Matt Damon en Tierra prometida
Lo ha dicho el propio Matt Damon en la rueda de prensa, de hecho, lo ha dicho varias veces: Tierra prometida, de Gus van Sant ha sido un fracaso en Estados Unidos, de crítica y de público. ¿Por qué? No tengo ni idea. Películas mucho peores arrasan en taquilla y bastante peores entusiasman a los críticos, pero los caminos del éxito son inescrutables. Quizá, como ha dicho también Damon, dentro de diez años la gente la redescubre y se da cuenta de que es una maravilla. Una maravilla, de todos modos, tampoco. La película cuenta una historia que todos conocemos y hemos visto en el cine mil veces, para no irse muy lejos, vean Erin Brockovich. En un pequeño pueblo de una zona rural y remota de Estados Unidos descubren reservas de gas. Damon, un buen chico americano con cara de sano y no albergar ningún tipo de maldad, es el representante de la gran corporación que quiere arrasar con todo bajo la promesa de llenar los bolsillos de sus empobrecidos habitantes.En el filme se encuentran dos géneros, por una parte, el dicho, la lucha del ciudadano normal y corriente contra los grandes intereses, en este caso con tono ecologista. Por la otra, el choque de personas de la gran ciudad perdidas en un pequeño pueblo en el que todos se conocen aunque eso no significa necesariamente que sean todos unos santos. Lo bueno de la película es que está muy bien rodada (tampoco podía esperarse menos de Van Sant) y que reproduce con sensibilidad y belleza esas vidas anónimas y remotas de unos seres que viven lejos de donde se supone que pasan las cosas. Además, Damon, ya se sabe, es un actor enorme y está muy bien acompañado por Frances McDormand y John Krasinski. El problema de Tierra prometida es que es demasiado sencilla y esa sencillez no se convierte en ningún momento en un valor sino en una excesiva simplificación. Van Sant juega a hacer de Capra y Damon es una suerte de caballero sin espada contemporáneo, pero la supuesta maldad de las corporaciones (que nos imaginamos desde el principio) resulta algo ingenua cuando llega la sorpresa ni muy sorprendente y aunque la película se deja ver y es entretenida no queda muy claro exactamente qué es lo que quería contar.
El cineasta austríaco Ulrich Seidl las fue liando pardas a su paso por Cannes y Venecia donde presentó las dos primeras partes de su trilogía Paradise. No las he visto porque no se han estrenado en España pero las crónicas hablaban de un cineasta transgresor que lucha por adentrarse en el terreno de lo desagradable y escabroso para provocar náuseas en el público. Así que me meto en el cine para ver Faith esperando escenas groseras, comportamientos patéticos y situaciones sádicas. No sé cómo serán las otras, pero la última parte de su transgresora trilogía es un cuento bastante bonito y rebosante de humanidad. Ambientado en un campo de verano para adolescentes obesos, la película nos cuenta el amor platónico (o no, conviene no desvelar los finales) de una rolliza joven que está obsesionada con su maduro doctor. Hay poco más que eso, las conversaciones, geniales, de los gordos personajes y una mirada irónica pero no tópica y manida sobre la obsesión por la delgadez. Al final, es una película sobre la dificultad de aceptarse, crecer y enamorarse. Es un buen filme y tiene madera para llegar al público. No sé si es que Seidl se ha vuelto bueno o los cronistas de Venecia y Cannes exageraban. Más bien creo que lo primero, así que señor Seidl, bienvenido a la "normalidad", signifique lo que eso signifique.
Lamento no poder informar sobre The Grandmaster, la nueva película de Wang Kar Wai, pero el pase fue ayer que yo no había llegado y no. A ver si consigo una entrada como sea y el lunes puedo hablar de ella.