Ciudadano Kane. Foto: imágenes del libro El universo de Orson Welles (Notoriuos)
Durante el medio siglo que abarca la carrera de Orson Welles sus espectadores han oscilado una y otra vez entre recordarlo como un actor taquillero o considerarlo como un artista esotérico. Aunque la tendencia a verlo como un maverick ha sido constante, lo cierto es que todavía no está muy definido el lugar que ocupa como cineasta independiente.
Incluso antes de Ciudadano Kane (1941), cuando a los 23 años ocupó la portada de la revista Time (1938) por su trabajo como dramaturgo y actor radiofónico, y poco antes de que empezara una serie semanal de autoría propia en la radio, ya tenía el perfil de un joven y travieso genio lleno de imaginación, una reputación que solo fue superada medio año después cuando embaucó a parte de sus oyentes radiofónicos, mediante una heterodoxa adaptación de La guerra de los mundos, de H. G. Wells, en la creencia de que los marcianos estaban invadiendo Estados Unidos. Este escándalo le valió un contrato sin precedentes en Hollywood con la RKO cediéndole el control creativo, y una ópera prima estrenada en 1941 en la que aprovechó por completo esa libertad, pero su reputación como independiente limitó sus opciones.
Por una serie de motivos -incluyendo el hecho de que Ciudadano Kane ridiculizaba al más poderoso de los barones de la prensa norteamericana, William Randolph Hearst, cuyos periódicos se negaron a publicitar la película-, el filme fracasó en taquilla. Y en su segunda película, El cuarto mandamiento (1942), adaptación de una novela de BoothTarkington sobre el declive de una familia aristócrata del Medio Oeste en paralelo al nacimiento de la industria del automóvil -que era incluso más ambiciosa que Ciudadano Kane-, la RKO le arrebató el control creativo y mutiló seriamente el montaje cuando estaba cerca de terminarla, después de que Welles fuera persuadido por el Gobierno de Estados Unidos para viajar a Brasil y realizar un documental promocional de las nuevas relaciones entre América del Norte y América del Sur.
En este punto de su carrera, Welles, todavía ocupado con múltiples proyectos en cine y radio, ya había comenzado un documental episódico titulado It's All True, sobre el nacimiento del jazz, un chico mexicano entrenándose para ser torero y un par de episodios más. Decidió entonces a abandonar el capítulo dedicado al jazz y otros dos segmentos, sustituir un episodio sobre la samba brasileña, y convertir el documental en una película sobre Latinoamérica, incluyendo el capítulo mexicano, gran parte del cual había rodado ya Norman Foster.
Aunque Welles se marchó de Estados Unidos con la idea de que le permitirían completar ambos proyectos (así como una tercera película, también dirigida por Foster, que Welles producía y en la que actuaba, un thriller de espionaje titulado Estambul), la RKO aprovechó su ausencia para asumir el control final de las tres películas, y acabó cancelando It's All True después de que los dos episodios brasileños estuvieran prácticamente rodados. Aunque la RKO diseminó historias sobre la tendencia de Welles a pasarse del presupuesto acordado y comportarse irresponsablemente, investigaciones recientes sugieren que la mayor "irresponsabilidad" de Welles fue rodar una película políticamente radical en la que todos los héroes eran pobres y ninguno era blanco, mientras que el montaje en bruto realizado por Welles de El cuarto mandamiento, que en un previsionado generó reacciones encontradas mientras él todavía estaba en Brasil, fue brutal y precipitadamente remontado y parcialmente vuelto a rodar. Y como tanto El cuarto mandamiento como Estambul, en sus montajes alterados, fueron un fracaso de público, el perfil comercial de Welles permaneció en la categoría de "director difícil" durante el resto de su carrera. Una fama que permaneció incluso cuando su siguiente película, El extraño (1946), que realizó tres años después, se convirtió en el único de sus filmes que dio beneficios tras su estreno. Welles realizó este thriller relativamente comercial para probar que era un profesional, aunque la película se recuerda irónicamente como la menos memorable de sus producciones hollywoodenses.
Aquí es donde la confusa reputación pública de Orson Welles trabajó de forma más clara en su propio perjuicio. Especialmente en los EEUU, donde era sobre todo considerado como un director de Hollywood fracasado o al menos en quien no se podía confiar demasiado, antes que como un intrépido cineasta independiente que a veces se las había apañado para trabajar con la poderosa cobertura de los estudios de Hollywood. Su genio residía en su capacidad para ser impredecible como artista. Ese don le convirtió en alguien peligroso y deficitario para las mentes de los productores de Hollywood. Todas las películas que haría de ahí en adelante en Hollywood -La dama de Shanghai (1947), Macbeth (1948) y Sed de mal (1958)- perdieron dinero, mientras que la última de ellas (y en muchos aspectos la mejor) ni siquiera se proyectó para la prensa americana.
Analizándolo con perspectiva, It's All True hubiera sido la primera de sus producciones independientes -si no en financiación, sí en esencia- si la RKO hubiera permitido que se finalizara. La primera que realmente terminó fue Otelo (1952), financiada en gran parte con sus trabajos como actor al otro lado del Atlántico. Fue la primera película desde Ciudadano Kane en la que tuvo el montaje final. Welles poseería el final cut del resto de sus producciones no realizadas en Hollywood -Mr. Arkadin (1955), El proceso (1962), Campanadas a medianoche (1966), Una historia inmortal (1968), Fraude (1973) y Filming Othello (1978)-, excepto de la primera de ellas, debido a una discusión con su productor europeo. Pero aún con todo, algunas de las versiones que han circulado en DVD, tanto de El proceso como de Una historia inmortal, difieren de estos montajes finales.
Y cuando llegamos a su incompleto Don Quijote, en el que trabajó intermitentemente durante las tres últimas décadas de su vida, debemos señalar que la versión póstuma editada por Jesús Franco es incluso una versión más travestida que El cuarto mandamiento, La dama de Shanghai y Mr. Arkadin. Toda la culpa no es de Franco, porque no se le permitió utilizar el material rodado para la película en México con Patty McCormack, pero desgraciadamente trató de equilibrar esta circunstancia incorporando metraje de una serie italiana de 1964 rodada por Welles que, a pesar de su título, En la tierra de Don Quijote, es de naturaleza muy distinta a la del resto del filme. Todavía es pronto para predecir qué puede emerger a finales de este año de la finalización póstuma de The Other Side of the Wind, su retrato incompleto de otro maverick (ficticio) americano, interpretado por John Huston. Pero al menos podemos esperar que esté propulsada una vez más por la cualidad impredecible de Welles. Como mínimo, promete ser su primera película feminista, aparte de muchas otras cosas...