Image: Assange, revolución y fanatismo

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Cine

Assange, revolución y fanatismo

18 octubre, 2013 02:00

Daniel Brühl y Benedict Cumberbatch protagonizan El quinto poder

Dice una crítica de Estados Unidos que la película sobre Wikileaks no se sabe si llega "demasiado pronto o demasiado tarde". Es cierto que las películas sobre hechos históricos tan recientes muchas veces están acompañadas de un inconfundible aire a telefilme por la prisa con que tratan de sacar rentabilidad de sucesos que acaban de impactar a la opinión pública. El quinto poder, sobre la breve y agitada historia de la página de filtraciones más famosa del mundo, se estrena apenas tres años después de la masiva publicación de secretos de Estados Unidos y cuando la delatora, Chelsea Manning (respetemos su voluntad de ser llamada como quiere) acaba de recibir una sentencia ejemplar por su temeraria acción.

El quinto poder se centra en la figura de Julian Assange, ese hacker australiano de aspecto inquietante que creció en una secta y solo conoció a su padre cumplida la mayoría de edad. Assange, figura fundamental del mundo moderno tanto uno lo admire como lo deteste, es el protagonista absoluto de la cinta aunque lo veamos a través de los ojos de su ex colaborador Daniel Berg, en cuyo libro de memorias está basado el filme. En un giro sorprendente, la película termina con el actor Benedict Cumberbatch, mimetizado en su personaje hasta extremos asombrosos, expresando su rechazo por la película, lo cual no está muy claro si es una muestra de honradez, ironía o una prueba que aporta el director sobre su credibilidad al poner en primer plano el rechazo de su propio héroe a la película que acabamos de ver.

Una película sobre Wikileaks tiene de entrada morbo, uno desea saber qué pasó realmente dentro de una organización oscura en la que como sucede con el propio Assange conviven elementos que mueven a la admiración con otros que provocan rechazo: ¿Son héroes de la libertad o fanáticos de su propia causa que no controlan sus límites? Esa es la ambivalencia del asunto tal y como lo conocíamos y Condon no quiere dar una respuesta, o sí la da, Wikileaks comienza bien y termina fatal cuando su artífice se cree su propio éxito y acaba siendo víctima de su propia cruzada. Lo que Condon cuenta, de forma pedestre, es un clásico, de cómo se desvirtúan los ideales y las ideas puras se convierten en puristas. De hecho, el activista (encerrado aún en la embajada ecuatoriana) ha expresado de forma vehemente su rechazo al filme del que dice que "solo podrá gustar al Gobierno de Estados Unidos".

No sé si El quinto poder cuenta o no la verdad. Desde luego, Assange no sale muy bien parado y aunque se celebre su idealismo al final el retrato es más negativo que positivo: manipulador, desalmado, egocéntrico, con delirios de grandeza, desleal, poco compasivo, arrogante y mal amigo, no es extraño que no le haya gustado lo que se cuenta de él. Assange es incluso mucho menos agraciado físicamente en el filme que tal y como lo conocemos, lo cual teniendo en cuenta que a Steve Jobs lo interpretó Ashton Kutcher queda claro a quién se quiere y a quién no. Pero El quinto poder no es un reportaje sino una película y aunque su veracidad deba ser tenida en cuenta, la realidad es que como filme no llega demasiado lejos. Para empezar, en su empeño en llenar la pantalla de dígitos y pantallas de ordenador centelleantes a Condon le sale una película francamente fea. No está muy claro cuál es la mejor manera de explicar cinematográficamente un universo virtual repleto de códigos y laberintos informáticos y no parece fácil, pero el resultado son imágenes vulgares que parecen salir del anuncio de una teleoperadora.

Dice la publicidad del filme algo así como que no puedes revelar los secretos del mundo sin exponer los tuyos, dilema moral que no aparece por ningún lado y que más bien parece justificar la propia existencia de la película bajo el argumento del "y tú más", o sea, que los gobiernos destapados por Assange tienen sus pecados, pero él no le va a la zaga, y el que esté libre de culpa, ya se sabe, que tire la primera piedra.

El problema es que las contradicciones del propio personaje (que hace lo mismo que sus enemigos, mentir cuando le conviene en nombre de un fin mayor y más noble, cada cual el suyo) no son tan interesantes como el verdadero meollo del asunto: ¿Son los delatores los verdaderos héroes de la modernidad? ¿Dónde empieza y donde termina nuestro derecho a saber y el de todo el mundo para preservar una cierta privacidad? Lo importante es lo que Wikileaks representa para el mundo y no si Assange es o no es un capullo, como realmente parece. Todo es demasiado simple y no está muy bien contado. Y a costa de repetir sus propios tics (los chistes sobre el pelo blanco y las miradas desdeñosas) más bien lo que parece este Assange es un soberano coñazo de tío.