Antonio Banderas junto a su "hija", descubridora de las pinturas

Altamira, protagonizada por Antonio Banderas, relata la historia del descubrimiento de las famosas cuevas cántabras por Marcelino Sanz de Sautuola y los desprecios e injurias que sufrió a manos de la Iglesia y los expertos.

No es país para genios. Se ha dicho tantas veces y de tantas maneras que se ha convertido en un cliché: España maltrata a sus innovadores, desprecia a sus talentos y los hunde en la miseria. Eso cuenta Altamira, película española dirigida por Hugh Hudson sobre la desafortunada peripecia vital del descubridor de la célebre "Capilla Sixtina del arte rupestre" en Cantabria por parte de un aficionado a la prehistoria, Marcelino Sanz de Sautuola, a quien da vida Antonio Banderas en esta película que celebra su gesta de forma póstuma y que sirve también como forma de justicia poética para un hombre que en vida sufrió todo tipo de desprecios e injurias por parte de la Iglesia, que veía en el hallazgo una herejía, los propios expertos, que no creían que los primitivos fueran capaces de pintar y sus paisanos, que observaban con envidia sus descubrimientos.



Altamira nos cuenta todo esto de forma didáctica y pedagógica con especial atención a los niños. En escasa hora y media, el filme (que ofrece una esmerada reconstrucción del periodo histórico) vemos como no es el propio Marcelino quien descubre las pinturas sino su hija pequeña por puro azar. Y es a través de los ojos de esa niña fascinada por su docto padre que asistimos a lo que a partir de entonces será un proceso de rápida ascensión y caída. El descubrimiento de Altamira primero es celebrado e incluso el rey se acerca a felicitar al pujante científico pero pronto la campaña de la Iglesia y las dudas de los expertos en la materia hace que se cubra un manto de vergüenza sobre el noble emprendedor con acusaciones de haberlas pintado él mismo. Lo cual no era cierto, como sabemos, y no se corroboró hasta después de su muerte.



Dice Banderas que Altamira es una película sobre la envidia y sobre el conflicto entre fe y razón que se desarrolló en la época. Estamos en el último tercio del siglo XIX y el filme presenta una España oscurantista dominada por los prejuicios que propaga la Iglesia en la que las investigaciones prehistóricas son vistas como un ataque a la Biblia. Un contexto en el que un hombre de ciencia como Sanz de Sautuola no puede hacer otra cosa sino sufrir porque por mucho que batalle solo encontrará un muro de incomprensión e injuria. Todo ello en una Cantabria idílica que la cámara de Hudson se encarga de retratar una y otra vez como si fueran los acantilados irlandeses de David Lean en La hija de Ryan.



Es probable que Altamira sea mejor doblada que en su versión original inglesa. Para un español, es difícil superar el artificio de unos personajes plenamente españoles (nada más español que ese Marcelino) padeciendo unos conflictos tan españoles y escucharlos a todos hablando en inglés, incluyendo a Rupert Everett como malvado religioso. Más allá de eso, es un filme correcto que lleva la máxima de Popper (más vale ser claro que preciso) hasta sus últimas consecuencias haciendo que su mensaje final (la luz de la razón frente a la oscuridad del dogma y lo terrible que es la envidia española) se subraye y se vuelve a subrayar para que a nadie le quede ninguna duda. Es una película que se deja ver y tiene la virtud de contar una historia interesante. Lo que no está muy claro es si el pobre Sanz de Sautuola hoy se enfrentaría a una España muy distinta. A este país no le gustan sus grandes figuras, qué le vamos a hacer.