Fotograma de Club Sándwich, de Fernando Eimbcke.

Se ha hablado mucho del complejo de Edipo, ya saben, aquello de los hijos enamorados de sus madres. Pero ¿qué pasa cuando son las madres las que están enamoradas de sus hijos? El mexicano Fernando Eimbcke nos propone semejante "drama" en la pequeña y deliciosa Club Sándwich, su segunda película, rodada de forma artesanal y con recursos limitados que logra convertir una pequeña anécdota en una estampa de vida que emociona y resulta reconocible. Cuenta lo que sucede entre una madre y su hijo cuando se van de vacaciones. El hijo, en la adolescencia, va a vivir su primer amor y la madre, que no es mala pero no quiere aceptar el paso del tiempo, se mosquea.



Hay ecos de Libertad, de Jonathan Franzen, en esa madre convencida de que su hijo es su mejor amigo y que resiste a pensar que en realidad es eso, su madre, y que como tal algún día deberá entender que su hijo prefiera a mujeres para acostarse con ellas que para servir de cómplices. Todo esto lo cuenta Eimbcke con gracia y dosis de naturalismo sin desdeñar un cierto sentimentalismo teñido de ironía y de frases ácidas. Club Sándwich es una comedia con un regusto un tanto amargo que no busca la grandilocuencia sino las "pequeñas cosas" cuyos 80 minutos pasan volando. Es demasiado mínima para ganar algún premio pero Club Sándwich es algo más que simpática y tierna y desprende verdadera humanidad.



El largo viaje, ambiciosa película de dos horas del australiano Jonathan Teplitzky, cuenta una historia grande, enorme, basada en una historia real. Colin Firth, presente en el País Vasco por partida doble ya que aun le queda por presentar Devil's Knot, interpreta a Eric Lomax, un oficial británico que es torturado por los japoneses durante la segunda guerra mundial y obligado a trabajar en condiciones terribles en la construcción de la línea de tren que une Birmania con Tailandia. Cuarenta años después, Lomax sigue hecho polvo, incapaz de disfrutar de su mujer (Nicole Kidman) y para ello viaja hasta el lugar de su sufrimiento para reconciliarse (¿o acaso vengarse?) del hombre que le fastidió la vida. Firth es un buen actor y hace un esfuerzo titánico para salvar a la película del desastre pero no hay alma humana capaz de conseguir lo imposible. Engolada, sentimental y obvia, El largo viaje quiere ser una película enorme que trata cuestiones profundas y trascendentales como la barbarie, la frustración o la capacidad de supervivencia y lo hace de manera tan enfática y a ratos incluso cursi que acabas harto del pobre Lomax. Sin duda, la historia necesitaba un mejor director y lo más extraño del asunto es ver a una pareja de actores de tal calibre descarrilar en un proyecto ahogado por lo pomposo.