Fotograma de Samba, película que ha clausurado la 62 edición del Festival de San Sebastián

Hace tres años, los cineastas franceses Eric Toledano y Olivier Nakache clausuraron San Sebastián con Intocable, una película que acabaría batiendo todos los récords de público de forma inesperada. En aquel célebre filme, los directores triunfaban con una película plagada de buenas intenciones en la que de forma peculiar se unían el cine social con la comedia pura y dura. Basada en la relación entre un parapléjico y su cuidador negro, Intocable es un buen filme en el que las abismales diferencias sociales de Occidente se abordaban desde un espíritu positivo y amable en el que la ironía y un humor "políticamente incorrecto" ponían el contrapunto al exceso de azúcar. Hoy han repetido en el mismo escenario y en idéntica posición, clausura, con Samba, una película que sigue derroteros muy parecidos a la de aquella. Interpretada de nuevo por el actor negro Omar Sy, un actor dotado de una capacidad cómica extraordinaria, en esta ocasión nos cuentan otra relación desigual, la de un inmigrante irregular con una ejecutiva hastiada de una vida estresante a la que da vida Charlotte Gainsbourg.



Samba es más de lo mismo y eso no tiene por qué ser malo. Nakache y Toledano nos cuentan la dura vida del sin papeles en Europa sin tremendismos ni subrayados dramáticos, partiendo de un espíritu jocoso y bienintencionado que no evita mostrar la cara más dura de una realidad pavorosa. Con las películas "sociales" suele suceder una cosa, son agrias, tremendas, de ritmo lento y conclusiones terribles, las suelen ver personas concienciadas con lo cual convencen a los convencidos y aunque algunas son muy buenas, suele darse la paradoja de que películas que defienden a los desfavorecidos al final solo las ve la élite mejor preparada. Samba, como Intocable, no. Es cine popular en el mejor sentido y si entonces nos contaban la historia de la extraña amistad entre un multimillonario y un africano pobre aquí la cosa va de amor. Y los cineastas cuentan bien, con gracia, ese romance entre una treintañera con una vida vacía y un senegalés al que la vida se lo ha puesto mucho más difícil pero tiene lo que le falta a la otra, amor por la vida. No es un gran obra maestra, sí es buen cine comercial y popular. No es poco.



La Sección Oficial competitiva se dio por clausurada con La vida salvaje, filme también francés que explica una historia real, la de un padre "antisistema" que secuestra a sus hijos para vivir con ellos en el campo ante la negativa de su mujer a darle la custodia o al menos imponer un régimen decente de visitas. Basada en una historia real, el director Cédrick Khan (Roberto Succo, Una vida mejor) cuenta bien esta historia en la que no podemos dejar de sentir simpatía por un padre que literalmente adora a sus hijos pero tampoco podemos dejar de odiar el crimen que comete al separar a su madre de los suyos. Alguna vez el director no evita ciertos clichés del cine de autor (esos jadeos "naturalistas" de unos protagonistas siempre acosados) pero La vida salvaje captura con emoción un episodio con múltiples facetas sin detenerse a juzgar ninguna.



Isaki Lacuesta ganó la Concha de Oro hace tres años para sorpresa de propios y extraños por Los pasos dobles y su nuevo filme, Murieron por encima de sus posibilidades, presentado fuera de concurso, sigue derroteros muy distintos. Cuenta las distintas desgracias que llevan a un grupo de treintañeros a perder todo su dinero y con ello toda su paciencia. Recibida más bien de forma fría, Murieron... es una película marciana en la que Lacuesta captura la crisis desde una óptica desquiciada y surrealista.



Ambientada en gran parte en un manicomnio al estilo Alguien voló sobre el nido del cuco, es una película histérica y ruidosa tan irregular como cautivadora en la que los aciertos y los desaciertos se suceden sin solución de continuidad. Oda a lo extremo y disparatado, merece la pena destacar el gran trabajo de actores como Raúl Arévalo, un insólito Albert Pla, José Coronado, Julián Villagrán, Bruno Bergonzini, de quien siempre he sido muy fan y estaría muy bien que se prodigara mucho más, o un Jordi Vilches reaparecido y magnífico. Es una película que pasa como un tren de mercancías por encima de uno, como una sobredosis de speed que te deja mareado. Es posible que no haya otra manera de contar la locura que con la propia locura. El tiempo la pondrá en su sitio, en el que estamos, del que quién sabe si saldremos algún día.