Michael Haneke

Coincidiendo con la entrega del Príncipe de Asturias de las Artes, se estrena hoy Michael H: director de cine, del documentalista Yves Montmayeur, viejo amigo y colaborador de Haneke que revela para El Cultural los enigmas del cineasta.

Michael Haneke siempre viste de negro. Solo este detalle debería revelar algo de su esquiva personalidad. Podríamos pensar que es tan sombrío y pesimista como sus películas, pero mi teoría es otra. Como Albert Einstein, su fondo de armario tiende al minimalismo: pocas prendas y todas iguales. Creo que porque no quiere perder el tiempo cada mañana pensando qué ropa va a ponerse. No le interesan las decisiones banales.



Conocí a Haneke en un pequeño festival francés, cuando presentaba El vídeo de Benny. Por entonces yo escribía para una revista de cine y hablamos durante horas del filme. Me sorprendió que una película tan moderna y rompedora la hubiera dirigido un cineasta de cincuenta años de edad. De esto hace ya más de dos décadas, en las que Michael me ha demostrado su confianza concediéndome entrevistas cortas, largas, públicas y privadas sobre sus ideas cinematográficas. Pero sobre todo confiándome su amistad y complicidad, que me ha permitido realizar los making of de la mayoría de sus películas, desde que me permitió entrar con una cámara en el rodaje de Código desconocido.



Cuando accedió a que hiciera un documental sobre él, me advirtió que no iba a revelar nada de su intimidad, y que aunque intentara investigar su vida, descrubriría que ha llevado, y sigue llevando, una vida muy banal, sin ningún interés. Haneke rechaza categóricamente la exploración de su vida privada. No le gusta hablar de sí mismo, ni dar detalles de su pasado, de su familia... Es como un Mr. Arkadin vienés, que al igual que el personaje de Orson Welles, va borrando cualquier huella de su pasado. De hecho, es muy difícil encontrar fotos suyas de joven, de su vida antes de cineasta. Creo que hace lo mismo con sus películas, juega a la confusión constantemente, disfruta proyectando una imagen de sí mismo que quizá no se corresponda con la realidad.



Por eso decidí retratar a Haneke trabajando. Solo mediante la casi sagrada intimidad que se produce en el esfuerzo creativo podía revelarse el hombre que hay detrás de la obra. "No necesito un psiquiatra. Puedo lidiar con todos mis miedos y traumas trabajando en mis películas", me dijo en una de las entrevistas que, como buen control freak que es, también trató de controlar. Es una de esas frases típicas de Haneke que te descolocan. Casi nunca sabes si habla en broma o en serio, pero al mismo tiempo te está dando una clave de sí mismo. Desde luego es un hombre complicado -algunos actores me dijeron que es un "torturador"-, pero también es alguien cálido, cercano, a quien no le gusta andarse con rodeos. Cuando vio terminada mi película, me dijo que se veía en ella como un monstruo. Yo no lo creo. Lo que vemos es a un visionario ejecutando sus visiones. No tienes que ser diplomático con él, porque le encanta la confrontación, el intercambio de ideas, le gusta la gente que sigue sus convicciones aunque vayan en contra de las suyas.



Para mí el gran misterio de Haneke es su energía. ¿De dónde la saca? Hizo Amor con setenta años de edad con la fuerza y disposición propia de alguien con cuarenta años menos. Es algo que sorprende a todos los que trabajan con él, sobre todo porque la relación con su trabajo es muy física, se coloca en la piel de todos los personajes y replica sus movimientos, no para un solo instante. Creo que la luz y la esperanza que encontramos en su última película implica una especie de transición en su cine. Su evolución me recuerda a la de Lars Von Trier: empezó haciendo películas muy conceptuales y ha terminado rodando filmes más humanistas. A partir de ahora, los caminos que seguirá este hombre de negro son un misterio, como casi todo lo que le rodea, incluso para quienes, como yo mismo, disfrutamos de su inquebrantable y valiosa amistad.