Fotograma de El debut, de Gabriel Olivares

El pasado septiembre, el director teatral Gabriel Olivares tenía seis espectáculos en cartel al mismo tiempo en Madrid. De Burundanga, una comedia contemporánea, a una adaptación de Nuestras mujeres, de Eric Assous. El director decía en El Cultural que para él "el cine y el teatro son dos caras de la misma moneda". No en vano, Olivares ha dirigido varios cortos antes de debutar en el largometraje con El debut, una película que él mismo definía entonces como "un poco experimental, a medio camino entre el documental y la ficción". Un filme sobre el proceso mismo de hacer una película en el que vemos cómo Olivares dirige a la compañía de Teatro Lab ensayando la propia película que estamos viendo.



El debut está inspirada en las técnicas creadas por Anne Bogart para la SITI Company en 1992, y en ella Olivares trata de llevar a la pantalla la filosofía de una troupe teatral de ánimo revolucionario que propone que el teatro debe ser "un gimnasio para el alma donde la interacción entre arte, artistas, público e ideas inspira la posibilidad de cambio, optimismo y esperanza". De esta manera, lo importante no es el resultado final de la película que están rodando (que se nos hurta) sino el proceso por el que sus protagonistas llegan a construir la película. Una película en la que, como repite el propio Olivares, no hay un director-dictador, o sin irnos tan lejos, un "autor autor" en la tradición instalada por Cahiers du Cinema, sino que es la propia compañía (según Bogart "han sido las compañías las que han cambiado el teatro") quien marca el devenir de la historia con su propia creatividad.



Nos contaba hace poco Paco León que en Kiki no daba guión a sus actores sino que conducía las escenas hasta el lugar en el que quería que estuvieran para que los diálogos surgieran de manera orgánica. Olivares va un paso más allá y construye la propia historia y su desarrollo con los intérpretes, que no solo actúan, sino que "interpretan" en el sentido de dar un sentido a una leve trama argumental ambientada en el mundo del toreo y el drama que surge cuando dos matadores se enamoran, un pecado aún en un mundo ancestral donde rigen costumbres y prejuicios machistas y homófobos.



Por momentos, El debut recuerda sobre todo a Los idiotas (1998), de Lars Von Trier, donde también exploraba los límites de la propia humanidad al retratar a unos brillantes daneses que deciden regresar a una suerte de bestialismo. Partiendo de las técnicas inventadas por Tadashi Suzuki, director teatral japonés que desarrolla una técnica basada en el trabajo del actor con su propio cuerpo como instrumento esencial y basada en la disciplina física, que a su vez parece inspirada por la idea de Schopenhauer de que el cuerpo es el instrumento esencial para el conocimiento, los actores de El debut se transforman literalmente en bestias para expresar a través de sus cuerpos sus emociones. Una labor apasionante y cautivadora para todos aquellos interesados en el trabajo con los actores o, lo que es lo mismo, el propio cine.



@juansarda