Brad Pitt se enfrenta a una epidemia zombi en Guerra Mundial Z.

La película, protagonizada por Brad Pitt y dirigida por Marc Forster, se estrena este viernes en los cines españoles.

Supongo que daría para todo un tratado de filosofía el por qué la cultura contemporánea está obsesionada con los zombis. De hecho, al menos en España, ya lo ha dado, y en el ensayo Filosofía Zombi, finalista del Anagrama, propone Jorge Fenández Gonzalo que veamos a los zombis como una metáfora de nuestra progresiva falta de capacidad para ver al otro como un ciudadano o ser humano igual a nosotros. Por otra parte, los zombis, como símbolo del advenimiento del fin del mundo también serían un instrumento perfecto para denunciar las derivas menos edificantes de nuestra sociedad. En el caso de Guerra Mundial Z al menos lo segundo es muy evidente y la destrucción de la humanidad se relaciona directamente con el cambio climático y la persistencia de espantosas desigualdades en el mundo.



Con Brad Pitt como protagonista y un presupuesto archimillonario, el fenómeno zombi, tan cercano a lo friqui o a un universo de cultura de cómic underground, parece adquirir un marchamo de legitimidad mainstream definitivo que lo consolida como fenómeno cultural insoslayable. De esta manera, Guerra Mundial Z viene a ser la apoteosis de una obsesión contemporánea llevada al paroxismo. Para los mínimamente avezados es posible, de todos modos, que llegue tarde. El género zombi, en absoluto revival ha dado lugar en los últimos años a series de televisión como The Walking Dead, visiones humorísticas como Zombis Party hasta aproximaciones con voluntad de trascendencia como 28 semanas después. Dirigida por Marc Forster, Guerra Mundial Z se toma absolutamente en serio la plaga zombi y más allá de la contingencia de quiénes son los "malos", plantea una clásica historia de Hollywood en la que un hombre bueno y valiente salva al mundo.



A la pregunta no poco importante de si Guerra Mundial Z es una buena película, la respuesta es, a medias. La historia es conocida y archirrepetida, una familia de clase alta rubia americana se enfrenta al fin del mundo. De hecho, la plaga de películas zombis apuntada forma parte de otra mayor, la de películas sobre el Apocalipsis, una obsesión no solo para los grandes estudios, también para los autores más insobornables como demuestran filmes como Take Shelter, de Jeff Nichols, o 4:44 Last Day On Earth. Será la crisis o que es necesario otro ensayo filosófico para adentrarse en este delirio que recuerda a aquel que padecieron los europeos en el año mil.



Pero volvamos a Guerra Mundial Z. Forster es un buen director y la peripecia de este padre abnegado, Pitt, por supuesto, su mujer y dos hijas pequeñas durante la primera parte tiene ritmo, tensión y engancha. El filme sigue teniendo brío a partir de entonces en su segunda mitad, cuando llega la hora del heroísmo y Pitt debe partir en busca de la solución al misterio del virus que convierte a los seres humanos en "no-muertos" en una base americana en Corea, en Israel y en Gales. De hecho, es en Jerusalén donde la película alcanza su cénit y su indiscutible gran momento. Forster logra extraer imágenes de impacto como esa torre humana de zombis que acaban destruyendo los muros que protegen al país en las que los seres humanos se convierten literalmente en cucarachas. Solo por esto vale la pena ver la película.



Sin embargo, a partir de ese momento cumbre en Tierra Santa, la película va perdiendo gas y sus aspectos más convencionales se acaban imponiendo. El final, aunque ingenioso, resulta un tanto forzado e inverosímil y el clímax, como es habitual en Hollywood, se alarga hasta la extenuación. Si lo que pretendía Forster es hacer una película entretenida, lo ha conseguido, si quería hacer algo más, no.