Ralph Fiennes y Vanessa Redgrave durante el rodaje de Coriolanus
Pregunta.- La película es fantástica, ¿por qué no ha dirigido antes?
Respuesta.- Muchas gracias. Siempre he querido dirigir pero esperaba un proyecto con el que me sintiera realmente comprometido. Sentí esa fuerza cuando interpreté la obra en teatro en el año 2000, me arrebató completamente. Tiene esta cualidad de ser un thriller muy dinámico y provocar una sensación muy fuerte de desconcierto e incomodidad. Es una obra sobre la autoridad política en la que hay un conflicto constante que tiene una dimensión muy global. Además, me identifico con la rabia de Coriolanus, entiendo las razones para hacer de vez en cuando algo irracional. Y me conmueve mucho la relación con su madre, ese momento de crisis delante de ella cuando se arrodilla es sencillamente maravilloso.
P.- La paradoja de Coriolanus es que al mismo tiempo que es un hombre noble, lo cual es admirable, pero sus ideas autoritarias son terribles.
R.- Esa ambigüedad es precisamente lo más fascinante. Es difícil explicar estas cosas pero hay un nivel de conexión muy profundo con su rabia. Él intenta hacer lo que le piden pero no es capaz de renunciar a sus convicciones y prefiere su propia ruina, hay algo hermoso en eso. Pero al mismo tiempo que existe esa simpatía emocional, hay un rechazo a sus ideas que hoy llamaríamos fascistas. Es un nacionalista extremo. Finalmente, hay una capa que me gusta mucho y es su condición de niño perdido dominado por su madre a pesar de su fiereza. Es un hombre muy solo que ni siquiera sabe compartir su intimidad con su mujer. Quizá la única relación verdadera es la que tiene con su enemigo a muerte, Aufidius (Gerard Butler) porque los dos son guerreros. Por eso filmé la última pelea como un combate erótico, al mismo tiempo que luchan están haciendo el amor.
P.- ¿Por qué decidió trasladar la obra al mundo contemporáneo?
R.- No es algo original, hace muchos años que hay versiones teatrales de Shakespeare con los actores vestidos de forma moderna. En cine es menos frecuente, Baz Luhrmann marcó un hito con su versión de Romeo y Julieta. El motivo es muy sencillo, pensé que si enmarcaba la obra en un contexto reconocible por el público así le resultaría más fácil seguir la película porque en el contexto original quizá es todo demasiado lejano y se podía perder el fondo del asunto. Ahora, cuando lo pienso, a veces me arrepiento, quizá si empezara de nuevo lo haría de otra manera. Lo que no he cambiado son los textos porque me siento incapaz, amo demasiado esa obra para cambiar una coma. No tengo religión pero tengo a Shakespeare.
P.- ¿Qué cree que hace la obra especialmente contemporánea?
R.- Es una de las obras más difíciles de Shakespeare porque tiene una estructura muy complicada y es demasiado larga. Pero precisamente en ese carácter extraño de ser tan confusa y tan ambigua creo que hay algo que conecta muy bien con el mundo que habitamos porque ésta es la época del desconcierto. Coriolanus es un símbolo del mundo de hoy, muy perdido y asustado, aunque también se pueda comportar como un psicópata. Además, siempre me ha resultado fascinante esa dualidad de los guerreros, que son fuertes pero no son fuertes. Vivimos en un mundo muy nihilista y lo que el personaje plantea es una suerte de idealismo que en un contexto así solo puede desembocar en una tragedia.
P.- Coriolanus se niega a aceptar la democracia porque la detesta. Le recomiendan que simplemente mienta porque lo importante es el ejercicio real del poder pero se niega. ¿Es posible que un político sea realmente honesto?
R.- Podemos decir que en cierto sentido es demasiado noble para ser un político. Él cree en lo que hace y no es capaz de negociar sus principios. Vemos a un hombre curtido en la guerra que está perdido fuera de ese mundo, al que en realidad no le interesan los asuntos civiles porque no los entiende. No sabe encontrar la empatía de los demás y dejar de ser como es.
P.- Une sus dos pasiones, el cine y el teatro, ¿dónde se siente más a gusto?
R.- Necesito las dos cosas. Cuando llevo mucho tiempo haciendo películas siempre vuelvo al teatro porque esa es la arena en la que un actor se bate realmente el cobre. La atmósfera y el contacto con la gente son fundamentales.
P.- ¿Qué recuerda del éxito monumental de La lista de Schindler
R.- Fue la primera vez que hice una película y realmente lo disfruté. Era un proyecto muy importante para Spielberg y podías sentir esa energía en cada momento, el nivel de compromiso de todo el mundo era muy fuerte. Esa película nos marcó a todos los que participamos en ella y creo que jamás he vuelto a sentir una determinación tan grande por llevar a buen puerto una película. Fue muy intenso.