Una imagen de la película

Barry Jenkins desarrolla con desarmante sensibilidad y sencillez una suerte de creación negra del mito del hombre romántico en un filme marcado por el estilo Sundance y la influencia del maestro Wong Kar Wai.

Una película que arranca con el Every Nigga is a Star de Boris Gardiner (que Kendrick Lamar utiliza como leit motiv en su último álbum) no puede ser mala. Moonlight, sin embargo, no es que no sea mala, sino que eleva a Barry Jenkins hasta el cielo de los grandes cineastas actuales. En su bellísima película vemos tres etapas en la vida de Chiron: primero un niño acosado por otros chavales de su barrio debido a sus modos delicados y su amistad con un narcotraficante benefactor (el favorito para el Oscar Mahershala Ali); su adolescencia igualmente marcada por el tormento de sus compañeros de instituto y también por una madre adicta al crack (la también favorita para el Oscar Naomie Harris) y finalmente su juventud.



Tres etapas que el director afroamericano Barry Jenkins cuenta con desarmante sensibilidad y sencillez en un filme marcado tanto por el estilo Sundance (los movimientos bruscos de cámara, la foto con grano…) como por la confesa influencia del maestro Wong Kar Wai de quien Jenkins ha heredado la capacidad para crear espacios escénicos en los que la tensión entre los personajes adopta una extraordinaria y expresiva fisicidad. Y Moonlight es, sobre todo, como aquella Deseando amar (2000) o Happy Together (2007), una película romántica, con ese romanticismo desesperado y por momentos brutal que también es la marca de otro destacadísimo cineasta afroamericano como Steve McQueen.



Muchos actores negros (Will Smith o Morgan Freeman) han alcanzado el estrellato pero son pocas las películas que nos han mostrado su intrahistoria al modo que sí lo ha hecho el rap y el hip hop norteamericano, cuyas vivaces y vibrantes letras nos han acercado a ese mundo del gueto en el que menudean las drogas y el desamparo. Un mundo que el cine nos ha mostrado a través de las películas de grandes cineastas como Spike Lee (Haz lo que debas) o John Singleton (Los chicos del barrio) que plasmaban en imágenes ese mundo turbulento que conocemos gracias a artistas de la talla de Tupac Shakur o Notorious BIG.



No es casualidad que tanto Jenkins como Lamar recurran a ese mismo simple de Boris Gardiner para arrancar sus trabajos, lo que produce en el espectador una sensación de inmediato hermanamiento entre ambos creadores (quizá no sucede tanto en España pero en Estados Unidos todo el mundo lo reconoce). Como Lamar, Jenkins aporta una mirada nueva sobre el gueto, no es la mirada "cabreada" sino la mirada "sensible" en una suerte de creación negra del mito del hombre romántico que ha transformado la masculinidad y la propia cultura occidental.



Porque el chaval de Moonlight no se pega, no quiere formar parte de una banda y cuando lo acaba haciendo, al director eso le da igual. Lo que cuenta es la mirada de ese Chiron, esa mirada que expresa al mismo tiempo el fulgor de la juventud y la marca inevitable de la previsible tragedia a la que parecen condenadas las vidas de los negros del gueto. La última secuencia, magistral, nos hace comprender por qué Moonlight ganó el Globo de Oro a la mejor película en la categoría de drama y puede dar la sorpresa en los próximos Oscar. Moonlight es una experiencia para los sentidos.



@juansarda