Jean Becker, a sus 82 años, en el rodaje de Unos dias para recordar
El director Jean Becker, peso pesado de la cinematografía gala, hijo del mítico Jacques Becker, reivindica en la comedia Unos días para recordar el cine como herramienta de sanación contra todas las crisis posibles.
¿A qué se refiere con eso del "despiste"? "Hubo un tiempo en que el cine europeo se dedicó a echar a la gente de las salas. Y eso fue trágico. Me refiero a la aclamada Nouvelle Vague. Al final, hizo tanto bien como mal. Cometieron el error de pasar el rastrillo por todo el cine anterior sin reparar en nada. La obsesión de matar al padre fue tremendamente injusta. La realidad, pese a la nostalgia con que aún hoy se miran esos tiempos, es que se hicieron muchas mierdas que lo único que consiguieron es que la gente dejara de interesarse por el cine. Y fue entonces cuando el dominio del cine americano se hizo insultante. Por culpa de la Nouvelle Vague los espectadores dejaron de ver películas francesas".
El que habla, no en balde, vivió la revolución de los jóvenes airados de los 60 con distancia. Incluso desconfianza. El autor de Verano asesino (1983) y La fortuna de vivir (1999) echó los dientes en la industria de la mano de su padre. De hecho, él acabó Le Trou (1960), la obra maestra carcelaria de su padre. Acosado por la enfermedad, Jacques no pudo más que delegar en el hijo y él completó una de las películas que mejor define las virtudes ignoradas del cine antes de la revolución.
"Recuerdo una anécdota que puede servir para entender todo lo que pasó. En una ocasión, mi padre recibió una llamada telefónica justo después del estreno de una película suya. Era Truffaut. Entonces, el director trabajaba de crítico. Le vino a decir que le había gustado la cinta, pero que iba a ponerla mal. Llamaba para disculparse", dice, se toma un segundo y añade: "Ése era el ambiente casi bélico que se vivía".
Las cosas, sea como sea, han cambiado. Y así lo reconoce un director que se niega a dejar el cine pese a todo. Pese a la edad, las afrentas del pasado y la crisis. Su película Unos días para recordar, de hecho, es eso: básicamente, un ejercicio de reivindicación frente a todo, frente a todos los inconvenientes del mundo. Un hombre (interpretado por Gérard Lanvin) cae por azares del azar en un hospital. No recuerda lo que le ha pasado. Y así hasta descubrir que incluso en la peor de las situaciones siempre hay espacio para el mejor de los sentimientos. Es comedia y, sí, es cursi.
"El dolor de alguna manera nos iguala a todos. En un hospital da lo mismo quién seas. Te desnudan y, seas rico o pobre, pasas a ser exactamente igual que cualquiera. Digamos que puede ser una magnífica escuela de humanización", afirma rotundo, y lo hace convencido de que cada momento exige su cine. "Cuando pensé el guion no caí en la cuenta de que, de algún modo, lo que planteaba era una reivindicación del optimismo frente a la crisis. La comedia siempre ha florecido en tiempos duros, porque el cine también tiene que ser como un hospital, un sitio para sanar", concluye. Se diría que feliz de la analogía. "La risa", añade, "es la última barrera contra el dolor... Igual que el cine... Yo, al fin y al cabo, me considero un enfermo incurable de esa enfermedad que, desde pequeño, me contagió mi padre. Hablo del cine, claro". Y ahí lo deja.
@luis_m_mundo