Bernardo Bertolucci. Foto: Archivo
Pocos apostaban por su regreso a las cumbres del cine internacional, pero en el Festival de Cannes de 2012 Bernardo Bertolucci presentó 'Tú y yo', la emotiva crónica de un amor filial y adolescente que llega este mes a salas españolas. Postrado en una silla de ruedas, el legendario autor de 'Novecento' siente que con este filme probablemente ha culminado su obra. Así lo explica en esta entrevista a El Cultural, en la que habla de cine, de política, de su enfermedad...
La nueva película del maestro se titula Tú y yo y se estrena el 26 de julio. Es la adaptación de una novela de Niccolo Ammaniti, que narra una historia "minúscula" de la que el cineasta logra extraer algunas de las más bellas imágenes de su obra. El filme cuenta lo que sucede durante la semana en que Lorenzo (Jacopo Olmo Antinori), un adolescente asocial, decide no irse a esquiar con sus compañeros de colegio, como cree su madre, y en cambio se encierra en el sótano de su casa a leer. Su soledad se verá alterada por la brusca irrupción de su hermanastra, Olivia (Tea Falco), una veinteañera adicta a la heroína que quiere superar su problema porque se ha enamorado. En Tú y yo brilla sobre todo el talento que ha hecho de Bertolucci un artista fundamental: la dirección de actores.
-Después de diez años sin ponerse detrás de la cámara, ¿por qué decidió regresar?
-Una película es como una historia de amor. En mis condiciones físicas ya no puedo rodar nada parecido a Novecento o El último emperador. Cuando leí la novela sentí un verdadero flechazo, enseguida supe que tenía que contarla. En realidad, no he hecho muchas películas [dieciocho sin contar los cortos de filmes colectivos] y tengo celos de los directores que exhiben largas filmografías. Jamás tuve esa facilidad para hacer películas muy seguidas. Siento que es el momento de culminar mi obra.
-Llama la atención que regrese con una historia en la que explora una época como la adolescencia. ¿A qué se debe?
-Lo más interesante de esa etapa es que se produce cuando uno forja su identidad. Me seduce mucho ese protagonista que miente todo el rato y que guarda tantos secretos. Es un joven confuso pero que al mismo tiempo tiene una personalidad muy definida. Me fascina ese momento de la vida en que uno se atiborra de comida basura y hace planes para el futuro. Por otra parte, me brindaba la posibilidad de trabajar con actores jóvenes, algo que me divierte mucho más. A Jacopo [Olmo Antonioni] lo vi crecer durante los tres meses de rodaje. Cuando terminamos era otra persona, mucho más madura. Cuando suceden tantos cambios tan deprisa es maravilloso verlo.
-Acaba contando una intensa historia de amor filial.
-Vemos cómo se van liberando de sus prejuicios y sus miedos. Al principio, cuando aparece su hermana, el chico no reacciona bien porque su plan de estar solo se va al traste. Poco a poco, llegan a conocerse y cada vez son menos rígidos el uno con el otro. Va surgiendo ese verdadero amor entre hermanos y al final están liberados y esa conexión les produce una enorme felicidad. Es una película muy conectada con las emociones, con los sentimientos. Está muy relacionada también conmigo mismo, con el proceso que he sufrido estos últimos años de aceptar mi condición física.
Bertolucci ríe todo el rato y a veces parece más interesado en preguntar que en responder. En su discurso puede leerse fácilmente entre líneas que su enfermedad (no revelada) le ha supuesto grandes dosis de dolor y tristeza. Han pasado más de 50 años desde que debutara en el mundo del cine, trabajando como ayudante de dirección en la primera película de Pasolini, Accatone (1961) y dirigiendo su primera película, La commare seca, pocos meses después. Su primera gran obra llegaría con El conformista (1970), un poderoso ejercicio de indagación psicológica y un retrato demoledor del fascismo en Italia.
El último tango en París (1972) convirtió a la mantequilla en el elemento erótico más famoso de los 70 y lo encumbró como el cineasta de referencia en Europa. Después llegarían Novecento (1976), filme icónico de la izquierda política, la extraordinaria La Luna (1979), en la que prefigura algunos de los temas de Tú y yo, como la maternidad, la adolescencia y la fragilidad de nuestros sentimientos. El último emperador ganó nueve Oscars, y lo grandioso y exótico se convirtió en su especialidad a partir de entonces con películas como El cielo protector (1987) o Pequeño Buda (1993).
-En Tú y yo aborda la paradoja de querer estar solos al tiempo que queremos amar y comunicarnos. ¿Se siente identificado con el protagonista?
-La soledad es un sentimiento que conozco muy bien. No tengo ninguna necesidad de hacer un esfuerzo para meterme en la piel de ese joven. Lo más terrible de estar solo es cuando uno no lo ha elegido, pero si es voluntario... yo siempre digo que a mí la soledad me hace mucha compañía.
-Siempre ha sido un director de actores y, en este caso, al encerrarlos en un espacio muy reducido, como ya hiciera en El último tango en París, su protagonismo es aún más marcado.
-Estaba fascinado con sus cuerpos y sus rostros. Durante el rodaje sentía que estaba tratando de penetrar en sus psicologías, en su misterio. Ese fue el gran estímulo. Por eso es tan importante encontrar a los actores adecuados, y tuve mucha suerte. Además, eran muy distintos. Jacopo es como un soldado y recitaba su diálogo de forma militar. Olivia, en cambio, era mucho más libre y constantemente cambiaba sus líneas, lo que desconcertaba mucho al chico. Cuando escribes un guión los personajes son de papel, pero en el momento en el que tienes los cuerpos y los ojos comienzan a existir de verdad.
-¿Prefiere trabajar con actores jóvenes?
-Sí, ¡quizá porque tengo 71 años! Para los dos era su primera experiencia en una película y me gusta esa pureza, esa ingenuidad de ponerse delante de la cámara con tanta frescura. Me parece irresistible.
Hace poco más de veinte años, durante el rodaje de El último tango en París, Bertolucci trabajó también con una joven debutante, Maria Schneider, pero la tensión del rodaje hizo que el director se acabara peleando tanto con ella como con Marlon Brando, con el que no se habló durante años. Bertolucci protagonizó entonces un sonoro escándalo de amplísima repercusión en nuestro país del que no tiene buenos recuerdos: "Fui pisoteado y atacado de una manera inimaginable. Fui condenado a cuatro meses de cárcel. Perdí mis derechos civiles. No podía votar. Ahora es frecuente que se hable de la película en términos muy elogiosos. Cuando me felicitan por ella, para mí es inevitable rememorar el calvario que supuso".
-En Tú y yo muestra la rebeldía y la rabia juvenil, temas que ya estaban presentes en Antes de la revolución (1964). ¿Cómo cree que ha modificado el sentir político de la juventud desde entonces?
-Gran parte del problema es que hoy la política ya no tiene encanto. Cuando yo era joven podías expresar tu rebelión pensando que podías cambiar el mundo. ¿Qué les queda a los chavales de hoy? Su única manera de rebelarse es individualista, se encierran en su habitación, insultan a sus padres porque les avergüenzan y ponen la música muy alta. Hay una rebelión que es fisiológica pero que ahora no tiene forma de hacerse activa. Hay una censura mucho más grande de la que ha habido jamás porque no tienen ninguna salida.
-¿Qué opina de las manifestaciones callejeras en todas partes del mundo, de Brasil a Turquía pasando por Madrid?
-Son un signo de esperanza. Uno siente que aún estamos vivos. De todos modos, sigue faltando una alternativa real. Serán los jóvenes quienes deban construirla.
-¿Siente que la sociedad de hoy ha empeorado mucho respecto a la de su juventud?
-Hay algo que me gusta de este momento, y es la tecnología. Soy un fanático de los avances tecnológicos. Esta película, por ejemplo, la quería rodar en 3D pero hicimos unos tests y no funcionaba. En Cannes vi la versión estereoscópica de El último emperador y me entusiasmó el resultado. Para la gente de mi edad, observar el cambio de la sociedad es realmente increíble. Hemos ganado en algunas cosas, desde luego, pero se ha perdido ese sentido de comunidad que antes existía. Vivimos en un mundo muy individualista, y eso no me gusta.
-¿Se sigue considerando una persona de izquierdas?
-El mundo está lleno de injusticias y, mientras siga habiéndolas, yo seguiré siendo de izquierdas. La sociedad ha cambiado de una forma demasiado rápida y no creo que sea posible entenderla ahora mismo. Quizá dentro de un tiempo podremos saber cómo es realmente la juventud de hoy, esa juventud que retrato en la película. Ahora mismo, el panorama parece devastador después de 30 años de anestesia televisiva y del triunfo de la subcultura. Vivimos en el apogeo de unos valores falsos. Es posible que algún día descubramos que los jóvenes de hoy también saben leer. Siempre tengo esperanza.
-Desde España, la situación de Italia parece un caos difícil de entender. ¿Cómo lo vive?
-En mi país asistimos al suicidio de la democracia. Es muy deprimente. No hay una verdadera izquierda. Yo confío en que los italianos al final sabemos cómo resolver las situaciones. Hemos caído a un punto tan bajo que tengo la esperanza de que surja una voluntad de arreglar el desastre.
-La propia idea de una Europa unida, ahora también parece que se desvanece. ¿Se considera un europeísta?
-Yo siempre he sido un entusiasta de una Europa unida. Altiero Spinelli [político italiano defensor del federalismo] sigue siendo un gran referente. Tal y como lo veo, ha llegado el momento en el que sólo podemos avanzar o destruirnos. Mientras no haya un primer ministro y un gobierno con ministros en Bruselas seguiremos a la deriva. La respuesta es más Europa. Tenemos que volver a poner los valores como prioridad.
-Después de décadas de enorme prosperidad en Europa, el continente atraviesa una crisis económica devastadora. ¿Cree que esto tiene remedio?, ¿es optimista al respecto?
-No soy un experto en economía pero lo que salta a la vista es que hemos construido una sociedad con demasiados desequilibrios, y eso a largo plazo no puede funcionar. Lo estamos viendo ahora mismo. Hay gente que puede navegar en la crisis y millones de víctimas que no tienen ninguna expectativa. Es más importante que nunca mirar a nuestro alrededor y hacer un esfuerzo por entender qué está sucediendo. Hay dos problemas enormes, la falta de trabajo y la situación de los jóvenes, que requieren una inmediata respuesta.