Fotograma de 1898. Los últimos de Filipinas, con Luis Tosar en primer plano

A pesar de que España posee una rica y larga historia, plagada de sobresaltos, pocas películas logran contar,  y menos bien, episodios de nuestro pasado más allá de la guerra civil. Por ello, de entrada, cabe dar la bienvenida a esta 1898. Los últimos de Filipinas en la que se narra la trágica peripecia del último destacamento español en la isla, cincuenta hombres que resistieron contra viento y marea el sitio de los revolucionarios locales contra una dominación de cuatro siglos que, por otra parte, ya había terminado. Porque lo más triste del asunto es que los soldados patrios estaban defendiendo y perdiendo la vida por una plaza que el gobierno le había vendido a Estados Unidos, en una demostración inútil de patriotismo.



Todo esto lo cuenta bien el director novel Salvador Calvo (con una amplia experiencia como realizador televisivo) en una película muy bien interpretada por Luis Tosar, Javier Gutiérrez o los jóvenes Álvaro Cervantes y Patrick Criado que logra inyectar épica y emoción a una peripecia tan apasionante como demoledora que revela en todo su esplendor la decadencia de un país que había sido un imperio y donde se da la paradoja de que el valor, en este caso, se convierte poco menos que en una forma de de autoinmolación. "Hay dos tipos de soldados", dice Eduard Fernández en una aparición tan fugaz como gozosa, "los que buscan medallas y los que quieren volver vivos a casa. Los primeros son los más peligrosos". 



Hay ecos en este filme, no sé si premeditados o no, de Platoon (1987), de Oliver Stone, a la que recuerda  de forma casi intuitiva por los paisajes asiáticos y por lo absurdo e inútil de la guerra que retrata, pero también por su  estructura dramática al plantear un triángulo compuesto por dos oficiales, uno bueno y uno malo aunque aquí el bueno (Tosar) casi acaba siendo más temible que el propio malo (Gutiérrez), cuya batalla se dirime ante los ojos de  un joven soldado (Cervantes) que representa la inocencia porque en esta película, como en la de Stone, "la primera víctima de la guerra es la inocencia". 



Brilla la dirección de Calvo, de un refinado academicismo que nos remonta a los grandes clásicos del género como el propio David Lean y El puente sobre el río Kwai como referente ineludible, en la que a veces se echa en falta una mayor creatividad en los detalles (un fallo muy habitual en el cine español) pero que en todo momento sabe acompañar la  experiencia íntima de sus protagonistas sin subrayados innecesarios ni alardes de estilo estériles. 1898. Los últimos de Filipinas es una buena película que proporciona dos horas de gozoso y por momentos incluso apasionante entretenimiento en lo que es un triunfo incontestable del cine patrio que marca un camino y una senda que nuestra cinematografía haría bien en seguir. La escena final, con la guardia de honor filipina y los soldados abandonando la plaza entre la resignación y la certeza de que ya nada volverá a ser lo mismo para nuestro país, pone la piel de gallina logrando algo que tiene no poco mérito: hacer una película épica y que funcione. Bravo.



@juansarda