Una imagen de Shirley. Visiones de una realidad
Gustav Deutsch realiza en Shirley. Visones de una realidad un tratado de la soledad a partir de una arriesgada apuesta estética que toma la obra pictórica de Edward Hopper como referencia y protagonista.
El cineasta Gustav Deutsch, austríaco a pesar de su apellido, se ha movido hasta muy recientemente en el mundo del arte como fotógrafo, videoartista y creador de instalaciones y sin duda Shirley. Visiones de una realidad está a medio camino entre la película convencional y la obra de museo. Lo más destacable del filme es la precisión y sensibilidad con la que el director recrea en pantalla esos famosos cuadros de Hopper de formas geométricas y diáfanas que introducen metáforas de una modernidad tan bulliciosa como solitaria, espacios enigmáticos que sirven como expresivo escenario a la desesperación en versión contemporánea.
La habitación de hotel como lugar simbólico de la soledad es un clásico, una película recién estrenada como la italiana Viajo sola también parte de esa imagen para reflexionar en torno a ese concepto. En este caso, Shirley, la protagonista, es una actriz y vemos su evolución desde los años 30, recién superado el apogeo del Living Theatre, ese momento de efervescencia teatral e ideológico que convulsionó el Nueva York de los años 20, y con Estados Unidos instalado en plena Gran Depresión. Shirley renuncia a su carrera como actriz por su matrimonio, Hitler sube al poder, se desata la euforia anticomunista, su matrimonio naufraga y regresa a sus orígenes...
Todo esto nos lo cuenta el director a partir de trece cuadros de Hopper mediante monólogos interiores de la protagonista que escuchamos en off. Su compromiso político y su necesidad afectiva y deseo de formar una familia generan una autodialéctica de tintes intelectuales que sirve como reflexión al proceso de emancipación de las mujeres el siglo pasado. Shirley es bonita de ver, un poco aburrida también.