Fotograma de Ben-Hur
Producida en 1959, es probable que no haya nadie en el mundo (al menos por encima de los 30 años) que no haya visto Ben-Hur no una sino varias veces. Más de 50 años después, la epopeya romana de William Wyler se reestrena en los cines españoles coincidiendo con la semana santa y es una ocasión espléndida para volver a ver uno de los filmes más famosos de la historia del cine, y también una especie de obra magna y elocuente de lo que podríamos llamar el pensamiento occidental aunque sería raro ver en el Hollywood de hoy una película tan antiimperialista y a su manera subversiva como ésta.Vuelvo a ver Ben Hur después de muchos años y lo primero que sorprende es lo fresca que se mantiene y lo bien hecha que está. Estamos acostumbrados a la fanfarria del Hollywood millonario y todopoderoso de hoy y podría existir el temor a que la Roma imperial que recrea el filme del 59 nos parezca cutre o desfasada. Todo lo contrario, es posible incluso que sea al revés, a falta de tecnología digital a veces se nota un poco el cartón piedra pero también todo respira mayor verismo que la perfección virtual de hoy, a la que a veces le falta alma y vida.
Ben Hur trata sobre un tema eterno, la venganza y el perdón. La historia que cuenta, la caída en desgracia del protagonista y su recuperación de su dignidad y su posición en el mundo nos recuerda mucho a esos héroes de Mizoguchi que se pasan las películas tratando de revertir sus fracasos. En este caso, Judah Ben Hur (Charlton Heston), patricio de una familia hebrea en ese Israel del año que nació Cristo, literalmente, es condenado a galeras y su familia encerrada después de que se enfrente a su mejor amigo, el maligno Mesala (Stephen Boyd) gobernador romano en Judea.
Ben Hur propone un constante equilibrio de lealtades para crear una fábula moral sorprendentemente antiimperialista sobre el valor del perdón y la fidelidad a los orígenes. El pobre Ben Hur (digo pobre porque toda la película lo pasa fatal) debe enfrentarse desde el primer momento a dramáticas decisiones: primero entre Mesala, su amigo de la infancia, casi un hermano y según el guionista, Gore Vidal, su amante, gobernador opresor de Judea, y su propio pueblo, Ben Hur escoge a su pueblo. Y lo paga caro.
Remando en galeras por las consecuencias de sus decisiones, Ben Hur pasa por todo tipo de penurias que también endurecen el carácter del joven burgués y se enfrenta en la segunda parte de la película, cuando recupera su posición social, de nuevo al dilema entre sufrir siendo fiel a su pueblo judío o abrazar a esa Roma que lo quiere como uno de los suyos, peor aún, entre vengarse de su archienemigo Mesala y de paso de todo el imperio romano o abrazar el perdón. Por allí pulula Jesús predicando el perdón y la película trata sobre cómo el impetuoso Ben Hur aprende, precisamente, a perdonar y es recompensado por ello.
Al parecer, la novela original era más claramente favorable a Occidente y al cristianismo y fue el rojo Vidal quien le dio un tono claramente projudío y antirromano. Ben Hur vive en la paradoja de ser cine religioso puro y duro y casi revolucionario con en ese Mesala terrible en el que es fácil ver a un trasunto de Bush cuando dice aquello de "estás conmigo o contra mí". No hay una llamada a la violencia, Ben Hur empieza y acaba siendo una especie de Ghandi, está en contra de la "ocupación" de los romanos pero sobre todo está contra la violencia y todo el filme es un canto contra la venganza y el rencor.
Sorprende que en una producción que tuvo varias versiones de guion (hubo otra de Christopher Fry o Maxwell Anderson) esté tan poco dialogada, en Ben Hur no se habla mucho ni se enredan en grandes parlamentos, los hechos hablan por sí mismos. Con una trama repleta de giros y acontecimientos, la película casi funciona sola y los diálogos se limitan a poner de manifiesto lo que está sucediendo sin jugar a las adivinanzas. William Wyler dirige como un drama íntimo gran parte de la película creando escenas de un poderoso dramatismo que mantienen un perfecto equilibrio con las espectaculares secuencias de acción.
Y por allí aparece Jesucristo, claro está, a quien se presenta más como un líder de derechos humanos que como un religioso. En una Roma imperial donde la divinidad pertenece a un solo individuo, el emperador, el mensaje de ese Cristo que predica que Dios está en cada uno de nosotros significa sobre todo un claro avance en los derechos humanos. La secuencia del milagro está rodada de forma sutil, sin las estridencias mesiánicas de Mel Gibson, y logra emocionar al más ateo.
Ben Hur quizá es inmortal precisamente por su esquematismo y su sencillez, retrata pasiones humanas puras y claras como el perdón y la venganza y se enfrenta a su dilema filosófico sin atajos ensalzando valores como la lealtad, el sacrificio o la autenticidad de forma que lo entienda todo el mundo. Es una película aparatosa pero en el fondo tan sencilla como bella.