Image: Pelo malo o la debacle venezolana

Image: Pelo malo o la debacle venezolana

Cine

Pelo malo o la debacle venezolana

14 marzo, 2014 01:00

Pelo malo de Mariana Rondón, Concha de Oro en San Sebastián

Ganadora de la Concha de Oro en el último Festival de San Sebastián, Pelo malo, de Mariana Rondón, se ofrece como metáfora del colapso social en Venezuela mediante la historia de un niño sometido a una doble discriminación.

Ninguna cinematografía ha recogido con mayor fidelidad el inmenso legado del neorrealismo italiano como la que proviene de Suramérica. Cinematografía en alza en los festivales internacionales y en los gustos cinéfilos, la venezolana Pelo Malo ganó el último Festival de San Sebastián gracias a una radiografía tan aparentemente ligera como demoledora de la Venezuela de Hugo Chávez. La directora Mariana Rondón (Barquisimeto, 1966) cuenta la debacle social y moral de todo un país arrojado a un sistema corrupto basado en la mistificación de un líder enfermo, Chávez, cuya decadencia física en oposición a los rasgos sobrenaturales que el oficialismo le supone se convierte en símbolo irónico y trágico de una catástrofe.

Lo cuenta Rondón desde una esquina un tanto sombría de esa Caracas azotada por el descontrol, la pobreza y la violencia, en la barriada destartalada en la que habitan una madre desesperada (Samantha Castillo) y su hijo, Junior (Samuel Lange Zambrano), un niño de unos diez años con un denso pelo rizado que sueña con una melena lisa y hacerse una foto disfrazado de estrella de Hollywood. Las fantasías del cándido niño provocan todo un terremoto familiar ya que la madre las considera poco viriles y no sabe qué hacer con un niño despierto e inteligente pero con claros rasgos afeminados. Surge así una de las paradojas más sangrantes de la realidad social: la discriminación que pueden ejercer aquellos que también son discriminados.

Como aquellas barriadas que vimos retratadas en filmes como Accatone o Milagro en Milán, ese paisaje de enormes edificios decadentes en el que habitan centenares de personas apiñadas como sardinas, la Caracas de Rondón se configura como una especie de no-lugar en el que la gente vive sin apenas intimidad. Una "ciudad hostil" como la define ella misma en la que "el sueño utópico de Le Corbusier se convierte en grandes infiernos verticales". Los enloquecidos delirios de un niño que sueña con parecerse a los protagonistas de las revistas sirven, en este contexto, como contrapunto irónico y dramático a una realidad opresiva en la que la miseria puede despojar a los seres humanos de su más elemental dignidad. "La violencia es muy fuerte, muy radicada. Obliga a sentir un miedo real. Eso tiene a la gente mucho más dolorida, angustiada y desesperada", opina la directora.

Vemos en Pelo malo cómo la violencia social acaba afectando a cada rincón de la vida, desestabilizando y removiendo incluso los cimientos de las relaciones personales. A la luz de los disturbios actuales que atraviesa Venezuela, Pelo malo muestra su capacidad profética al retratar una sociedad al borde del colapso: "Si como país no somos capaces de reconocer al otro, no creo que haya solución. O peor aún, tendremos falsas soluciones. Necesitamos poderes públicos independientes y que termine el apagón informativo".

La homosexualidad y los efectos sobre la moral de los oprimidos también aparecen en la película. El joven protagonista se enfrenta a una doble discriminación. Por un lado, la marginación de clase; y, por el otro, es rechazado por su propia madre por sus tempranas muestras de homosexualidad. "Venezuela es uno de los pocos países del mundo en los que la homofobia sigue sin ser delito", explica. "Quiero hablar de la intolerancia dentro de un contexto social cargado de dogmas. Mis personajes viven rodeados de referentes que los excluyen, de una iconografía que los alimenta de mesianismo político y certámenes de belleza. Modelos vacíos que lo devuelven a su desesperanza".