Magical Girl
La apuesta del 62 Festival de San Sebastián por el cine español, con cuatro películas a competicion -Magical Girl (Vermut), La isla mínima (Rodríguez), Autómata (Ibañez) y Loreak (Garaño y Goenaga)-, es mayor que otros años dada la gran cosecha recolectada, y que va de la ciencia-ficción al cine de autor, del costumbrismo al thriller.
Con Luis Bermejo, Bárbara Lennie y José Sacristán (en un papel memorable) al frente de historias que se cruzan y se enredan hasta acumular una tensión insoportable, Magical Girl encuentra su rosebud en la crueldad infantil como verdadera semilla del mal, catalizador de terrores arcanos en los que las "buenas intenciones" de un padre en paro que necesita dinero para complacer a su hija con leucemia conducen a una cadena de chantajes y a una expresión de la violencia incontrolables. "Hay además en la película -explica Vermut- una necesidad de hablar de una España en decadencia, que se refleja en la miseria moral de los personajes, en su apego a un mundo material que ha desaparecido delante de nuestros ojos". Determinado a generar traumas entre los espectadores, Vermut confirma con su segunda película que todas las promesas de talento de su ópera prima no eran meras burbujas de entusiasmo. Magical Girl, con sus formas minimalistas y su dramaturgia sin subtramas, no representa solo un paso de gigante en la carrera del joven director madrileño, sino un verdadero hito en los caminos del cine español más audaz y entregado a las subversiones cinematográficas.Hay en Magical Girl la necesidad de hablar de una España en decadencia". Vermut
Alberto Rodríguez junto a Javier Gutiérrez en el rodaje de La isla mínima
Mucho más "respetuosa" con los tropos del género es el thriller criminal La isla mínima, el regreso del sevillano Alberto Rodríguez tras la brillante Grupo 7. De hecho, esta detallada investigación de la desaparición de dos chicas en las marismas del Guadalquivir en los primeros años de democracia se ofrece prácticamente como un díptico con su anterior filme de la historia reciente de España -antes viajó a los meses previos de la Expo'92, ahora a 1980-, devolviendo así al género policíaco su capacidad para pensar el presente. "Entonces había una crisis galopante, el país estaba muy dividido territorialmente, había una tensión social extraordinaria, mucho miedo al futuro, y todo eso de algún modo se hacía eco con nuestros tiempos", explica Rodríguez, quien en todo caso quiere alejarse todo lo posible de las resonancias que pueda despertar la película con el caso de Marta del Castillo y, también, con la exitosa serie True Detective, con la que guarda no pocos paralelismos, si bien ambos trabajos se desarrollaron en paralelo.Antonio Banderas, protagonista y productor de Autómata
Ibáñez imagina la decadencia del planeta Tierra en un futuro próximo, cuando un agente de seguros (Banderas), a punto de ser padre, investiga una serie de casos que involucran a robots que han transgredido los protocolos de seguridad. Director de Hierro (2009), y especialista de efectos visuales -"Autómata tiene como mil planos de postproducción, pero lo destacable es que los robots son físicos, no se han trabajado en 3D o con ordenador"-, Ibáñez coloca en primer plano los destinos del hombre en un mundo dominado por la tecnología que ha cruzado el colapso medioambiental: "En el fondo, en la ciencia-ficción el tema principal es el hombre, utilices viajes en el tiempo o la conquista del espacio. Autómata es una película de seres humanos enfrentados a un paso clave en la cadena evolutivo. Es la historia de cómo la inteligencia artificial deja atrás al hombre".Quería alejarme del espíritu clásico del género, que trata ideas filosóficas con seriedad". Ibáñez
La apuesta vasca
Jon Garaño y Jose Mari Goenaga durante el rodaje de Loreak
Aunque en 1989 compitió en el festival Días de humo, de Antonio Eceiza, cuyo protagonismo del mexicano Pedro Armendáriz Jr. obligó a doblar al actor, acaso la mayor sorpresa de las películas a concurso es que, por primera vez en la historia del certamen donostiarra, un filme rodado íntegramente en euskera ha recibido el espaldarazo del festival y competirá en la Sección Oficial. Pero más allá de su circunstancia cultural y lingüística, la inclusión se antoja muy justificada. Se trata de Loreak (Flores), un magnífico drama familiar cargado de secretos, de historias cruzadas y significativos saltos en el tiempo, que va adquiriendo un peso dramático insospechado y, sobre todo, un potente sentido simbólico a medida que desenreda su trama y los personajes revelan sus secretos. Sus autores, Jon Garaño y José Mari Goenaga, parten de un relato íntimo en torno al duelo y el amor en el que se cruzan tres mujeres solitarias para hacer algo tan difícil como generar suspense a partir de las relaciones cotidianas (sobre todo de una suegra, magnífica Itziar Aizpuru, y su yerna), dosificando el tiempo del relato con gran eficacia y estilando una puesta en escena muy expresiva.