'La sustancia': Demi Moore se convierte en un monstruo salvaje en la era de TikTok
- Nada parece nuevo en el filme de Coralie Fargeat, y sin embargo podemos llegar a sentirlo como un engendro único en su especie. Transporta las cualidades de una cult movie automática.
- Más información: Coralie Fargeat gana el premio al mejor guion en el Festival de Cannes
Una gurú del fitness televisivo amenazada por la sombra del envejecimiento. Una celebridad que se niega a aceptar los mecanismos del paso de tiempo. Un mundo, el del show business, cruel, enloquecido y aislado. La devoción por la fama y el cuerpo impecable, la belleza que no quiere lidiar con la degradación.
Los ingredientes de La sustancia son viejos y conocidos: apenas una fábula que se mira en el lienzo atrofiado de Dorian Gray y en el terror psicológico de ¿Qué fue de Baby Jane? (Robert Aldrich, 1962) para escalar al horror movie en su militancia contra el sexismo y la jubilación prematura.
Con todo ello, tan básico y tan eficaz, la cineasta francesa Coralie Fargeat (París, 1976), en connivencia con los cuerpos y la entrega desmedida de Demi Moore y Margaret Qualley, se suma a una suerte de necesidad, o de estrategia, que el cine contemporáneo se empeña en llevar a sus límites para epatar al nuevo espectador, aquel en busca de estímulos radicales y del impacto.
Podemos nombrar La sustancia por su condición extrema, y sin duda es así como la recordaremos. El problema, o el peaje, es que todo impacto inicial corre el riesgo de diluirse con el paso del tiempo, y que una vez desenmascarado, lo que queda es el vacío, la vulgaridad, lo grotesco. No creemos que sea el caso, pero pudiera serlo.
Despejando la desmedida Megalópolis de la ecuación, que en realidad no tiene absolutamente nada que ver, La sustancia fue la propuesta más excesiva, aberrante y demencial a concurso en el pasado Festival de Cannes. Sin embargo, lo que en Coppola era un evidente salto al abismo, con todo lo que conlleva (sus grietas y perturbaciones), en Fargeat es una estrategia que juega sobre seguro, que ya conoce a su público de naturaleza incondicional, que en su cáscara se aberra hacia un riesgo controlado.
No le negaremos en todo caso a esta película sin frenos, a su inteligencia y a su humor, que lanza un pulso al buen gusto a partir de la poética de lo grotesco. Una verdadera monstruosidad, en definitiva.
Bipolar y autodestructiva
La criatura bipolar y autodestructiva que cultiva el filme, ayudándose del contenido extradiegético que aporta el descomunal trabajo de Demi Moore (en sí misma una celebridad sexagenaria que desafía los procesos naturales de envejecimiento), oposita como el monstruo salvaje que nuestra contemporaneidad de TikTok necesitaba.
La alteración genética que le permite engendrar una “versión más joven y hermosa” de sí misma está sometida a unas reglas que su ambición desquiciada y contra natura no podrá aceptar. Lo dicho, hay lucidez en el guion. Hay ironía posmoderna en el tono. Y eso, queramos o no, redime sus excesos, nos invita a digerirlos con placer.
El debut de Fargeat con Revenge (2017) ya estableció la pulsión dinámica de la directora en su pesquisa de un lenguaje cinematográfico que no nos deje indiferentes. En La sustancia, la viveza de los colores, la simetría de los planos, la expresividad de los espacios (especialmente el apartamento de la protagonista, y su baño, donde se “instala” el laboratorio del monstruo), las recreaciones del show televisivo y, con prístina dedicación, la escalofriante sensualidad con la que retrata a sus actrices, gran parte del metraje desnudas (habría que discernir en qué modo el male gaze queda desactivado en manos de una cineasta, o en qué medida esa mirada se sincroniza con el dilema moral bajo la superficie del relato), confieren a las imágenes una precisión y meticulosidad estéticas que se adscribe a los códigos de un cuento de hadas moderno, en el que la elegancia convive con el histrionismo y la necesidad de incomodar nuestras percepciones.
En todo caso, todas las decisiones estéticas nos arrastran a un universo propio que adquiere cualidades abstractas, que parecen responder a las reglas de una fantasía cruel en permanente tensión, al servicio de una escalada dramática capaz de romper o hacer colisionar sus propios estereotipos.
Esto es, nada parece nuevo en el filme, y sin embargo podemos llegar a sentirlo como un engendro único en su especie. Transporta, digámoslo así, las cualidades de una cult movie automática, propulsada por una energía muy singular, especialmente el desquiciado tramo final, que retuerce los ingredientes sangrientos y nauseabundos del splatter como si quisiera fundir la cortante frialdad de Kubrick con la hipertrofia característica de los subgéneros y producciones de casquería.
El exhibicionismo cortés de Fargeat explicita con citas casi literales, resonancias inconfundibles, los referentes del cine extremo y la cultura posmoderna que le precede, otorgando al filme la lectura de una antología de los hitos que la alimentan como cineasta.
Es imposible no pensar en la nueva carne cronenbergiana, las deformaciones corporales de Francis Bacon y las aberraciones de “hiperrealidad” filosofadas por Jean Baudrillard. Acaso nos proponga La sustancia una nueva percepción de lo grotesco en su aproximación al horror corporal, si bien en esa construcción intervienen imaginarios ajenos, sean los de David Lynch, Brian de Palma o Darren Aronofsky.
Esa forma de sustancia vincula el filme con una tradición de culto en torno al terror corporal que, en manos de la cineastas francesa, podría haber adquirido un enfoque militante capaz de eclipsar todo lo demás. Afortunadamente, no es así. El sentido lúdico de La sustancia, por tanto, opera por encima de otras consideraciones. Y acaso esa sea la gran conquista del filme, su vindicación como objeto cinematográfico interesado en la hipertrofia y la aberración.
La sustancia
Dirección y guion: Coralie Fargeat.
Intérpretes: Demi Moore, Margaret Qualley, Dennis Quaid, Gore Abrams,
Tom Morton, Tiffany Hofstetter.
Año: 2024.
Estreno: 11 de octubre.