Noche, oscuridad, calor. Cine de verano en la plaza del pueblo. Una de tiros, de amores prohibidos, de aventuras míticas... De Jamón, Jamón a Lawrence de Arabia, escritores, artistas, cineastas, músicos, actores y directores teatrales recuerdan aquí aquella película que vieron en plena ola de calor.
Son tantas películas y tantos momentos... Vienen a mi mente inmediatamente clásicos como Lolita, Sed de mal, Atrapar a un ruiseñor, ¿Quien mató a Harry?, Sonrisas de una noche de verano, Arsénico por compasión, La mujer del cuadro o films más recientes como El arca rusa, Sarabande o Hotel Budapest. El recogimiento estival en mi refugio del bajo Montseny es propicio a la revisitación y descubrimiento de estas y otras joyas, pequeñas cesuras en mi labor compositiva que percibo como una auténtica necesidad y que forman parte de mi cotidianidad en esta época del año.Pero se impone hoy Alfred Hitchcock, el mago del suspense, con una de sus obras maestras La ventana indiscreta (Rear Window, 1954), brillante muestra del pulso narrativo, virtuosismo y elegancia que distinguen al realizador. La película nos atrapa desde los títulos de crédito, al desplegar ante nuestra mirada escrutadora, que es la del protagonista -inmovilizado y sufriendo el tedio y los ardores del estío- el microcosmos de la gran ciudad, un magnífico plano secuencia cuyas acciones paralelas tejen una rica trama polifónica, cuyos desarrollos y contrapuntos -de nuevo hemos de recurrir a términos musicales!- marcarán el curso entero del film.
Brillante ejercicio de voyeurismo que nos revela una pléyade de detalles -la bailarina, el compositor, la joven pareja, la vista del callejón, diríase prestada de la escuela pictórica holandesa, el asesino!- que no desvelarán todo su sentido hasta el final, con un prodigioso sentido del ritmo -la banda sonora contribuye como siempre a dicho efecto-, de la economía narrativa y de la elipsis, determinando una extraordinaria progresión climática que, combinando elementos de comedia, historia de amor, thriller y viaje interior, será puntuada -con la precisión del entomólogo, que parece evocar a Nabokov- por inefables rasgos de humor, erotismo, ingenio e ironía.