Image: Mariana Rondón: Toda una generación va a estar marcada por la tensión en Venezuela

Image: Mariana Rondón: "Toda una generación va a estar marcada por la tensión en Venezuela"

Cine

Mariana Rondón: "Toda una generación va a estar marcada por la tensión en Venezuela"

La directora venezola nos habla de Pelo Malo, una película que se ofrece como metáfora del colapso social en Venezuela a través de la historia de un niño sometido a una doble discriminación.

14 marzo, 2014 01:00

Mariana Rondón. Foto: EFE

Mariana Rondón (Barquisimeto, 1966) ganó en el último Festival de San Sebastián con Pelo Malo, su primera película de ficción, en la que nos explica la turbulenta Venezuela de hoy mismo a partir de la relación entre una madre y su hijo en una barriada de Caracas. El niño quiere tener el pelo liso y emular a sus cantantes favoritos y la madre anda siempre perdiendo los trabajos y no lleva demasiado bien el afeminamiento de su hijo. Un halo de vitalidad recorre una película tensa y dura, que capta en gestos cotidianos la violencia de un país polarizado y azotado por una violencia extrema que estos días, precisamente, alcanza uno de sus puntos más álgidos. Rondón, que también es artista plástica, vislumbra un panorama muy negro para su país y no es difícil rastrear en su discurso las huellas de la artista que también es.

Pregunta.- Se trata de ver el drama de todo un país a través de una historia "minúscula" que ofrece una metáfora global.
Respuesta.- Hay una recolección de gestos. Lo primero que hice fue trabajar las miradas. En su mayoría son gestos violentos que pueden herir mucho. Estoy hablando de un país a través de sus mundos privados, fragmentados, donde hay familias heridas viviendo un gran conflicto. Esos pequeños gestos te explican lo que está pasando ahora en las calles, esta violencia que se nos hizo tan grande, que nos creció. A estas alturas de la vida, ¿qué hace la gente matándose?

P.- ¿Podemos hablar de una violencia estructural?
R.- Mucha de esta violencia tiene que ver con el estado polarizado que tiene en este momento Venezuela. No podemos cometer la ingenuidad de pensar que antes no existía, pero las dimensiones de este momento tienen mucho que ver con esa polarización del país que se ha ido acrecentando más. La película, para mí, ha significado un ejercicio de justicia. Hay espacios que procuro dejar abiertos para que el espectador se pueda situar, y no hago juicios a los personajes ni a las circunstancias. Cuando veo que los espectadores tienen visiones muy distintas de la historia, tengo la impresión de que he tenido éxito en esa exigencia que yo me puse a la hora de estructurar la película.

P.- El niño protagonista está sometido a una doble discriminación; por una parte de clase y, por la otra, en su propia familia debido a su incipiente homosexualidad.
R.- Está atrapado entre los prejuicios de una madre y un contexto que le propone alternativas vacuas, como disfrazarse de militar o ser un cantante del pelo liso, eso deja muy pocos espacios. En Cuba las mujeres se ponen talco para blanquearse. Ese conflicto del espejo es fundamental y por eso yo decidí empezar por ahí. Por ese "mírate y trata de quererte para resolver el problema que te causa ver tu reflejo". Y de ahí vamos hacia dentro. Es un conflicto enorme y cualquiera lo enfrenta cotidianamente, cada vez de un modo más profundo y doloroso.

P.- Ante esta realidad tan dura, el niño desarrolla una febril imaginación.
R.- La alternativa es el sueño, y ese es el gran choque. No hay ninguna puerta. No hay ni siquiera referencias masculinas: siente un vacío. Hay un punto donde él juega a perderse solo y tiene mucho que ver con sus construcciones con los fósforos. Es algo absolutamente personal. Él construye algo donde no hay nada. Lo único que tiene son palitos de fósforo. Es un espacio de salvación para él.

P.- La miseria acaba afectando todos los ámbitos. Las relaciones familiares están marcadas por la dureza y tiene un marcado protagonismo una abuela siniestra.
R.- La idea del poder es esencial y es lo que marca las relaciones entre los personajes. Cuando estábamos ensayando, jugamos con ese intercambio de relaciones de poder que se van otorgando los unos a los otros y eso lo trabajamos desde las miradas. Hay un mecanismo de sometimiento que es un juego en el que el niño acaba atrapado. La lucha entre la madre y su hija se prolonga en su propia figura, que se convierte en un elemento de esa guerra.

P.- Vemos una realidad muy dura, pero la película no es deprimente ni tiene un tono truculento. ¿Buscaba una cierta vitalidad en la tragedia?
R.- Dentro de toda la línea dramática, traté de trabajar que el baile marcara toda la estructura de la película; por eso después de cada vuelta dramática hay un baile. El primero muestra esa diferencia que él plantea. El segundo puede introducirnos en un mundo más duro y complejo, y nos lleva también a un lugar más sensual y seductor marcado por la madre. Y el tercero es el baile porque me da la gana, un baile placentero, con la abuela. Todo eso está relacionado con la importancia del baile en el Caribe, pero también sirve para dar un contrapunto al discurso duro y violento de la película. Esa vitalidad también está relacionada con la energía de Caracas, que es una ciudad caótica, fuerte y dura en la que, cuando empiezas a rodar, te da una adrenalina, una energía… muchas veces tenía que esforzarme en no dejarme llevar. Quería rodar la ciudad de forma documental y registrarla del modo más cercano posible a la vida cotidiana. Venezuela es un país muy joven y eso marca mucho, es un país con una gran energía. Ves a muchos occidentales que van al Tercer Mundo buscando precisamente eso: la verdadera vida.

P.- Esa mole de edificios en que viven los protagonistas, esa forma de vivir con miles de personas apiñadas, marca la historia.
R.- Ese complejo de edificios surge de los años 50. Fueron creados siguiendo las teorías de Le Corbusier de "la ciudad vertical" que aplicó en Marsella, son "la utopía ocupacional", "la ciudad jardín". Cuando lo filmamos por primera vez, recorrimos uno de esas moles con la cámara en una furgoneta y estuvimos casi diez minutos hasta rodearlo del todo. Te preguntas cuánta arrogancia hay en ese arquitecto que crea algo de estas dimensiones que va a tener un efecto tan grande sobre la vida de las personas. Hay que repensar esa utopía porque el resultado hoy mismo es desastroso.

P.- Desde el propio título y la obsesión con el pelo, vemos la obsesión de Venezuela con el aspecto físico. No dejan de ser curiosos esos comunistas que al mismo tiempo suspiran por chaquetas de Dolce & Gabbana y zapatillas de Nike.
R.- Esa es la gran contradicción de Venezuela. Paseando por avenidas de Caracas me di cuenta de que lo que más hay son peluquerías. Hay una gran banalidad en la relación del venezolano con su aspecto. Al mismo tiempo, las peluquerías son los lugares en que se escuchan las mejores conversaciones de Caracas.

P.- La situación ahora mismo está en uno de los peores puntos desde el comienzo del chavismo. ¿Qué futuro prevé?
R.- No soy profeta ni adivina. Lo que me preocupa es que haya unas heridas tan grandes que nunca lleguen a recuperarse. Para muchos va a llegar el fin de la vida y no habremos visto cómo cicatrizan. Hay toda una generación que va a estar marcada negativamente por esta tensión. En Venezuela se sigue discutiendo sobre quién ha matado, como si los muertos de los otros no fueran terribles.

P.- Muchos venezolanos se han marchado pero usted sigue allí.
R.- Vivo en Caracas y me cuesta mucho salir a la calle. Trabajo mucho en casa y sencillamente da miedo pero no quiero huir de ningún lugar. Si me voy es porque quiero, no porque me echen las circunstancias. Soy un poco terca.