Naomi Kawase durante el rodaje de Aguas tranquilas
Vida y cine van inextricablemente unidos en la filmografía de Naomi Kawase. Con obras como Suzaku o El bosque del luto, premiadas en Cannes, la directora dio un nuevo impulso a la cinematografía japonesa. Su último filme, Aguas tranquilas, es un relato de iniciación que surge del descubrimiento tardío de sus orígenes familiares. La cineasta nipona desvela en esta entrevista los vínculos personales del filme, producido por el español Luis Miñarro.
La cineasta nipona, nacida en la ciudad más antigua de Japón, se consagró como la directora más joven en conseguir la Cámara de Oro del Festival de Cannes con Suzaku (1997), para diez años después recoger el Gran Premio de Jurado por su obra posiblemente más lograda hasta la fecha, El bosque del luto (2007), sin que sirva de menosprecio para filmes de referencia como Shara (2003) o sus diarios fílmicos, en especial Tarachime (2006), donde rodaba el nacimiento de su hija Mitsuki. El cine y sus búsquedas siempre han permanecido pegados a la piel de Kawase: "Cuando filmo mi vida es para mirarme a mí misma y sentir que estoy viva", asegura. "Esos trabajos íntimos son más importantes para mí que las películas que presento en Cannes".
Kawase pertenece a esa brillante generación de cineastas japoneses que, como Nobuhiro Suwa o Hirokazu Kore-eda, han colocado la cinematografía nipona en un lugar de excelencia y prestigio en el cine de autor contemporáneo. La vida, la muerte y la familia vuelven a ocupar el centro de su último largometraje, también presentado en Cannes. En Aguas tranquilas, Kawase busca su identidad en los agujeros negros de las grandes ausencias. Sus padres la abandonaron cuando ella era todavía un bebé. "Descubrí las raíces de mi familia hace ochos años, porque me lo contó mi abuela, pero hasta entonces no sabía nada de mi identidad familiar". No sabemos cuánto hay de broma ni cuánto de verdad cuando Kawase dice, muy seria: "Mi padre era un yakuza".
De hecho, Aguas tranquilas es la respuesta de la cineasta al descubrimiento de su pasado ancestral, cuando tenía 35 años. "Al descubrir mi historia familiar acabé en esta isla, Amami-Oshima, el origen de mis ancestros. Desde entonces he estado determinada a rodar una película aquí, pero me ha llevado seis años cultivar el filme dentro de mí". Desde que visitó la isla en 2008, Kawase sintió que los fuertes vínculos de los habitantes de la isla con la naturaleza debía tensar las cuerdas emocionales del relato. A partir de la crónica sentimental de iniciación al mundo -al sexo, la muerte y la vida- de dos adolescentes, Kawase busca en cierto modo hablar de su propio "despertar" a una nueva vida, tras el reciente fallecimiento de su madre de adopción, un proceso de degradación que ha registrado con detalle y sequedad en su filme Chiri (2012), convirtiéndolo en un epitafio extrañamente hermoso.
-Fue la mujer que me crío en lugar de los padres que nunca conocí. Para los que nos quedamos detrás, la muerte trae inquietud y soledad. Pero esta soledad nos permite entender el dolor de los otros. Las reglas del universo transcienden nuestra soledad. Esta es la razón de que, aunque mi madre adoptiva haya muerto, el sol todavía amanezca todos los días. Es esta grandeza del mundo, de la naturaleza, la que deseo expresar en Aguas tranquilas.
Una imagen de Aguas tranquilas
-La presencia amenazante del tifón marca el compás del relato. ¿Fue algo buscado o lo incorporó a la película?-Japón lleva milenios viviendo esa tensa relación con los fenómenos de la naturaleza, con terremotos, volcanes, tsnunamis, tifones... Nos enfrentamos a ello casi de forma natural, sabemos que los desastres naturales se repiten de generación en generación. Esta realidad, la relación entre los japoneses y la naturaleza en el filme, adquiere otra dimensión. El año que rodamos, 2013, fue inusual porque hubo muchos tifones rondando la isla. De algún modo el destino quiso que lo filmáramos, porque el tifón alcanzó la isla justo donde estábamos en un mes, octubre, en el que nunca se habían registrado tifones. El hecho de que pudiéramos filmarlo fue casi milagroso.
Como si incorporara a su cine las esencias rosselinianas, el registro documental y la representación ficticia conviven en inextricable armonía en Aguas tranquilas, estableciendo diálogos constantes entre lo efímero y lo trascendente, la vigilia y el sueño, la tradición y la modernidad. "Teníamos un guión que seguir, pero improvisamos varias escenas, como el Baile de Agosto, la muerte de Isa, el tifón", asegura. Curiosamente, es de esas secuencias que abren su mirada a lo aleatorio de donde procede la energía del filme. "En verdad, puedo decir que prácticamente la mitad de la película está improvisada".
-¿Concibe el cine como una forma de compartir sus experiencias espirituales?
-Sigo pintando y haciendo películas sobre la condición humana porque creo en la dimensión espiritual del cine. Pienso que el cine es otra vida, y lo que no puedes hacer en la vida real lo puedes hacer rodando. Eso es en lo que creo.
-¿De qué modo la maternidad cambió su enfoque sobre las historias?
-Creo que el punto de vista de la madre aporta algo distintivo a las películas. Sobre todo porque comprendí que hay que ser más paciente, y que aparte de mi punto de vista, hay otros igual de importantes. Antes no prestaba atención a los otros, creía ciegamente en mi criterio. Ahora sí lo hago. Varios puntos de vista pueden coexistir.
-Hay en el filme la idea implícita de que la belleza puede salvar a la humanidad...
-Pero antes de la belleza está la miseria, el dolor. Primero debemos descubrir la fealdad del mundo, la belleza siempre viene después, por contraste. La belleza está en la superficie del miedo y de la fealdad, de todas las cosas, y por eso no será por la belleza que salvaremos el mundo. No sé en todo caso si el cine puede salvar a los hombres, pero quiero creer y espero que el arte lo haga. Aunque no sé si es posible o no. Y para este propósito entrego todas mis energías.