Brad Pitt vuelve a la II Guerra Mundial

"Los ideales son pacíficos, pero la historia es violenta". El diálogo de Corazones de acero resume la nueva entrega del director estadounidense David Ayer, que se adentra en el género bélico con Brad Pitt como reclamo.

En Uno Rojo. División de choque (1980), Sam Fuller filmó un parto en el interior de un tanque para rescatar una pizca de humanismo a Lee Marvin y sus hombres, blindados en el cinismo que otorga recorrer el continente europeo (y parte de África) matando nazis y enterrando compañeros. Aquella era una historia con vida propia, la larga experiencia bélica del propio Fuller que nos contó con crudeza y belleza desde la lucidez de la memoria curtida. Su retrato era el de los héroes americanos que ya no creen en nada y en nadie, excepto en sobrevivir, en la vida. Soldados para los que matar ya no importa.



Don Collier (Brad Pitt) es un trasunto del sargento encarnado por Marvin en la obra maestra de Fuller, del mismo modo que Corazones de acero es un vago trasunto de todas esas otras películas sobre la intervención aliada en la II Guerra Mundial. Filmes icónicos que, como Los doce del patíbulo (1967) o El desafío de las águilas (1968), nos han contado sin ironías y con heroísmos las misiones del ejército estadounidense para cruzar las líneas enemigas, diseminando como si fueran resortes de la conciencia algunas notas sobre los verdaderos horrores del conflicto. Notas en las que David Ayer (Champaign, Illinois, 1968) concentra hiperviolencia y miseria en lugar de patriotismo mesiánico, y lo hace con la explicitud gráfica, el ruido y la furia que da título (original) a la película. Al mando del grupo de cinco hombres que habita el tanque Fury, y en la piel de otro cazador de nazis como hiciera en Malditos bastardos -aunque la película de Ayer, notable cineasta, está muy lejos del tono desmitificador de Tarantino- , Brad Pitt cede el protagonismo, aunque sea simbólico, a un tanque y a un novato. La relación casi paterno-filial que establecen el veterano Collier -apodado no en vano ‘Daddywar'- y el neófito Norman (Logan Lerman) ocupa el centro moral y emocional del filme, dado que la pretendida camaradería hawksiana del resto del grupo -Shia LaBeouf, Michael Peña y John Bernthal- no logra trascender el estertor de las deflagraciones.



Perdida ya cualquier posibilidad de victoria, que los aliados intuyen pero aún no disfrutan, Hitler en su desesperación ha declarado la guerra total, esto es, el reclutamiento de mujeres y niños en sacrificio del Tercer Reich o el ahorcamiento de quienes rehúsan sumarse a la carnicería. Asistimos a los últimos coletazos de la contienda prácticamente desde el interior de un bulldozer americano, uno de los pocos que aún resiste al aplastamiento de la maquinaria pesada germana. El duelo entre tanques emerge como una de las piezas cinemáticas más insólitas del espectáculo bélico de Corazones de acero. Y esto nos recuerda a la subjetividad y claustrofobia que Schlumik Maoz convocó en Líbano (2009).



Primitivismo y brutalidad

A su modo, Ayer reescribe en variante heroica la crónica de aprendizaje de su mejor guion, Training Day (2001), en la que Denzel Washington instruía a Ethan Hawke en su primer día como policía antinarcóticos de Los Angeles. Si allí la corruptela del mentor era neutralizada por la honestidad del aprendiz, aquí lo que está en juego es la tentación del primitivismo, la brutalidad que todo lo enloquece. "Los ideales son pacíficos, pero la historia es violenta", le dice Collier a Norman en la casa tomada donde los nazis se han suicidado. La muerte es entonces antidramática: como a los combatientes, apenas nos conmueve.