas en las que los actores principales (Tatsuya Fuji y Eiko Matsuda) practicaban sexo explícito frente a la cámara, como en cualquier película pornográfica. No por casualidad, Oshima buscó coproducción en Francia para su filme, pues las estrictas leyes de censura en Japón no le hubieran permitido rodarla.



Probablemente no sea justo, pero a Oshima se le recordará siempre por El imperio de los sentidos y por Feliz Navidad, Mr. Lawrence (1983), aquel film sobre un campo de concentración japonés en el que participó David Bowie. Son sin duda sus obras más populares, aunque no por ello las más revelantes y definitorias de su filmografía, de sus intereses y sus preocupaciones formales como la figura más importante, junto a Shohei Imamura (que fue colaborador suyo), del llamado Nuevo Cine Japonés, o la "nueva ola" del cine de ojos rasgados. Oshima, de hecho, nació apenas tres semanas después que François Truffaut, y al igual que éste y los jóvenes turcos de la Nouvelle Vague, también fue crítico de cine antes que cineasta. Su generación de creadores fue la que se enfrentó a la necesidad histórica de abrir las puertas al modernismo de la nación nipona, la que se empeñó en dejar atrás los traumas atómicos de la guerra y las lecturas sociólogicas de la posguerra.





Fotograma de El imperio de los sentidos.



Oshima propuso para el cine nipón unos objetivos más formalistas, en el "que la imagen y el proceso de montaje se convirtiesen en la verdadera esencia" del cine, y que al mismo tiempo rechazara "los métodos tradicionales del cine japonés, tales como el naturalismo, el melodrama, el sentimiento de victimización, la politización...", enmendando así la plana a Ozu y Kurosawa, a Naruse y Mizoguchi. En todo caso, los intereses políticos de Oshima estuvieron estrechamente vinculados a sus primeros trabajos. Su padre, un oficial gubernamental de linaje samurái, murió caundo Oshima apenas tenía seis años de edad, y le dejó como legado una extensa biblioteca de textos socialistas y comunistas, que el joven Nagisa leyó a lo largo de su juventud y sus estudios de Derecho en la Universidad de Kyoto. Durante las revueltas estudiantes de izquierdas en los años 60, tras la firma del tratado comercial y político de Japón con Estados Unidos, Oshima buscaba su camino en los estudios de cine Shochiku. Debutó en 1959 com el drama realista Una ciudad de amor y esperanza (Ai to kibo no machi, 1959).



En los años sesenta y principios de los setenta, Oshima puso en práctica sus teorías de juventud y condenas a la sociedad premodernista: feudal, xenófoba, antidemocrática, estancada en tradiciones muertas que rechazaban la libertad personal, etc. Destaca su segundo largometraje, Cuentos crueles de la juventud (Seishun zakoku monogatari, 1960), que a menudo se compara con Rebelde sin causa (Nicholas Ray, 1955), aunque carece de su romanticismo. El filme se centra en el retrato de dos hermanas enfrentadas -la mayor, comprometida políticamente, y la menor, entregada con rabia a los placeres del sexo- y establece en cierto modo las dos pulsiones que recorren la obra de Oshima. Por un lado critica con dureza el conformismo político de la sociedad, aunque por otro lado ofrece alternativas ingenuas y descreídas, que no conducen más que al poder destructor del sexo, un tema que también tratará más tarde en El ahorcamiento (Koshikei, 1968).



A lo largo de los sesenta, Oshima fue reinventando estilísticamente su cine, buscando nuevas estéticas en cada trabajo. Noche y niebla en Japón (Nihon no Yoru to Kiri, 1960) es todo un desafío, un trabajo conceptualmente riguroso, que contrasta con su colaboración con el novelista Kenzaburo Oe en el filme Shiiku (1961), un biopic sobre un revolucionario japonés del siglo XVIII, y sobre todo con el cine de género criminal por el cual el japonés se interesó especialmente, en filmes como The Sun's Burial (Taiyo no Jakaba, 1960), Violence at Noon (Hakuchu no Torima, 1966), Band of Ninja (Ninha Bugeich, 1967) o La ceremonia (Gishiki, 1971), una impresionante saga familiar de carácter multigeneracional, en la línea del El Padrino, que vendría a ser una suma y compendio del cine de Oshima hasta entonces.



El trabajo de Oshima tuvo su punto de giro, en todo caso, con El imperio de los sentidos, que definitivamente internacionalizó su trabajo y pudo salir de las fronteras asiáticas. Fue gracias al productor Anatole Dauman (un veterano de la nouvelle vague francesa, que había producido a Godard, Resnais y Marker), que le ofreció la oportunidad de filmar un film erótico (o pornográfico) con dinero francés y equipo japonés. Oshima disolvió su propia productora, Sozosha, y se puso a trabajar en la historia de la exprostituta Sada. El filme, que seguía la estela iniciada por Bertolucci con El último tango en París (1972), aunque forzando aún más los límites de lo representable, tuvo un éxito internacional inesperado con su descripción explícita de felaciones, penetraciones y sadomasoquismo, mezclado todo ello con el exotismo que produjo en Europa y América la estética erótico-oriental.



En los setenta, los ideales de los años sesenta se habían colapsado y la revolución social parecía un imposible, así que Oshima ya no se sentía cómodo haciendo películas en el sistema japonés. Decidió continuar su carrera con producciones internacionales. Así, el tándem Dauma-Oshima se repitió, aunque con menos éxito artístico y comercial, en El imperio de la pasión (Ai no borei, 1977), y a partir de entonces Oshima se convirtió en un cineasta dependiente de coproducciones internacionales y trabajando con equipos técnicos y artísticos en lenguas extranjeras para él. En todo caso, las dificultades para financiar sus proyectos en los años ochenta y el frágil estado de su salud durante los años noventa le condenó a hacer apenas cuatro películas en sus últimos veinte años de vida. La más conocida, Feliz Navidad, Mr. Lawrence, basada en una novela británica, a la que seguría la aventura europea Max, mon amour (1987), producida por Serge Sillbeman, co-escrita con Jean Claude Carrière (el equipo francés de Buñuel, cuyos elementos estéticos están muy presentes en el filme) y protagonizada por Charlotte Rampling. Su último filme, Taboo (1999), suspuso su regreso a la cultura japonesa con una historia de samuráis.