Image: Un biopic de Walesa en clave pop clausura una buena Seminci

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Cine

Un biopic de Walesa en clave pop clausura una buena Seminci

Las películas Omar, Metro Manila y Al final del cuento cierran la Semana del Cine de Valladolid

25 octubre, 2013 02:00

Fotograma de la película Walesa de Andrezj Wajda.

Andrezj Wajda, cineasta de mucho prestigio en el cine europeo, hace tiempo que ejerce como notario de la historia de su país, Polonia. Su última película, Katyn, reflejaba la masacre de oficiales polacos a manos de los rusos en 1940 y ahora presenta Walesa, la esperanza de un pueblo, en la que narra el tortuoso camino de su país hacia la democracia tras casi 50 años de ominosa dictadura comunista. Desde el propio título sabemos que Wajda se propone construir una hagiografía del personaje y esta es una historia de luces, el líder sindical no solo es un político férreo, sensato e inteligente, también es un hombre simpático, risueño y amante de su familia. Los biopics casi por definición tienden al telefilme y éste no es una excepción. Es una película que se deja contagiar por el espíritu optimista y chistoso de su héroe y una insólita música pop acompaña una peripecia, la del pueblo polaco hacia su libertad, que se quiere feliz. No es una película extraordinaria pero está bien contada y se beneficia del indudable interés que despierta una figura admirable sin fisuras.

La escuela de cine polaca, cuya tradición de excelencia representa el propio Wajda y otros cineastas míticos como Polanski o Zanussi, se deja ver en todo su esplendor en la muy estimable Papusza, otro biopic, en este caso sobre la primera, y quizá única, poetisa gitana del Este de Europa que alcanzó renombre internacional. En un tono muy distinto, Papusza es una película de enorme belleza pictórica que mezcla tiempos y sucesos para hacer un retrato, al principio casi idílico, después más oscura, sobre una comunidad que hoy mismo es objeto de una gran controversia. Pausza, mujer de talento, paga un precio muy alto por ello al considerar los suyos que los ha traicionado con sus poemas contando los secretos de su comunidad. Es un filme de ritmo lento en el que vale la pena adentrarse aunque solo sea por el espléndido trabajo de fotografía.

Guardo un recuerdo borroso de Paradise Now, de Hany Abu-Assad, sobre unos terroristas suicidas. La figura del terrorista 'simpático' vuelve a aparecer en Omar, una película muy bien rodada con conclusiones algo siniestras. Omar se dedica a saltar el muro que divide a los territorios ocupados por una causa noble, su amor por una bella árabe, y que al mismo tiempo planea atentados junto a sus amigos. Assad no es un director cualquiera y los diálogos transmiten veracidad y gracia, las escenas de las persecuciones en los angostos vericuetos de las medinas árabes son trepidantes. La película está narrada con ritmo y tensión, pero hay dos elementos que no acabo de comprender. El primero, porque la identidad del 'traidor' es lo único que está clarísimo desde el primer momento mientras la película se enreda en una trama complicadísima que sinceramente no acabo de comprender. La segunda, en las películas de Assad los israelíes son siempre figuras monolíticamente malvadas. Y cabría añadir una pregunta más: ¿Espera Omar que el gobierno de Israel le ponga una medalla por matar a un soldado? ¿Está eso bien? El gobierno sionista hace mil cosas despreciables, pero eso no justifica la violencia y no deja de ser curioso que los propios palestinos hagan lo mismo en los interrogatorios y que eso al director le parezca lo más normal. Sinceramente, no entiendo esta película y al final me provocó rechazo.

Metro Manila, del director británico Sean Ellis, estrella de la fotografía de moda antes que director, es una buena película. Trata sobre los desvelos de una familia pobre del campo de Filipinas que se traslada a Manila para encontrar una vida mejor. Allí, el padre encuentra trabajo en una compañía de transportes de materiales sensibles (léase, grandes cantidades de dinero) fuertemente armados. Comienza un thriller bien narrado que reflexiona sobre las muchas miserias de la pobreza y sus prebendas y aunque no acabo de entender muy bien el final (¿de dónde saca la llave?) es una película muy entretenida que pone el foco donde debe ponerlo y que emana simpatía por los más desfavorecidos.

La cineasta francesa Agnes Jaoui tuvo un debut deslumbrante con El gusto de los otros (2000) y desde entonces parece haberse convertido en la peor imitadora de su afición a retratar ambientes burgueses de provincias. Al final del cuento, su último filme, pretende conjugar la imaginería de los cuentos tradicionales con una historia contemporánea a partir del romance entre una joven deseosa de encontrar el amor y un chico guapo que forma parte de un grupo de música clásica. Es una película cursi, aburrida y pija en la que la mirada amable de la directora acaba siendo de una condescendencia pasmosa. Los buenos sentimientos están muy bien pero los remilgos son otra cosa.